El realizador muestra un dominio genial de la narración, capaz de mantener al espectador entretenido y en vilo durante todo el metraje, acompasado con dosis muy bien administradas de emotividad y buen humor, y sorprendiendo a cada instante con nuevos giros y acontecimientos que son revelados en el momento más adecuado, lo que acaba construyendo una historia sorprendente que no decae en ningún momento y que demuestra un acierto indiscutible en el montaje y la planificación de las secuencias.
Pero además, Shinkai sabe también desplegar una grandeza brutal en animación tradicional: no es sólo que todo esté animado - sea las hojas de los árboles, las luces de la ciudad, las nubes del cielo... o cualquier personaje situado en primer, segundo o tercer plano - sino que está tan bien animado que uno puede respirar la vida dentro de la película.