Lo único que podían hacer
por Alberto CoronaEl director de Hunger, Shame y 12 años de esclavitud tuvo infancia. Eso es lo primero que te sorprende al afrontar una obra como Viudas, adaptación de una serie británica producida en los años ochenta a la que Steve McQueen era aficionado de niño, antes de asomarse a lo más deprimente y contradictorio del alma humana con una filmografía que se cuenta entre lo más estimulante del nuevo siglo. Una que ha coqueteado con temas como el racismo o la masculinidad tóxica, y en la que ahora nos hemos de topar con… una película de atracos. De tiros. Y persecuciones. Y frases badass antes de darle matarile a alguien. Pero, como no podía ser de otra forma en la carrera de Steve McQueen, no todo es lo que parece.
Sin disimulo alguno, Viudas utiliza el punto de partida de la serie de Lynda LaPlante para encauzar gran parte de los discursos que McQueen ha ido cultivando desde el inicio de su carrera. La determinación febril y suicida del protagonista de Hunger se transmuta en el empeño de Veronica (Viola Davis) por convertirse en una respetada líder criminal mientras la muerte de su marido atracador —y los problemas que ésta le ha causado con sus antiguos jefes— va difuminándose como verdadera inspiración de este breaking bad. La angustia sexual de Michael Fassbender en Shame ha degenerado en un Jack Mulligan (Colin Farrell) acomplejado por el supuesto tamaño de los penes de los negros. Y, por último, el alegato de 12 años de esclavitud ha dado paso a un film tan político como su precedente, donde la temática racial comparte escenario con el nepotismo, la corrupción y una perspectiva de género imposible de soslayar en la era del Me Too y el Time’s Up. Los protagonistas de Viudas son delincuentes, sí, pero sobre todo son mujeres, y además racializadas en su mayor parte. La cuestión, llegados a este punto, es qué tal le va a funcionar a McQueen todo este maremágnum temático.
La respuesta es que bastante bien, la mayor parte del tiempo. El libreto escrito a cuatro manos entre el propio director y Gillian Flynn —ésta, en sí misma, también una combinación muy loca— se revela capaz de ir tocando todos estos temas sin alejarse del foco que representan las cuatro protagonistas, alternando sus vivencias con escenas de políticos dando mucho asco y policías apaleando inocentes mientras se desarrolla la trama principal, y ambos guionistas pueden dar cuenta de su estilo. El inmenso dolor subyacente y las réplicas mordaces para paliarlo quizá no se encuentren aquí entre lo mejor de la producción de la autora de Perdida, pero sí que se combinan de maravilla con la sobriedad autoimpuesta de McQueen. Puede ser chocante que una historia como la que cuenta Viudas, tan predispuesta a la acción desacomplejada y a escenas de gente caminando a cámara lenta con gafas de sol, persiga tan insistentemente la tragedia y un tono fatalista que no deja de ir a más desde los primeros minutos, pero es una decisión totalmente consecuente por parte de Steve McQueen.
El director británico, que para no variar se marca aquí un ejercicio de puesta en escena absolutamente apoteósico, quiere dejar claro que la movida de los atracos sólo es una excusa o, en el mejor de los casos, la consecuencia más vistosa de una fatal pugna de fuerzas que sacude este escenario tan esforzadamente descrito. El Chicago de Viudas, como el Baltimore de David Simon, se presenta como un infierno en la tierra del que no hay escapatoria y donde nadie está a salvo, ni siquiera ese perrito que acompaña a Viola Davis en prácticamente cada escena. Y por todo ello, se antoja casi estéril achacar a la película que divague, que mezcle demasiadas cosas, o que a veces sus esfuerzos de denuncia sean demasiado evidentes.
12 años de esclavitud ganó el Oscar a Mejor Película apenas cuatro años antes de que Donald Trump llegara a la Casa Blanca. A Viudas no le queda más remedio que provenir de un estado de urgencia, de la actualidad más deshumanizada, y en su empeño por retratarla hasta las últimas consecuencias, Steve McQueen no hace prisioneros.