Takashi Miike en Sitges
por Xavi Sánchez PonsEn 2017 Takashi Miike solo dirigió dos películas. Lo de solo va porque sus marcas anuales suelen ser muy locas (en 2003 dirigió seis, por ejemplo). Una de ellas fue La espada inmortal, adaptación sangrienta de un hiperviolento manga de samuráis, que recuperaba al Miike juguetón en el contenido y sólido en la forma; ese director del que todos nos enamoramos a principios de la década pasada. El segundo filme de 2017, Jojo's Bizarre Adventure, también partía de un tebeo japonés, pero el resultado no fue tan brillante. Y es que aquí Miike se ponía el traje de un artesano algo desganado, entregando un artefacto freak convincente pero falto de esa locura autoral que el cineasta nipón a veces es capaz de imprimir a productos de encargo.
Sin embargo, esta adaptación del montón de uno de los mangas más longevos de la editorial Shūeisha, posee un elemento metacinematográfico que le confiere un encanto especial y que la convierte en algo cercano a una apoteosis friqui. Jojo's Bizarre Adventure está rodada en Sitges, localidad catalana donde se celebra el legendario festival de cine de terror y fantástico y lugar donde Miike se convirtió en una celebridad para todos los amantes del género; tanto en España como en Europa. Vamos, algo así como si Messi (Miike es uno de sus equivalentes en Sitges) decidiera hacerse cineasta y rodara su primera película en el Camp Nou. Todos sus seguidores querrían ver el resultado y, más allá de su calidad, tendría un importante valor sentimental y simbólico. En Jojo's Bizarre Adventure vemos la calle del Casino Prado, la iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla y el paseo marítimo, las playas y las callejuelas de Sitges. Vemos los bares y los restaurantes, tuneados con motivos nipones, a los que acudimos cuando vamos al festival y hasta a personajes bebiendo Vichy Catalan. Una apoteosis freak, como decíamos antes, que, eso sí, solo podrá ser disfrutada en su totalidad por los habituales del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya. Ahora bien, para todos aquellos que no se puedan agarrar a eso, el interés principal de esta adaptación de la obra original de Hirohiko Araki que incluye elementos de comedia adolescente, luchas entre el bien y el mal, jóvenes con superpoderes y líos de familia, recae en el peinado imposible de su protagonista (una parodia grotesca del Danny Zuko de Grease) y en una batalla final que dura más de cuarenta y cinco minutos (algo muy Miike). Un clímax, sazonado con los efectos digitales de garrafón de Ryo Matsumoto, que flirtea con el j-horror y los Pequeños Guerreros de Joe Dante y que acaba entregando los mejores momentos de la función.
A favor: Su condición de apoteosis friqui para los fans del Festival de Sitges.
En contra: Sus dos horas se acaban haciendo larga.