Una franquicia que sucumbe sin una taza de su propia medicina: la purgación.
Con todos los pronósticos a su favor, Blumhouse ha lanzado su dardo de verano en forma de precuela de la exitosa— al menos en términos comerciales —utopía de James DeMonaco, con miras a levantar números extraordinarios, principalmente, en los cines estadounidenses. Si esto es cierto, seguramente significaría la elongación de esta desgastada y malgastada premisa a lo largo de un par de años más en la gran pantalla, eso sin contar con el material televisivo que pronto USA Network emitirá. “The First Purge,” cinta de orígenes que trata el nacimiento de la controversial ley que se ha llevado al bolsillo cerca de 320 millones de dólares desde 2013, es de lejos una de las películas de la compañía más genéricas, insípidas y violentas desde, paradójicamente, la ambiciosa segunda entrega de esta misma franquicia protagonizada por Carmen Ejogo y Frank Grillo.
A los ojos del público, la primera “The Purge” fue un fenómeno absoluto en cuanto saltó a los teatros por su gran trasfondo y potencial, sin embargo, su verdadero logro radicó en ser una de las producciones fundadoras de la fórmula mágica que caracteriza a la compañía de Jason Blum: presupuestos ajustados, director novel, jugosa historia, generalmente, era igual a gran película. Con DeMonaco en el timón desde el primer momento, bien se le podría atribuir a él todo el éxito, pero también todo el fracaso de una idea que ha sido masacrada sin piedad. En tiempos en donde la sobrepoblación, las guerras, el racismo, la pobreza y el agotamiento de los recursos naturales son problemáticas protagonistas de los titulares día tras día, es atractivo, y en cierto punto retorcido, girar y ver una ficción cinematográfica que plantee como solución “mediativa” un periodo de 12 horas en el que el cualquier persona esta absuelta de consecuencias legales, toda actividad criminal está permitida, por supuesto, entre ellas, el asesinato. Luego de la función, una sensación de insatisfacción surge en el espectador en respuesta a la decantación del filme por las convencionalidades modernas del género horror y el aislamiento de un contexto rico en comentarios.
El filme de 2013 usaba tal violenta y controversial premisa como telón de fondo para construir un perezoso home-invasion, por supuesto, instalado en la casa de la típica familia blanca, acomodada y disfuncional. La continuación inmediata construía un thriller de supervivencia empleando la idea central mayoritariamente como eje para desplegar y empujar la trama, pero también, en menor medida, para dar sus primeros y temblorosos pasos hacia la producción crítica sobre el dominio de las elites. Años después, la tercera entrada llegaba con muchas cartas a su favor, entre ellas, la configuración ideal (el periodo electoral presidencial americano) y la fecha de estreno perfecta (el Día de la Independencia en Estados Unidos) tanto para exponer una historia que analizara, criticara y por lo menos empleara de buena forma la intrigante premisa de una América distópica como para recuperar holgadamente su presupuesto en el primer fin de semana, desafortunadamente, DeMonaco viró en la dirección incorrecta, manufacturando otro thriller de supervivencia con un evidente aumento de presupuesto, manteniendo viva su tendencia de proyectar imágenes con chances para la iconicidad, manteniendo viva su tendencia al malgaste argumental que dejaba moribundo un producto que, con un mejor guion y ejecución, pudo haber terminado en la primera joya de oro del estudio, mucho antes de la visceral denuncia de Jordan Peele.
No fue así, sin embargo, motivados por las enorgullecedoras cifras de “The Election Year,” la alianza Universal-Blumhouse puso en marcha lo antes posible una entrega que cerrara este ciclo agonizante. ¿Le dará su fiel público la espalda al primer filme en ser protagonizado casi en su totalidad por actores afroamericanos?, ¿Darán por fin la estocada final que derrumbe las desviadas y avarientas esperanzas de los estudios de seguir ganando a costa de productos cinematográficamente ofensivos? Eso lo veremos.
“The First Purge,” probablemente, sea la única de la franquicia entera que alberge una dosis considerable de crítica social, aún y todo con su torpeza e ineficacia, ya que puesta al lado de sus antecesoras/sucesoras, Gerard McMurray intenta decir algo— por medio de abestiadas y estruendosas escenas que encuentran en la controversial violencia una solución —sobre la caustica inequidad, la discriminación racial, la manipulación de los gobiernos y la intolerancia, todo encerrado torpemente en una burbuja política que, extrañamente, nunca explota. En sus únicos dos filmes como director, McMurray siempre ha atesorado entre manos perspectivas que incitan a la reflexión y al análisis, pero tal como sucedió en su opera prima “Burning Sands,” no logra vencer los convencionalismos de los géneros en los que están contenidas sus historias para ofrecer algo mejor de lo que muchos otros directores han intentado, especialmente, aquellos de raza negra.
Que DeMonaco ceda la silla de director a un cineasta novicio provoca drásticos cambios en el aspecto narrativo y artístico; una decisión no del todo nociva. Pese a que esté no enriquece la mitología ni fortifica sus fundaciones, entrega un acercamiento equilibrado en contenido pero desequilibrado en calidad, dicho de otra manera, la construcción de terroríficos cuadros pasa a segundo plano para intentar plantear una profundización poco acertada; sin embargo, a última hora, ninguno de los dos campos obtiene la calidad de satisfactorio. En esta ocasión, el filme pierde el equilibro en la línea divisoria de crítica social y la odiosa y poco sorprendente experiencia de supervivencia, ahogada, como es usual, por una gama de mediocres jump-scares. Es una pena que esto haya ocurrido, teniendo en cuenta que las últimas esperanzas fueron depositadas en esta indecisa precuela; por lo visto, una franquicia más con chances desperdiciados para trascender sus barreras de entretenimiento.
Desde el inicio, esta entrada tenía en contra uno de los más fuertes obstáculos de las ahora famosas precuelas: la audiencia conoce el final de la historia. Por esto, el guion, firmado por DeMonaco, debía defenderse con una historia independiente e interesante, lo suficientemente sólida como para no tropezar desde los primeros minutos, nutriéndose de una buena construcción de tensión y secuencias imponentes, con elementos que hicieran desarrollar y evolucionar la narración a la par, una historia con personajes inteligentes que desechara la típica carrera contra el tiempo. A nadie toma por sorpresa saber que no sale victoriosa de esta. Los personajes, lejos de deshacerse de los estereotipos modernos del cine de acción, son presas fáciles del sin sentido, marionetas que corren y asesinan para preservar sus vidas. Con suerte, a diferencia del millar de flojas propuestas en el género, aquí las relaciones entre los personajes contienen un sentido de humanidad, lo que automáticamente provoca que, en algún punto del filme, nos preocupe el destino de estos ficticios individuos.
El peso antagónico, sospechosamente, no cae sobre un actor en específico, sino atañe enfáticamente a la perversa intervención del gobierno en el experimento. Es uno de los pocos puntos fuertes del filme, no obstante, tal como los personajes, la superficialidad de este “villano” ni siquiera intenta combatir los pronósticos de la audiencia, cayendo, una y otra vez, en una carrera a contra reloj, una carrera perdida.
Y'lan Noel interpreta al típico gánster/héroe de acción de buena forma, con una extraña simpatía que termina resonando entre la audiencia. Tristemente, Dimitri, su personaje, es retratado como un hombre violento y vengativo, dos adjetivos que desentonan con la concepción de salvador en este tipo de filmes. Lex Scott Davis es quien entrega la mejor interpretación, incluso si su personaje no termina siendo algo más que chica indomable; sí, obtiene un impulso argumental especial, pero, al final de la función, es otra chica final que debe ser salvada por un súper-hombre. Mugga, el habitual comic-relief afroamericano de las comedias de horror, hace bastante bien su trabajo, es una adición positiva para el melodrama que baña cierta parte de la historia.
Estoy absolutamente seguro de que este filme será recordado por, uno, ser el implacable asesino de una prometedora premisa, y dos, por el monumental desaprovechamiento de Marisa Tomei. Le han cortado la lengua a Tomei y eso es un error imperdonable. En los primeros dos actos, la auténtica creadora de esta “catarsis social” no pronuncia más de seis líneas— la primera de ellas, sobre una ofensiva pantalla verde, —y en cuanto el tercer acto arranca, un evento toma lugar y destroza todo. La nueva tía May pudo haber sido una antagonista de ensueño, obviamente, con un diseño y tratamiento digno de admirar; desafortunadamente, solo fue el pecado más grande de una destartalada tragedia.
“The First Purge” de Gerard McMurray es un thriller del montón; un vehículo acelerado y ambicioso que no erige ni siquiera el tétrico y atrayente espectáculo visual de DeMonaco. Lo que sí consigue es dar, por lo menos, un obtuso toque de complejidad a una premisa que ha dado sus últimos respiros, revistiendo un contexto rico en posibilidades que difícilmente vuelva a resurgir. Después de un periodo insufrible de casi siete horas— la duración de los cuatro filmes pertenecientes a esta franquicia —ha ocurrido algo insólito: el experimento ha expirado. Con la siempre agresiva imaginería pulp de DeMonaco y el perfeccionamiento de algunas intenciones narrativas de McMurray, un violento pero jugoso coctel cinemático pudo haber salido de toda esta locura, desafortunadamente, tal utopía nunca será una realidad, el experimento ha acabado.