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    Thelma
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Thelma

    La transgresión y el deseo

    por Carlos Losilla

    El segundo largometraje de Joachim Trier, Oslo, 31 de agosto (2011), fue saludado en su momento como un ejercicio minimalista, un 'remake' de Fuego fatuo –la película que Louis Malle realizó en 1963— en el que se ponía en juego la situación europea del momento a través de una peripecia dolorosamente individual. Nada más lejos de la realidad, como han demostrado después tanto El amor es más fuerte que las bombas (2015) como Thelma (2017), esta última presente en el último festival de Sitges, donde obtuvo los premios al mejor director y al mejor guión. Trier es un cineasta ambicioso, a veces pomposo, que ya en Oslo… utilizó algunas herramientas del cine de aquel instante para construir una gran metáfora y en El amor… llevó el melodrama a sus últimas consecuencias, en el marco de una gran producción europea rodada en inglés y con estrellas internacionales. Thelma, en este sentido, parece un retorno al hogar, a la pequeña industria noruega en connivencia con inversores franceses, pero también resulta engañosa: en apariencia un relato espiritual en la tradición nórdica de Carl Theodor Dreyer, se trata finalmente de un artefacto puramente posmoderno, una película sobre la adolescencia disfrazada de itinerario místico que al final no puede sustraerse a la tradición del 'fantastique'. 

    Thelma es una adolescente tímida y retraída, sometida a la tiranía de un padre quizá excesivamente religioso y una madre depresiva, todos ellos marcados por una tragedia de la que la joven parece responsable. Cuando ingrese en la universidad, sin embargo, descubrirá un horizonte más allá de su pequeño mundo, que incluirá su enfrentamiento tanto con una sexualidad hasta entonces reprimida como con aptitudes presuntamente paranormales. Trier no esconde en ningún momento sus cartas. Cuando quiere convertir a su heroína en una virgen mística, recurre a elementos del cine de terror que acercan la película a cierta tradición del cine del norte europeo, como decíamos, pero también a Carrie (1976), la obra maestra de Brian De Palma. Y cuando opta por la vertiente fantástica, nunca deja de lado el misterio que encierra su protagonista, mezcla su presunta condición milagrera con la posibilidad de una inclinación más bien demoníaca. Pues bien, ahí reside lo mejor de Thelma, esa capacidad para mezclar tonos y géneros, para provocar equívocos, para construir un universo indefinido en el que la cotidianeidad y su trascendencia se mezclan sin vergüenza ni pudor algunos, con una fluidez a veces extraordinaria. 

    Es una lástima, por tanto, que el equilibro –también milagroso— que Trier intenta imponer a sangre y fuego, esa ambigüedad pretendidamente perfecta, acabe rompiéndose en la parte final, presa de una sucesión de acontecimientos que quieren definir los contornos del film y finalmente los hacen estallar, saltando de un registro a otro en un final que no parece tener fin. Es ahí donde se pone en evidencia la ambición de Trier, esa ambición que siempre acaba por estropear parcialmente sus películas, por convertirlas en objetos grandilocuentes a su pesar. Thelma tiene muchas cualidades, posee escenas inquietantes y prometedoras, dibuja un personaje complejo que le permite hablar de muchas cosas, desde la sexualidad adolescente hasta los límites del género, lo cual la emparenta con algunas de las películas de otro nórdico ilustre y de apellido idéntico, Lars von Trier, que también suele poner en escena personajes femeninos que trascienden la cotidianeidad a través de una capacidad de deseo ilimitada. Pero los cineastas no deben ser así, no tienen que albergar demasiados deseos: solo saber poner en escena. Y ahí es donde Joachim Trier pierde a veces el control y donde Thelma se queda en una apuesta aceptable cuando hubiera podido ser una gran película. 

    A favor: Una ambigüedad que la hace misteriosa y atractiva, como a su protagonista y a su actriz, una extraordinaria Eili Harboe. 

    En contra: Que Joachim Trier no acabe de creerse esa misma ambigüedad y no la lleve a sus últimas consecuencias.

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