El otoño del patriarca
por Paula Arantzazu RuizLas celebraciones familiares funcionan en la ficción como espacios catárticos, que revelan tensiones y secretos ocultos, para ejercer de frescos metafóricos de una sociedad en crisis. De Celebración (1998), de Thomas Vinterberg, a Sierra Nevada, de Cristi Puiu, o la cinta que nos ocupa, En tiempos de luz menguante, adaptación de la novela homónima de Eugen Ruge por parte del veterano televisivo Matti Geschonnek, en todas estas películas los encuentros familiares sirven para radiografiar el estado de un lugar y un tiempo, el Zeitgeist de esos últimos días del comunismo, justo, y no es baladí la cercanía, cuando queda un año para que se cumpla el 30 aniversario de la caída del muro de Berlín.
De hecho, En tiempos de luz menguante nos sitúa en el Berlín de la RDA a pocas semanas de la caída del Muro, para hablarnos del 90 cumpleaños del patriarca Wilhelm, un comunista irredento al que homenajean familia, camaradas y amigos. Geschonnek avanza con letanía en el relato de Ruge y durante la primera hora la película se encarga de presentar a los personajes y los motivos y frustraciones que los acompañan, para que ya en el segundo tramo del filme la decadencia estalle por completo. Geschonnek, por fortuna, se aleja de la gran trama, con idas y venidas en el tiempo, de la novela original para centrarse en ese único día de celebración y retratar, así, según los cánones de la tragedia clásica, la caída de un sistema de pensamiento y de vida. Así como cae la robusta mesa de la que el presume el patriarca, mesa de gala y ostentación, pero, a la postre, vieja y roída por el paso del tiempo, también lo hace un hombre a quien su entorno le está pidiendo que por fin dé el relevo.
A favor: Su mirada lúgubre y suntuosa.
En contra: El tono escénico de la propuesta.