Otro cuento (ligero) de Tokio
por Quim CasasYoji Yamada vuelve a Yasujiro Ozu tras haber realizado con Una familia de Tokio (2013) el remake de Cuentos de Tokio (1953). Pero ahora lo hace de manera menos sosegada, más cómica, para tratar las relaciones entre los miembros de una familia desde la perspectiva de las diversas generaciones que la integran. Al final, cuando los muchos conflictos mostrados a lo largo de Maravillosa familia de Tokio han recuperado cierta calma, cierta armonía, aunque ello también haya implicado más de una renuncia, el padre de la familia ve por televisión la citada Cuentos de Tokio. No es solo la señal de que no debemos olvidar de donde procede Yamada cuando contempla los conflictos entre esposas y maridos, padres e hijos, hermanos y hermanas, suegros y yernos, ancianos y jóvenes. No, no es solo eso. Porque la secuencia seleccionada del film de Ozu es aquella en la que el viejo protagonista le da las gracias a su joven nuera por ser la única que de verdad ha estado junto a él durante el luto por su esposa. Y eso le ha ocurrido también al protagonista de Maravillosa familia de Tokio: frente a la crisis, la prometida de uno de sus hijos ha sido la única capaz de decir algo que valga la pena, escucharle y comprenderle.
Cerca pues de Cuentos de Tokio, también de su reverso hollywoodiense, la igualmente magnífica Dejad paso al mañana (1937) de Leo McCarey –son las dos películas que mejor han tratado la soledad de los mayores ante la indiferencia y egoísmo de los hijos–, el filme de Yamada prefiere al mismo tiempo tomar distancia en relación a la carga dramática de ambos títulos para envolver de una patina ligera y festiva, no exenta de ironía, la historia.
Antes hablábamos de crisis. Hay varias en el relato, suscitadas por la timidez, los celos, la ambición o el cansancio de una vida que se quiso pero ahora se ha transformado. Esta última es la principal, el conmutador que mueve todas las demás: la madre le pide el divorcio a su marido tras cinco décadas juntos porque no aguanta más sus gestos egoístas y cotidianos.
Cómo ocurría en el melodrama de Sirk Sólo el cielo lo sabe, quienes peor reaccionan ante una decisión tan radical de la madre son los hijos, contemplados casi siempre en este tipo de relatos como elementos conservadores: no quieren que sus padres se divorcien para que sus vidas sigan por el cauce prometido, lo que les impide entender en todo momento las razones que llevan a la madre a solicitar el divorcio. Tampoco ayuda la forma que tiene el padre –personaje simpático pero clasista y machista, aspectos, en todo caso, que deben matizarse cuando desde Europa observamos la cultura patriarcal japonesa– de encarar el conflicto que su esposa le plantea.
Y así, entre vasos de sake en el bar, reuniones familiares, ridículas peripecias detectivescas y la sombra alargada del divorcio, se desarrolla una película pequeña, voluntariamente alejada del fulgor dramático de Una familia de Tokio, La casa del tejado rojo o sus tres filmes de samuráis sin señor a quien servir.
A favor: La ausencia de solemnidad al encarar conflictos solemnes.
En contra: Cierta dispersión entre personajes y un tono a veces demasiado ligero.