Corrupción e inquina
por Quim CasasEl tercer largometraje en solitario de Rodrigo Sorogoyen está más cerca de la agitación del segundo, Que Dios nos perdone, que de la pausa del primero, Stockholm, aunque no tiene el desgarro dramático de aquella peripecia protagonizada por dos policías disfuncionales a la caza de un asesino en serie en el Madrid del 15-M. El contenido político es mucho más explícito en El reino, escrita como la anterior entre el director e Isabel Peña. El título ya alude al reino del penúltimo partido político que ha gobernado en España, la España actual, la de la corrupción del PP, sobre todo el valenciano (aunque nunca se digan nombres ni se identifiquen figuras concretas).
El estilo es el de un thriller híper-nervioso en consonancia con el vértigo de estos personajes abocados al desastre tras haberse hecho ricos con todo tipo de amaños, concesiones, licencias, chantajes y sobornos. La agitación de la cocaína, las comidas pantagruélicas como la de la primera secuencia, las fiestas desbocadas. El montaje cortante de Sorogoyen queda reforzado por el empleo de una música electrónica nada abusiva ni invasiva, en sintonía con ese desenfreno del éxito de este tipo de personajes ambiciosos y corruptos convencidos de que nunca van a pillarles.
En este sentido, El reino tiene algún punto de contacto (temático y musical) con El hombre de las mil caras, el thriller de denuncia –o filme político de denuncia con modos estructurales del cine policíaco– realizado por Alberto Rodríguez en 2016 inspirándose en el caso Paesa. La visión de Sorogoyen, a partir de figuras inventadas que surgen de la realidad, es menos abstracta de lo que podía suponerse: es como un tratado con luz y taquígrafos de la convulsa y reciente realidad política española, a la vez que un drama clásico de arribismos y traiciones que hace palidecer las estratagemas del clan Borgia.
Quizás el discurso general sobre este entramado, en el que pueden caer algunas de sus piezas básicas pero el sistema se mantiene igual, no necesite de la última secuencia, un cara a cara entre el protagonista, Alberto de la Torre, un vicesecretario autonómico que se da el gran batacazo cuando aspiraba a subir muchos peldaños de golpe en el partido, y la periodista televisiva que interpreta Bárbara Lennie, representante de unos medios de comunicación mucho más incisivos que idealistas a la vieja usanza.