Las caricaturas son esos dibujos que realzan del objetivo, generalmente una persona, aquello que le es más propio, que es sobresaliente en él, que es casi en algunos casos sobrenatural, increíble, irreal.
Pues bien, eso está haciendo Adam McKay, al menos en las dos películas suyas que yo he visto, y que le han dado justa y merecida fama. Si en “La gran apuesta” se escenificaba una delirante carrera en pos del dinero con dialogos extremados, actitudes de guiñol y personajes rozando el comic, en ésta, “El vicio del poder”, la intención es la misma, pero en vez de buscar dinero, buscar poder. ¿Para qué? No se sabe, nadie lo sabe.
Detrás de estas dos películas entreveo a un hombre flipado, estupefacto por como la vida cotidiana norteamericana fluye a pesar de la gente que la dirige. Ambiciosos, crueles, ineptos, infantiloides, borrachos, que si bien se mira ya existían en la Edad Media, en las cavernas, es decir siempre.
Y esa extrañeza es como un reto para Adam McKay, que lo plasma en una película para que se vea por todo el mundo y a ver qué pasa.
Pues no pasa nada. Habrá que esperar a la próxima. A ver si es capaz de conseguir que nos preocupemos, nos alarmemos y votemos a otros partidos y otros dirigentes. Aunque no deja de ser una amarga ironía que mientras vemos al garrulo que interpreta Christian Bale y al estúpido que da vida Sam Rockwell, Donald Trump esté gobernando el país.
Nos pone Adam McKay las fotos de los bombardeos, las de las victimas de esas guerras tan gratuitas que estos dos personajes promovieron y uno parece oírle decir ¿Qué más queréis, que desde la pantalla os salpique la sangre, oler cuerpos desmembrados con los intestinos reventados? Porque eso es lo que los seres desalmados que dirigen este mundo suelen ir causando.
Se rinde de alguna manera cuando al final del film decide que el protagonista se vuelva para la cámara y nos pida cuentas, a nosotros, a los que le votamos y lo pusimos ahí. ¿Y para qué me pusisteis? ¿Para qué? Se/Nos pregunta él.
La última canción de la banda sonora es la guinda del pastel.
Pero aún así siguen acudiendo las abejas a un panal de rica miel. Tantos que Trump quiere construir un muro. Esto no hay quién lo entienda. De ahí las caricaturas de Adam McKay.
Para acabar, si no se le da a Christian Bale el “Oscar al mejor actor”, o es que hay otro actor por ahí que lo hace colosal o definitivamente “Los Oscar” son una mierda de premios. Está prodigioso. Gestos, muecas, actitudes, un trabajo memorable. En justa reciprocidad al magnífico trabajo de maquillaje, otro Oscar.
Una obra maestra. Y no sólo de cine.