Allende las aguas del primer amor.
¿Quién se atrevería a refutar que este sentimiento universal no habita en el alma y mente de cuán ser pensante? En cualquiera de sus variables o posibles presentaciones, ha servido de verbo y predicado desde el génesis del ser humano, por ende, ha sido recogido y representado por el sujeto en infinitas maneras que llevan por nombre: arte. He aquí una cuestión: ¿Qué forma de arte no encierra amor por la realidad, por la ficción, por lo utópico? Pintura para reflejar la hermosura de la naturalidad, escultura para simbolizar la prolijidad de los cuerpos, música para interpretar el poder de los sonidos, danza para alabar la sincronía de los movimientos, escritura para digerir las fantasías de la humanidad. Del mismo modo, el séptimo arte, aquel que apela a todas y cada una de estas, también ha tenido oportunidad de entrar en la colada. Concibiéndose como una imitación de la realidad, el cine ha abierto puertas a historias de cualquier índole, presentando el requerimiento de tres componentes claves (introducción, problemática y superación) que se ven motivados con vehemencia por la pasión a la producción audiovisual y a la vida. Fabulas ideadas por humanos, con humanos y para humanos. Lo que hacemos nos ata como sociedad, crea un espíritu de comunidad, todos sobrevivimos a costa de otros, y esos mismos de otros, es una cadena cíclica que nos unifica y no nos damos cuenta, lo haremos, cuando la implacable aceleración materialista y el predominio del yo releguen sus compulsivas fuerzas ante el amor. Algunos ambiciosos filmes han querido reflejar esto. Sin embargo, otros filmes, más ambiciosos aun, han decidido incursionar por caminos recorridos pero planteando visiones sinceras, limpias, reales sobre las relaciones, inimaginables ante los ojos de los desesperanzados. Tal es el caso del intimista Luca Guadagnino y su más reciente filme estrenado en la antepasada edición del Sundance Film Festival, una historia que respira deseo, pero también reconcomio.
Adaptando uno de los libros más emblemáticos de André Aciman, la historia nos invita a los días más calurosos del verano de 1983 al norte de Italia, sofocantes jornadas por las que Elio, un chico americano maravillado por la música y su historia, transita perezosamente transcribiendo partituras y flirteando con algunas chicas. Sin embargo, sus monocordes vacaciones darán un giro ante una visita inesperada, la cual, sin llegar a imaginarlo, llenaría de color, placer y dolor la vida del zagal. Se trata de Oliver, un culto estudiante que en pos de su doctorado, se hospeda en la veraniega mansión de los Perlman con el fin de servir de ayudante al padre de Eliot, un profesor especializado en cultura greco-romana. Con el abúlico paso de los días, la amistad de los dos jóvenes se ira fortaleciendo sin control, viviendo no solamente un agradable rato de ocio sino también el despertar de la maduración sexual, la aceptación del destino y la formación de una identidad, eventos que afectaran las rutinarias pero especiales vidas de cada personaje, en específico, de los protagonistas de este viaje transformador.
Hay pésimos, malos, regulares, admisibles, buenos y excelentes guiones adaptados. Este pertenece a esta última pistonuda categoría. Adaptar a Aciman no es fácil, diría que sería un material infilmable, y no precisamente en términos visuales, en realidad, es el peso narrativo y emocional el que exige una adaptación fehaciente. El escritor estadounidense de “Eight White Nights” ha manifestado en el papel una particular exquisitez describiendo las situaciones, emplea lenguaje y técnica de manera tan compacta y funcional que las palabras parecen cobrar vida en imágenes, en imágenes reales. Es por esta razón que el guion de James Ivory merece reconocimiento de oro, pues, al deber estar a la altura de la visión del autor, el nivel de exigencia era considerablemente mayor, sin embargo, no existió riesgo alguno aquí. Partiendo de un molde acostumbrado pero eficaz, la historia tiene una estructura tradicional hasta llegado el tercer acto, pues, la resolución parece devolvernos, surgiendo más problemas, sabiendo que, tales dificultades son mecanismos del autor para representar una verdad irrefutable: la vida real no es un cuento de hadas y nunca lo será; al menos, aquí alcanzó a serlo por media hora. Son varias las herramientas implantadas en el guion que demuestran un cambio radical para el género del romance, pues, tal como “The Big Sick” lo hizo, expone el florecimiento de una relación en una verdad tangible, es decir, dentro de un panorama en el que cualquiera de los asistentes podría vivir, de vecinos antipáticos, destinos implacables, decepciones que se transforman en esperanzas. Muchas veces finaliza de manera “realista”, pero no nos adelantemos, y regresemos al principio. La historia de Elio es sencilla, no plana, es un chico como cualquier otro, resignado a las emociones y calores de la canícula en la casa vacacional de sus padres; leyendo, tocando, tomando un baño en el gélido rio y pedalear por entre los emblemáticos callejones mediterráneos. Lo entrañable y formalmente importante sobre este personaje llega con la aparición de Oliver, pues es él quien desencadena el íntimo viaje que emprenderán el protagonista y el espectador. Desde las primeras escenas el joven conecta con la audiencia por medio de su sencillez, candidez y austeridad, es un adolescente que simplemente vive su verano, y luego posiblemente el otro, y el otro, y así del mismo modo hasta que se encasilla en el grupo de personas que viven por vivir y mueren como respuesta del destino. Oliver es la llave de un necesario abismo, pues no solamente significa el despertar de una nueva dimensión sexual, sino también el despertar de la maduración, la aceptación, del dolor de ver feliz a la persona que amas. Y es que vemos como la vida de Eliot se reconstruye cada vez que está en compañía de Oliver de manera tan ordinaria pero bella que retrata lo que muchos jóvenes pueden estar experimentando ahora. Ivory no se deja sobornar por la superficialidad sexual o el anodino planteamiento de la sodomía, él extrae del libro lo necesario para levantar cada línea con paciencia, con lentitud pero con un ritmo encandilante que logra que el espectador, independientemente su género o identidad sexual, se vea reflejado en los mortales deseos amorosos de este par de personajes, nos vuelve cómplices de un espinoso espiral que finaliza en un punto concertantemente fantástico. No hay catarsis completa para Eliot pues el filme no representa una experiencia purgadora para nadie, lo que pretende la película es mostrar la vulnerabilidad de los sentimientos, no importando raza, color o sabor; somos indelebles ante el peligro, siempre podremos ser cazadores pero también presas. Por lo que respecta a Oliver, desde una perspectiva distante y bastante objetiva muchos lo identificarían como un personaje de apoyo, y aunque en parte lo es, el escritor conoce muy bien como brindar importancia argumental al limitado grupo actoral que aparece en pantalla, por lo que este no se siente como una mera adición, como una herramienta, es alguien vital para la historia, alguien que igualmente experimenta descubrimientos no solamente sexuales sino emocionales, es una invención tridimensional que desea tener un “amor de verano”, aun así esto quiebre las leyes de su vida. Al final, muchos podrían pensar que Oliver tiene un final feliz, sin embargo, ante una mirada más aguda y comprometida, se concluye plenamente y con certeza que no es así, comprenderán si analizan a fondo la escena de la charla telefónica, no es alegría ni simplicidad lo que denota sus voces, las cuales han cambiado.
Mención aparte obtienen ciertas escenas que sencillamente rayan lo memorable. Las imágenes logran adquirir una solida posición en la historia, por ende, la concepción y el planteamiento de determinadas juegan un rol vital, consiguiéndolo de maneras tan diferentes pero poderosas. Desde frases que irradian vitalidad hasta diálogos que expelen poder, cada momento construye un pilar más para la historia, pues por más insignificante que parezca— al ojo del espectador corriente son abundantes, — guardan un significado intrínseco correlacionado con el avanzar de la trama. He seleccionado uno y no al azar y se encuentra protagonizada por Eliot y un durazno. Pero ¿Qué disruptivo y perturbador tiene un melocotonero, como lo habría dicho Oliver: (del latín malus cotonus, «manzana algodonosa» —en alusión a la piel del fruto—)? Bastante. Aquellos que hayan visto el filme entenderán de inmediato sobre que les hablo y es que aunque parezca que esta escena simplemente encuentre su motivo de ser en el manía de incomodar a la audiencia, no es así, antes bien, su significado expresas las dudas y las experimentaciones que cruzan por la cabeza de Elio a raíz del momento de vida en el que se encuentra, esta escena insinúan las elecciones de Elio. Es un momento que fuera del morbo o estupefacción que provoca ha quedado grabada en mi cabeza, y no solo en la mía, pues es curioso escribir en el mi navegador “peach” y toparme con contenido relacionado con la película. Curiosamente, no todas las situaciones interesantes tienen que ver con las intrépidas escenas sexuales, pues aunque en este campo se desliza bastante bien, son aquellas en las que la realidad nos escupe en la cara, en la que vemos reflejado nuestro pasado o nuestro presente. Sin lugar a dudas, un logro íntimo e importantísimo para la escritura adaptativa cinematográfica.
Actoralmente es un deleite, de antemano, predicho. Timothée Chalamet esta fenomenal como Eliot, la sinceridad y fidelidad que el joven actor— quien participa en dos de los filmes nominados en los Premios de la Academia este año— le impregna al personaje extraído de la paginas son abrumadoras, estableciéndose como el joven promesa del momento, pues con esa escena final ratifica un tour de force interpretativo encomiable. No hay duda de que sin su sencillez y natural carisma el filme no sería el mismo, es más, no sería nada pues Chalamet es la película entera, su interpretación se roba todas las miradas, incluso aquellas que iban dirigidas hacia el enorme— figurada y literalmente —Armie Hammer. A lo largo de los años, hemos visto que Hammer, intérprete californiano, ha sabido nivelar los papeles que toma, es decir, no se ha decantado rotundamente por papeles independientes pues de pasar de las historias hiperactivas de Guy Ritchie ha conseguido llegar a las ferocidad narrativa de Boots Riley. Con Oliver parece que el actor se ha puesto un gran reto, uno que significa transmutarse internamente con sensibilidad y complejidad moral. Hammer hubiera podido acaparar mucho más la atención si su personaje no estuviera atado a las acciones del protagonista, sin embargo, con el gran trabajo realizado, de igual manera se puede notar un entrega embriagante e incluso cautivadora. Sin hesitación, la química entre este dúo de actores es apabullante y realmente inesperada, absolutamente ni una de las escenas en las que comparte pantalla se sienten sintéticas, ridículas o innaturales, tampoco aquellas en las que el erotismo prima, cada parte es propulsada por el compromiso y el talento de estos apasionados actores, que, sin ser necesariamente homosexuales, hacen un retrato bello e intimista de lo que el amor significa, sobrepasando barreras o estigmas. Cabe mencionar el trabajo fascinante de los padres del protagonista, Amira Casar y Michael Stuhlbarg, en especial la del padre ya que su última escena, llena de entendimiento y poder, expresa y encierra aptitudes poco habituales.
Otro pilar fundamental, verdaderamente fundamental se llama Luca Guadagnino. Si algo sabemos sobre el cineasta siciliano es que no es mezquino a los relatos de amor, las palabras ‘frívola’ o ‘plástica’ jamás serán utilizadas como adjetivos para describir sus historias. No por nada el realizador se dejó seducir por el potencial que la obra de Aciman poseía, era una oportunidad grandiosa y más que un compromiso con su trabajo, era un gusto y una deuda con su tierra, una promesa que en ella residía. El hombre que usaba de musa a una siempre fabulosa Tilda Swinton en proyectos como “A Bigger Splash” o “I Am Love”— extrañamente no colabora de alguna manera en esta ocasión, — fue quien encaminó y erigió lo que es la adaptación cinematográfica de “Call Me by Your Name”, él consigue equilibrar drama y comedia de manera tan orgánica que no se siente el paso de las dos horas y doce minutos, la percepción del tiempo es nula gracias a la humana y efectiva inmersión que el realizador nos ofrece a experimentar desde los créditos iniciales, aquellos en donde los nombres de los sorprendentemente pocos involucrados se dibujan sobre fotografías de esculturas griegas y romanas al son de piezas vibrantes. La sensibilidad y el hermetismo del cineasta hacen del filme una experiencia irremplazable, pesimista y maravillosa, profunda y divertida, reflexiva y peculiar; sin duda, el mejor filme del director y del género en años.
El naturalismo y la espectacularidad de las imágenes son predominantes en la obra, es evidente que se denota el orgullo del director al grabar en su madre patria, pues se deleita dejando la cámara en posición estática incluso tiempo después que los personajes han salido del marco. Abundan los colores tranquilos e insignes de la cultura itálica, el amarillo claro del verano o el verde trébol de los paisajes naturales se perciben y disfrutan gracias a la fina y comunicadora mirada del cinematógrafo tailandés Sayombhu Mukdeeprom y todo el departamento de arte y producción liderado por Roberta Federico. Adoptando como regla el uso de un solo par de lentes específicos, mayoritariamente para los pasajes más hermosos del país, el equipo creativo teje una obra visualmente intrépida y artísticamente única, pues además de dar a conocer involuntariamente una cultura ya de por si clásica, entrega imágenes que expresan más que las palabras, a saber, insertan mensajes tácitos, obligando al espectador a codificarlos y apreciarlos. Visualmente no es un filme fácil, mucho menos prolijo, la verdadera belleza se encuentra en la carencia de artificialidad, todo es rotundamente vivaz, acorde a la belleza de la escritura, proponiendo ángulos y constantes desenfoques para posarse en el punto focal que necesita, una estrategia hábilmente funcional; asimismo, consigue representar esa aura íntima y relajada del libro, alterando mínimamente el contenido de este, retratando con tino incomparable la historia y sus propósitos, una cachetada para “Fifty Shades of Grey”, aunque, ni punto de comparación.
En el apartado musical también se desenvuelve bastante bien, con la anomalía de presentar dos composiciones atrapantes y completamente premiables. Cada año, he coincidido con la ganadora a mejor canción original en los Premios de la Academia, pues sin pensarlo termino escuchando una y otra vez la melodía memorable de determinado filme. Ya pasó el año pasado con ‘City of Stars’ o ‘Audition’ de “La La Land”, ahora, algo extraño sucede ya que aunque “Mystery of Love” de Sufjan Stevens participa con grandes competencias provenientes de los filmes de Disney, Netflix y otros estudios independientes, presiento y considero que bien sea “Remember Me” de “Coco” o la fabulosa canción de este filme deberían llevarse un hombrecito dorado a casa. Ambas trasmiten vulnerabilidad y poder al mismo son, tristeza pero felicidad, estas dos melodías tienen un claro significado en el momento en que son emplazadas, haciendo su función de manera majestuosa. Una de las composiciones más hermosas, íntimas y especiales del año.
Personalmente, “Call Me by Your Name” podría ser el “Brokeback Mountain” para una nueva generación y no por su enfoque realista hacia el retrato de la virilidad o la importancia de los sentimientos de cualquier persona, sino por la vastedad de mensajes (verdades) que con un historia sencilla pero profunda los responsables desean trasmitir y generar un cambio.
“Call Me by Your Name” de Luca Guadagnino vivifica de nuevo las historias de amor homosexual en el cine por medio de un coming-of-age anonadante, liderado por una interpretación aterradora de Timothée Chalamet y un ojo sagaz y muy personal de un director que tonifica su filmografía, al tiempo que es una de las adaptaciones al cine más fieles y emocionales del último siglo, demostrando que aun cuando se tenga una base preestablecida, la originalidad, la pasión y la creatividad en el campo artístico son vitales para que una producción llegue a un nivel mucho más alto de lo esperado, aquí, un ejemplo. Dejando tabúes atrás, este filme es una de las obras sobre adolescentes en cuanto al despertar y correcto tratamiento de una historia de amor homosexual más humana, magnética y real que he visto en mi corta vida, una que da pie para que más osados y talentosos escritores, actores, directores o cualquier tipo de artistas alcen la mano y digan: aquí estoy y esta es mi historia.