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    78/52: La escena que cambió el cine
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    78/52: La escena que cambió el cine

    Anatomía de un asesinato

    por Marcos Gandía

    Cuando Alfred Hitchcock metió en la ducha de un lúgubre motel de carretera a Janet Leigh, la estrella de Psicosis, para que fuera violada-ejecutada con un cuchillo-pene por un edípico voyeur, estaba logrando la perversión perfecta: ponernos en la piel de la víctima y también en la del asesino. O sea: Hitchcock, esa mente maravillosamente enfermiza, nos obligaba a violarnos y a asesinarnos a nosotros mismos, y a que nos corriéramos mientras eso sucedía. Monumento a la escopofilia como una de las bellas artes, más que el asesinato, esa secuencia, por descontado que indiscutiblemente mítica, nos enfrentó a nuestros subconscientes a la postre que se convertía en el mejor ejemplo de lo que es en esencia el cine: una cuestión de piel, de agallas y de posesión.

    52 planos milimétricamente diseñados por Saul Bass (y que sin la música de Bernard Herrmann tampoco habría sido lo mismo) en un story board que sigue siendo el manual obligatorio de cualesquiera que pretenda dedicarse al cine y concretamente a suscitar en el público emociones profundas, casi heridas de arma blanca, o desgarros sodomitas, y que este apasionante documental deconstruye con la tórrida frialdad psicopática de un forense (necrófilo, por supuesto) ante un cadáver exquisito. En el aspecto de cinefilia y cinefagia 78/52 satisface con creces el apetito goloso del espectador engañado (violentado, atacado, sometido, entregado) que necesita ver la trastienda del truco final de un habilidoso mago, y asimismo compartir sus teorías con otros gurús del séptimo arte (Guillermo del Toro el más por la labor).

    Sin embargo, lo que de verdad convierte en otra cosa a este documental, otra cosa que no es sólo la de un buen documento sobre una película, una escena, su impacto, su ejecución y su sombra gigantesca proyectada en el cine moderno desde 1960, es la minuciosa disección de la mente de Alfred Hitchcock y de cómo nuestro consciente y subconsciente ven al cuchillo rasgar la blanca carne de Marion Crane cuando jamás le toca. Y cómo asumimos que estamos ante una violación más que ante un homicidio, ante una psicoanalítica ejecución de un objeto de placer inalcanzable, ante el sacrificio del objeto de nuestros pecados, seguramente ante la crucifixión de un Jesucristo femenino y desnudo. Las filias de ese genio que logró que deseáramos que un violador y estrangulador de mujeres (el de la magistral Frenesí) recuperara un delator alfiler de corbata. 78/52 es un puzle que volvemos a montar para volver a darnos cuentas de que somos monstruos. 

    A favor: Su psicoanalítica capacidad de volvernos a atrapar en la enfermiza escena. 

    En contra: Algún que otro testimonio no se entera de nada.

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