Mi cuenta
    La mujer del animal
    Críticas
    3,5
    Buena
    La mujer del animal

    El mal y el silencio

    por David Saavedra

     El colombiano Víctor Gaviria se toma su tiempo a la hora de rodar. Han transcurrido trece años desde “Sumas y restas” (2004), diecinueve desde “La vendedora de rosas” (1998), pero en cada nueva película consigue noquear de nuevo, dejarnos muy mal cuerpo después de introducirnos a puñetazos visiones críticas, duras, nada complacientes, sobre la realidad de su país y, en general, sobre la crueldad humana. “La mujer del animal” se basa en hechos reales, aunque lo preocupante de lo que cuenta es que no se trata de un caso aislado, sino de algo casi asimilado como normal en ciertos estratos de la sociedad colombiana.

    La trama se inicia en 1976, en un suburbio deprimido de Medellín. Amparo, apenas una niña, ha llegado allí para vivir con su hermana, escapando del internado de monjas en que estaba recluida tras sufrir un castigo por disfrazarse de Virgen. Pero lo que no sabe es que allí le espera un cautiverio y una pena muchísimo mayor. Su primo Libardo, apodado “El Animal”, la drogará, raptará y violará, manteniéndola encerrada como su mujer-esclava para siempre jamás (o esa, al menos, es su intención). Amparo no vislumbra escapatoria posible porque, a la crueldad de su raptor, hay que sumar la actitud de la comunidad, que mira hacia otro lado, entre amedrentada por El Animal y su séquito de matones y vigilantes, y cobardemente tolerante con el mismo. La película adquiere connotaciones de drama real escabroso y también de agobiante, negrísima fábula de terror, pero donde obtiene más potencia es en la crítica social, operando casi como metáfora sobre la culpa del pueblo colombiano a la hora de permitir que la violencia se perpetúe.

    Gaviria lo rueda de modo neorrealista y, como es habitual en él, con actores no profesionales (excelentes tanto Natalia Polo como Tito Alexander Gómez). No escatima nada a la hora de mostrar la crueldad de modo frontal y, sobre todo, plasma una sobrecogedora relación de dependencia y salvajismo muy difícil de digerir. Puede, de hecho, que el director cargue demasiado las tintas en las dos asfixiantes horas que dura el filme. Se recrea en exceso en la locura y la maldad del Animal y el tormento al que somete a su víctima, pero parece claro que su intención era contar la historia tal como fue, en la cara y sin remilgos, para sensibilizar y remover conciencias.

    Lo mejor: El tono neorrealista, cuasi documental, hace sumamente creíble una historia que podría no serlo.

    Lo peor: Se subtitulan algunos diálogos, con criterios que parecen un poco arbitrarios. ¿Por qué no todos?

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