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    La Enfermedad del domingo
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    La Enfermedad del domingo

    Dos rostros

    por Quim Casas

    Existen los directores que desarrollan un estilo similar sea cual sea el tema tratado. Otros, los considerados autores, acostumbran a incidir en las mismas temáticas y plantear constantes variaciones sobre ellas. También los hay que rompen de tono, estilo e intereses a cada nuevo film. Y los que dan giros en teoría no esperados. ¿Dónde incluir a Ramón Salazar a tenor de lo mostrado en su última película, La enfermedad del domingo?

    La reciente La última bandera, de Richard Linklater, no tiene apenas concomitancias estilísticas con Boyhood, aunque ambas cintas del mismo director traten el paso del tiempo. No es cuestión argumental, es un concepto, y como tal invita a aproximaciones narrativas y visuales distintas. Pero en el caso de La enfermedad del domingo, el vínculo autor/obra se bifurca por otros caminos. O dicho de otro modo, ¿qué relación tienen entre sí Piedras, 20 centímetros, 10.000 noches en ninguna parte y La enfermedad del domingo? La primera se fragmenta en los retratos urbanos de cinco mujeres con un zapato en la mano, la segunda es un musical narcoléptico y transexual, la tercera narra las tres vidas paralelas de un joven y la cuarta, centrada en el choque afectivo entre una mujer y la madre que la abandonó cuando era niña, quizá sea la más clásica, aunque eso es solo una apariencia o el resultado (injusto) de compararla con las otras. Lo más importante: sus sistemas narrativos o utilización de la cámara son distintos.

    Hay directores, artesanos y autores, claro, pero sobre todo hay películas. Cada una es un artefacto en sí misma, aunque esto invalide todas nuestras teorías heredadas de la nuevaolera y francesa política de los autores. Piedras no me gustó. 20 centímetros casi me molestó. La enfermedad del domingo me gusta mucho. Y apenas reconozco en ellas al mismo creador. Salazar no entraría en la categoría de los Ozon, Winterbottom o Soderbergh, que ruedan una película casi siempre distinta cada vez que se ponen tras la cámara. Pero su último trabajo demuestra permeabilidad, indagación, búsqueda de otros temas y, sobre todo, de una manera diferente de resolverlos en imágenes. Si nos ponemos puristas, tampoco tienen nada que ver entre ellas Los 400 golpes y Fahrenheit 451.

    En lo que podríamos definir como ortodoxo, La enfermedad del domingo parece resolverse en un duelo de actrices: muy buenos trabajos de Bárbara Lennie, la hija extraviada y extrañada de sí misma que fuerza el reencuentro con su madre ausente, y Susi Sánchez, quien acepta la petición de la hija de pasar diez días con ella en una casa en la montaña. Salazar ha escrito un texto sugerente y a ratos perturbador, siempre contenido, más interesante en lo que queda sugerido antes que en lo más explícito –aunque la escena en que la hija le lanza a la cabeza una taza, demostrando en ese acto todo el odio acumulado desde los ochos años, es estremecedora–, y tiene a dos actrices que lo bordan tanto en plano general como en primer plano.

    Es, como todo reencuentro, por ira y rencor que haya de por medio, un juego de espejos, por mucho que un personaje sea joven, aunque enfermo, y el otro esté encarando los últimos años de su vida. En la transformación entre ambas, en el reflejo del rostro que mira al otro rostro, está uno de los placeres de esta película completada por el corto El domingo, que funciona como prólogo de la historia relatada en el largometraje. También en muchas de sus imágenes capturadas con una estilizada fotografía en escenarios vasco-franceses, caso del gran tronco con un simbólico agujero uterino o el riel por el que descienden por una ladera nevada.

    A favor: La progresiva tensión y el complementado trabajo de sus actrices.

    En contra: Algunas partes quizá demasiado explicativas.

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