M. Night Shyamalan se debate entre héroe y villano en el capítulo definitivo de su mini-universo de seres extraordinarios.
M. Night Shyamalan, quien sin problema alguno podría ser coronado como el rey de los giros argumentales dentro del panorama cinematográfico del horror y suspenso americano, ha expuesto el más valiente y admirable twist en toda su carrera como guionista y cineasta, increíblemente, por fuera de alguno de sus peculiares y siempre estimulantes análisis audiovisuales sobre la peor de las bestias: el ser humano.
Para comprender el más prodigioso de sus giros, tenemos que remontarnos rápidamente a comienzos de siglo, exactamente cuándo “Unbreakable,” una modesta pero fascinante fusión de drama, suspenso y thriller, estelarizada por dos de los actores vivos más queridos del cine noventero y ochentero, fue estrenada, mucho antes de que el género de superhéroes moderno se empezara a robustecer con la llegada de Batman y Christopher Nolan, siendo esta, además, una de las ultimas afortunadas antes que filmes como “The Last Airbender” y “After Earth” destruyeran su reputación. El cineasta insinuaba regresar mediante un pequeño pero escandalosamente rentable found-footage que tras su revelación dejó fríos a propios y extraños; “The Visit” lo ponía en el mapa de nuevo. Sin embargo, fue con su siguiente proyecto, un feroz thriller psicológico titulado “Split,” que gritaba en frente a todos un glorioso regreso. Resultó ser que una trilogía se estaba cocinando en completo silencio, dejando recados aquí y allá, levantando, frente a nuestros propios ojos, más preguntas que respuestas que solucionaría la última y peor lograda— en comparación a sus antecesoras —entrega del ‘Shyamaluniverse.’
Dejémoslo claro desde ahora: Shyamalan es un ídolo para mí y lo defenderé a capa y espada. Mi deber, no obstante, siempre tendrá que sobreponerse a cualquier acercamiento subjetivo, a cualquier deseo deshonesto. Pero ¿a qué voy con todo esto? Si bien el último tercio de metraje es exasperantemente brillante, imperfecto y polémico como todo lo que rodea al cineasta, pero cinemáticamente fabuloso, el resto del filme es prácticamente un estropicio, una promiscua mezcla de raras decisiones que, en lugar de imbuir una perspectiva nueva y nutrir el ahora empalagoso genero de superhéroes, menoscaba el prometedor ejercicio narrativo y artístico labrado indirectamente por las dos precuelas. Estamos hablando de Shyamalan, un nombre ligado tanto al desconcierto como a la sorpresa; para bien o para mal, “Glass,” filme al que le seguía el paso cuidadosamente, no es el primero en subirse al tren de las decepciones cinematográficas, pero si termina por ser la experiencia más agridulce y, a la vez, emocionante que un amante del cine podrá tener en los primeros dos meses de este nuevo año.
Hay problemas por doquier en el primer y segundo acto, entre ellos la ausencia de algo por el que el director se ha destacado desde sus inicios. En los primeros actos de sus mejores locuras, la historia arrastra un desosiego, un malestar enervante que ilumina el camino para el tan codiciado finale. En los segundos actos, la tensión y la incertidumbre alcanzan límites inimaginables, obligando al espectador a mantener el aliento durante el controversial clímax. Resulta inconcebible entonces que la primera mitad de “Glass” sea un desatinado barullo de escenas planas, carentes de chispa, alma y suspenso, en gran parte por una edición defectuosa, falta de tacto y emoción.
La edición de Luke Ciarrocchi y Blu Murray no es buena, es horizontal y lineal, y el extraño estilo que el cineasta le implanta al relato no facilita la tarea. La introducción de los tres protagonistas, sin rodeos, no es lo suficientemente emocionante ni estilosa para estar a la altura de las expectativas cosechadas a lo largo de los últimos meses. La entrada de “The Beast” es un imagen perfecta de lo anterior: una mezcla poco cuidada de horror artesanal que bebe de las sagas “Paranormal Activity” y”Scream” y de “The Blair Witch Project.” Afecta sobremanera que la historia se cohíba de lanzar su más brutal golpe frente a una clasificación PG-13 comercialmente modificada, enfáticamente en los ataques de la Bestia y alguno que otro encuentro decisivo. Algunas secuencias, como el indulgente e innecesario cameo del director como Jai, un guardia de seguridad que une disimuladamente cada película de la trilogía, son merecidamente descartables, pues a pesar de intentar sincronizar cada historia, no sirve de nada malgastar tiempo en contenido mal manejado.
Sin hesitación hay que decir que la versión juvenil de Charles Xavier salva el segundo acto de ser un total desastre. La intervención a la que me refiero tiene lugar a mitad de metraje entre Kevin Wendell Crumb y la doctora Ellie Staple en el hospital psiquiátrico, y es una excelentemente interpretada, planteada y filmada, es terrorífica, irónica e impresionante al unísono.
James McAvoy se lleva, de nuevo, todas las miradas y elogios. Regresan Patricia, Dennis, Hedwig y algunas de las demás personalidades, las cuales, gracias a la laboriosa interpretación del actor de “Atonement,” se perciben plenamente creíbles, verosímiles a pesar de su imponente físico. Deja mudos a todos la naturalidad con que el intérprete logra saltar de una a otra, en nuestra mente, estamos frente a un actor diferente cada vez. “Split” sigue siendo la que atesore su tour-de-force, pero McAvoy esta fenomenal aquí liderando con una actuación digna de estatus de culto.
Con David Dunn, Bruce Willis— a quien no le pasan los años —soporta un arco dramático sólido, con una conclusión más que gloriosa y un tratamiento si bien torpe especialmente atrayente a costa del gran appeal que el protagonista de “Die Hard” aún mantiene vivo. Willis sigue siendo un justiciero, un marginado, un outsider, lo cual junto al foco de la trama, le permite sacar a relucir no todas sus capacidades interpretativas, pero sí su más íntima entrega actoral.
A estas alturas, es igual de improbable toparse con una actuación deficiente de Samuel L. Jackson y encontrar a algún crítico o reseñista que las evalué como tal; he aquí una excepción. El respetado actor dura la mayor parte del tiempo en una especie de falso estado catatónico que recuerda al Michael Myers del “Halloween” de David Gordon Green, dándole unos insuficientes minutos finales para demostrar, una vez más, quien manda. No es el showcase que uno esperaría, tampoco la peor de sus actuaciones, y aun así, Elijah Price juega un papel clave como la mente maestra gracias a lo que el actor ya había construido en “Unbreakable.”
Sarah Paulson, quien ha sabido administrar su tiempo entre el cine y la televisión, interpreta aquí a la Dr. Ellie Staple. Uno de los más importantes giros argumentales cae sobre su personaje, lo que le da la oportunidad de transformarse mediante un cambio de empatía que a la audiencia le puede disgustar. Su actuación, siempre elegante con su acostumbrado rostro imperturbable y su postura correcta, es contenida, no fabulosa ni dramáticamente explosiva; es un puente más para que la historia avance.
Completan el cast Anya Taylor-Joy, Spencer Treat Clark y Charlayne Woodard, con roles secundarios maltratados y pobremente desarrollados que desaprovechan el potencial de sus actores, en especial el de la feroz joven protagonista de “The Witch.”
Te aseguro que no estarás preparado para la gran “Confrontación”. Hablar de los giros argumentales y de los últimos treinta minutos, para mí, es prácticamente lo mismo. El símil que el filme realistamente ejecuta entre los comunes componentes del comic y la trama misma es fascinante, moviendo la trama dentro de los cánones del comic tradicional. Pero es Shyamalan, así que examina más profundamente. El gran showdown y su correspondiente apéndice no pueden estar mejor, cargados de un poderoso realismo, de un pesimismo que cualquier fanático— porque esta es una película para los fans —tendrá que pensarlo dos veces para aceptar lo que acaba de suceder en pantalla. Asimismo, los modestos set-pieces, las actuaciones de los tres protagonistas y los sigilosos pero agresivos movimientos en la escritura conforman un final glorioso, inteligente y ante todo humano. Y es este último su mayor fortaleza. Subyace un mensaje importante en los tres largometrajes, imperativo por lo que está sucediendo a nuestro alrededor. La resolución de “Glass” lleva a buen puerto el propósito educativo, con un mensaje de aceptación y autoestima cubierto por un subtexto fantástico que termina por ser menos importante que la propia medula de todas estas historias escritas por Shyamalan.
“Glass” de M. Night Shyamalan no es, ni de chiste, una de las obras cumbres del cineasta. Es casi constrictivo haber visto por lo menos “Unbreakable” — con la cual presenta mayor relación— para entender todo lo que esta última entrega, que debería funcionar como un filme integral e independiente tal como “Split”, intenta desempacar. El filme carece de identidad por las extrañas pócimas que mezcla para demostrar que es diferente a cualquier cinta de superhéroes ahí afuera; no es un thriller, un drama fantástico o incluso una cinta de suspenso, es todo y nada a la vez, un perjudicial fenómeno que proviene de un primer acto perezoso, plano y falto de verdadera energía cinemática. Estéticamente, no sobresale; no es un filme de gran presupuesto, pero la producción de diseño de Chris Trujillo y la peculiar fotografía Mike Gioulakis no compaginan en lo absoluto, ni entre ellas mismas ni entre las incursiones más revolucionarias del género. Sin embargo, no todo está perdido gracias a un James McAvoy que se adueña de la función, a un score ligeramente emocionante por West Dylan Thordson— el cual toma prestado descaradamente composiciones de “Split” —, una resolución encomiable y sensible por parte de Shyamalan y un último acto tan bien ejecutado que te dejara confundido, algo que, de una u otra manera, el director sigue haciendo magistralmente.