Después de leer varias críticas, no demasiado amables, sobre la película Elisa y Marcela dirigida por la directora Isabel Coixet y protagonizada por las actrices Natalia de Molina y Greta Fernández, me pregunto qué más quieren. Quizá algunos querían ver de manera más explicita la violencia que seguramente vivieron ambas mujeres en su día a día, que la represión fuera más evidente en su primer encuentro sexual después de tanto tiempo esperado, pero ¿Acaso esa espera no es un acto lo suficientemente doloroso y violento? Quizá algunos querían ver las dificultades de su travesía, de su elección personal de una manera más llamativa, con más golpes, más insultos, mayor rechazo social, pero ¿Acaso las miradas fijas y juiciosas del resto no son lo suficientemente dolorosas y violentas?
A mi particularmente me gusta enredarme en las historias, encarnarme con ellas, por eso yo me pregunto, ¿Siempre es necesario ver todo de manera explícita para poder sentir el dolor del otro? Quizá el error este en creer que cuanto más vemos más sentimos. Pero yo lanzo un canto a favor de los huecos, de los silencios y las miradas, del vacío aterrador pero imprescindible para sentir la vida, de la espera eterna pero dulce, como un refugio donde las palabras de amor, de deseo, de todo esto mencionado que nos expresan Elisa y Marcela a lo largo de la película, donde su torpe y bella inocencia, crean infinitos hilos poéticos que van más allá del acto violento, porque quizá esta historia trate de eso, de querer brindarle un espacio al amor, al de ellas, como un símbolo de supervivencia que subsiste y resiste a pesar de las feroces garras invisibles de la moral.
No necesito ver más violencia, más rechazo, más represión, más de todo aquello que siento que muchas críticas reclaman. Porque nunca se fue, ahí está, invisible, poderosa y desgarradora violencia en cada fotograma. Pero ellas, las protagonistas, espectaculares por cierto, a través de la palabra y su mirada, de la piel y sus besos, y junto con Isabel Coixet en su hermosa y poderosa narración poética y también maravillosa fotografía que no necesita ser expresada con molestas palabras, nos muestra, que cuando el amor entre dos personas que se eligen y aman su encuentro, allí entre esas cuatro paredes, los cuerpos no son extraños sino dignos de ser amados, donde los elementos del mar que introduce en las escenas, son bajo mi punto de vista la representación pura de la vida y la muerte, donde ambas mujeres se fusionan con la naturaleza más fértil y al mismo tiempo más efímera y bella, como el amor mismo, un amor que a pesar de las contingencias, juega y se permite transgredir.
Gracias por esta obra poética, gracias porque a pesar de que esta historia sucedió hace más de un siglo, Elisa y Marcela son la representación de un amor que no entiende de tiempo.