Contra la post-verdad
por Paula Arantzazu RuizDos son los ejes principales sobre los que se construye Los archivos del Pentágono, lo último de Steven Spielberg y cuyo título original, The Post, que hace referencia al prestigioso diario estadounidense, ofrece muchas más pistas sobre los derroteros por los que transita el filme. El primer eje del guion firmado por Liz Hannah y Josh Singer plantea la brecha que se da entre los hechos y el relato de esos hechos, habitualmente propaganda del poder que trata de ocultar la verdad de lo sucedido a la ciudadanía. Realidad frente a mentira, información contra fake news, una oda, en última instancia sobre la necesidad de una prensa libre y de calidad. El segundo eje sobre el que se sostiene el largometraje de Spielberg es la figura de Katharine Graham, propietaria, presidenta y editora del The Washington Post entre 1967 y 1991, miembro de la aristocracia cultural y política americana, y de quien se narra cómo en 1971 tomó las riendas del diario cuando la maquinaria de la administración Nixon atacó a los medios de comunicación al verse comprometido por la publicación de unos informes secretos en torno a las mentiras del gobierno sobre la guerra de Vietnam. También estamos, así pues, ante el biopic de una gran mujer.
En un año en que el debate público en Estados Unidos se ha centrado en la contaminación informativa y el magma de las noticias falsas, y en un tiempo en que el feminismo comienza a marcar la agenda mediática, Spielberg se suma a la discusión, con la ayuda del libreto de Hannah y Singer, para dar forma a un largometraje que capta a la perfección el zeitgeist actual. Se entiende que, para ello, hayan decidido mirar al pasado –cuando The Washington Post dejó de ser un diario local para transformarse en uno de influencia global–, porque los momentos fundacionales ejercen de guías morales en escenarios de crisis y de cambios. Y no cabe duda de que el liderazgo de Graham supuso un antes y un después en el ecosistema periodístico estadounidense y en los círculos del poder.
Dicho lo cual, Los archivos del Pentágono no sólo consigue encapsular todas estos motivos, intereses e intenciones –no son pocos ni baladíes–, sino que además lo hace mediante una narración rigurosa y entendible, donde se habla mucho pero ninguna línea de diálogo es azarosa, y en la que no hay imagen gratuita ni subrayado sin una función concreta. Spielberg, cabe decir, se ha convertido en un prodigio del clasicismo cinematográfico, en un camino ascendente que se apuntaló definitivamente en el pétreo biopic Lincoln y en el thriller El puente de los espías. Como sucedía en esas películas, el cineasta regresa a la Historia (con mayúsculas) para ahondar en los claroscuros del poder siempre, no obstante, haciendo uso de los recursos más diáfanos del lenguaje cinematográfico: un prólogo introductorio casi mudo (el arranque que nos lleva desde la selva de Vietnam a Washington merece ser caso de estudio en las academias de cine), unos actores en estado de gracia (¿qué criticar de Mery Streep?), un desarrollo de la tensión cimentado en la economía narrativa, un clímax de una épica eficaz, un epílogo à la Spielberg (brillante, por otra parte). Los archivos del Pentágono aparece, en suma, como un diccionario del estilo Spielberg en toda su plenitud, y que esa fineza cinematográfica emerja como ficción que reacciona contra el fenómeno de la post-verdad le otorga más gravedad, un halo solemne.
A favor: Su insistente reivindicación de una manera de financiar y ejercer el periodismo.
En contra: Que todavía persista en la visión romántica de la profesión.