Desgañitamos de agradecimiento frente a una arcaica vertiente del cine revivificada por el suspense post-moderno: el silencio.
Nadie nunca hubiera vaticinado que uno de los hombres más queridos y recordados de la televisión cómica norteamericana sería quien diera un vuelco de ciento ochenta grados al género mainstream del thriller de horror. Una serendipia que, dirigida, co-escrita y protagonizada por el señor John Krasinski, es una indómita y sigilosa bestia cinemática que no patina en el trio de géneros que la componen, suministrando una jugosa cátedra sobre cómo erguir excelentes montajes de drama y tensión usando como medio un ensamblaje que respira coherencia, fuerza y originalidad. Tristemente, no se roba el rótulo de clásico moderno o imprescindible game-changer debido a evidentes y perjudícales fallos que debilitan las enormes posibilidades que proveía. Reafirma el brioso renacimiento del género, permitiendo que el espectador viva un relato de estructura básica pero desarrollo complejo, de ritmo pasmoso pero intenso, de imágenes agresivas y poderosas; un delicioso coctel de emociones en donde la inteligencia y la calidad logran disipar con facilidad los problemas que únicamente son detectados a través de una mente severamente objetiva y critica, una mente que estaba entusiasmada por toparse con la nueva “Don’t Breathe”, una mente que salió del cine agradado pero confundido y sinceramente insatisfecho.
Mantener al borde del asiento al asistente por más de una hora es impensablemente complicado; palomitas de maíz, llamadas telefónica, mensajes de texto, un fragoroso— e incordiante —individuo que no hace silencio o, en el peor de los casos, unas sucesión de imágenes en pantalla que no logra captar acertadamente la atención son factores que influyen drásticamente en la correcta experiencia cinematográfica que el espectador debe tener, por tal motivo, cada cineasta debe velar por la efectividad y la dinámica de su proyecto, independiente del género o la visión del director, siempre debe tener la mente del espectador en juego; el gran e inacabable problema es que muchos lo consiguen mediante grandilocuentes y huecos set-pieces que en la mayoría de las ocasiones son puras incorporaciones ajenas a las necesidades de la historia. Por tal razón, es una grata sorpresa y un orgullo ajeno observar como un teatro entero está en fascinante estado de alerta, ya sea por interés o incomodidad, girar mi cabeza y vislumbrar en la oscuridad a una considerable cantidad de personas con rostros de angustia como respuesta inmediata es una sensación de inenarrable satisfacción, sin embargo, lo ciertamente impresionante y abrumador es que este gran logro lo consiguió una historia en la cual los diálogos a voz brillan por su ausencia— bueno, exceptuando ciertas intervenciones explícitamente requeridas, —acentuando la complejidad de tan envidiable hazaña, sin duda, hacer esto no es nada fácil, y esta película respira maestría en este campo.
¿Cuál fue la última vez que viste un filme de suspenso proveniente de un estudio Hollywoodense casi mudo? Parece que esta pregunta carece de respuesta. La principal característica constructora de originalidad aquí es su capacidad de mudar en un filme casi silente, eso ya de por sí es un bombazo. Con un extralimitado uso de diálogos y una intrépida destreza en concebir con coherencia y vigorosidad una relato inapelablemente cautivador, parece imposible construir un filme sin la voz de sus protagonistas, para muchos artistas es requisito para la legibilidad narrativa, ya que son con los personajes que el espectador entabla una conexión, sin embargo, no todas las historias toman este tipo de caminos. Desde la página número uno de guion lo que los escritores Scott Beck y Bryan Woods deseaban era plantar una historia en absoluto silencio, pues precisamente este fue el eje argumental alrededor del cual la historia derivaría, en atención de lo cual su casi completo protagonismo y sus increíbles resultados vuelven al filme en referencia, pues además de las imágenes, se lucra de las inmejorables actuaciones e increíbles trucos cinematográficos para reemplazar el vacío imperceptible dejado por la carencia de ruido humano. A grandes rasgos, esta herramienta parece ser el motor de la idea, sin embargo, analizando mi propia experiencia y la de algunos espectadores, tal factor no funcionó al cien por cien. Concordamos en que las primeras dos mitades del filme, pese a determinados momentos excepcionales, caían precipitadamente, se perdía la constancia del esporádico ritmo dinámico y frenético, originando tristemente la desconcentración o la desconexión del público con la obra. Pero son fallas y caídas eventuales, rápidamente salvadas por las secuencias previamente mencionadas, las cuales comparten autenticidad, belleza y horror en cantidades equiparables.
El segundo gran acierto es, por supuesto, la historia. Dividida a manera de capítulos en forma de días, el establecimiento de una utopía no muy lejana al presente posiciona la trama como un rico centro de ambiciosas posibilidades, las cuales sabe cómo utilizar muy bien. Emplazada alrededor de bosques anaranjados, un hermoso rio y una casa campestre adornada por maizales, la historia pone su ojo sobre una familia americana que se ve seriamente afectada por una literalmente inexplicada extinción humana, la cual, en una especie de moderno twist al clásico de George A. Romero, se vio agresivamente reducida por unas aniquilantes creaturas, muy parecidas al alíen de Ridley Scott, que poseen un sentido de la audición hiperdesarrollado, bestias rechinantes que han impuesto una sola regla a aquel que quiera sobrevivir: cero ruido. Con esta configuración, la familia emprenderá un completo camino hacia el infierno de la supervivencia en una tierra en donde nada se ve, pero todo se oye. Aunque muchas veces el cine ha mostrado a la humanidad como especie en vía de extinción— claro que en la mayoría de adaptaciones fílmicas juveniles, —nunca una historia de horror lo había hecho de manera tan inteligente e inmersiva, aquí las monumentales destrucciones no son de metrópolis o naciones, las destrozadoras jugadas son las de los giros de tuerca y las consecuencias que dejan a su paso estos horrorosos animales de óxido. Asimismo, el guion permite a cada uno de sus personajes desarrollarse de manera orgánica, emocional y cohesionada, pues las acciones de un miembro repercuten en el otro, formando así una cadena compleja en la que cada personaje es vital para el otro. Los plot twists son lo que deben ser, inesperados y dolorosos. Desgarradores, sencillamente aflictivos pues son estos los que suscitan las lágrimas de muchos silenciosos, momentos lacrimógenos extremadamente bien logrados, un metraje fértil en preocupaciones. Sin embargo, muchas resoluciones caen en lugares comunes, verbi gratia, poner a un personaje importante en peligro en primera instancia parece arriesgado, en realidad muy pocos se creen en verdad que algo grave le ocurra, y esto es una pena porque le resta puntaje al tan increíble manejo de tensión que se le brinda al último acto; pero cuidado, no te confíes, porque sorpresas abran, sorpresas impresionantes.
Merece la pena destacar el subyacente carácter social y político que reviste al guion, cuestiones con chance de controversia y debate. Situar los primeros minutos de la historia precisamente en el año en que un nuevo presidente americano subió al podio o esparcir enigmáticos y renombrados periódicos en paredes y sendas atribuyen una denotación latente de índole política, haciendo, tal vez, énfasis en el gran papel que Estados Unidos tiene dentro de esta aniquilante distopía. Nunca se revela claramente la procedencia o el propósito de las creaturas instintivas, pero podría atribuírsele algo de responsabilidad a algún tipo de gobierno autoritario; una ficción no muy alejada de la realidad.
Soñar no tiene precio, por ello me encuentro en mitad de la línea divisoria que separa a aquellos que apoyan y no apoyan la teoría de que el filme de Krasinski hubiera encajado como anillo al dedo en la poco-correlacionada franquicia de J. J. Abrams, “Cloverfield”. Relacionarla con la onda de suspense y thriller del peliculazo de Dan Trachtenberg parece más lógico y acertado que con las de Matt Reeves o Julius Onah. Si se parangona una con la otra detalladamente es posible detectar varias semejanzas tales como la desaparición de cualquier salvación humana, aniquilamientos a manos de entidades desconocidas— posiblemente de ascendencia extraterrestre, — personajes cautelosos e inteligentes, construcciones de sobrecogedoras secuencias de tensión, desarrollos dinámicos y dramáticos sobre los personajes y un gusto inusual y agudamente audaz para darle un giro de tuerca al storyline. Quizás, cuando el mismo estudio productor de la franquicia les ofreció esta alternativa a los escritores lo que principalmente los detuvo en aceptar adherirla a su universo era su extremo parecido con dicha obra, no en esencia, en forma, concluyendo que, pese a la valentía y originalidad de la idea como un filme independiente, no encajaría con el patrón medianamente correlacionado pues se sentirían bastantes cercanas, y según las mentes creativas de Bad Robot, ellos tejerán su inusual universo cinematográfico con géneros y temáticas apolares que, llegado el momento, se compactaran en un todo coherente, una especie de Marvel Studios; y mirándolo bien, este es uno de los pocos estudios que han logrado satisfactoriamente un verdadero impacto con su universo compartido. De igual manera, analizando la naturaleza de la propuesta, el eje central del filme violaría las reglas de la franquicia, pues desde 2008 con la obra inaugural se estableció la aparición de una(s) bestia(s) de proporciones colosales, es decir, las creaturas que aterrorizan a los personajes en cuanto un sonido llega a sus oídos no podrían aparecer tan explícitamente como lo hacen en el filme, sería contraproducente, por lo cual era insano instalarla tanto para el desarrollo del guion como para la coherencia del universo y su aun inexplicable monstruo.
Solo siete personajes en pantalla, tres de ellos mecanismos narrativos de único uso, pero la historia se mantiene a flote, en gran parte por las destellantes y cameladoras actuaciones. Claramente el amplio reconocimiento de la pareja protagonista ayudó en el alcance global del filme y el feeling de cada momento, posible debido a que padre y madre son marido y mujer en la vida real. Tras ocho años de casamiento, los nuevos ‘brangelina’ — con total respeto —consiguen retratar una relación ficcional tan sentimental, humana y tangible como la que ellos poseen, es perceptible la chispa y la autenticidad de las emociones, pues en pantalla relucen juntos y por separado. Siempre y según los actores, la verdadera razón que impulsó tal consecución fueron sus propios hijos. Es difícil afirmar si ellos ejecutan roles principales o de soporte, no obstante, sí se puede concluir que cada uno de ellos es clave a lo largo de la hora y media de metraje. Sin hesitación, Krasinski es quien lidera su propia película. Interpretando a un padre austero y protector, aterrado pero constantemente preparado, el actor americano demuestra temor y amor con una fuerza desbordante, descolla cada vez que aparece en escena y sin duda alguna logra disipar, aunque sea por unos cuantos minutos, el estereotipo de estrella cómica. A la par, su esposa Emily Blunt también conoce como robarse toda la atención; el poder de su mirada, la indefensión y ferocidad maternal es palpable en su papel de Evelyn Abbottm, ella es lista, abnegada y simpática; encarna lo que por madre se debe entender con tanta dulzura y credibilidad que nos duele hasta al más mínimo rasguño, tanto físico como emocional; otro papelazo para archivar en el amplio catálogo de la actriz, quien aquí hace su primera incursión en el cine de terror. La jovencita Millicent Simmonds, principal en el filme más reciente de Todd Haynes “Wonderstruck”, es el personaje más adusto y rebelde, fantástico que tal cargo haya sido dado a un personaje de tal edad. No hay trabas en el camino de esta actriz para trasmitir lo que siente, creemos su frustración y sus culpabilidades, sabemos que no hace lo correcto y hacemos lo imposible para que se percate de sus equivocaciones; un gran anuncio y una nueva adición para una insólita larga lista de recién llegados a la actuación. Para finalizar y no menos importante, el pequeño Noah Jupe, quien con su carisma y su inherente ternura se convierte en el personaje más vulnerable y, como consecuencia, por quien el público más sufre, tiene un papel importante con el desarrollo de la idea y termina siendo su presentación oficiale tras sus pequeñas oportunidades en “Wonder” y “Suburbicon”. Por supuesto, el lenguaje de signos ejecutado por todos los actores aumenta la dificultad y por ende los resultados de cada interpretación, elevando aún más las incorregibles performances.
No hay queja alguna a nivel artístico, de hecho, aquí es donde lanza algunas de sus mejores cartas. Principalmente, los inteligentes movimientos de cámara son los que lideran pues engloban la esencia del momento planteado; los dolly, zooms, los enfoques y desenfoques y algunas tomas cámara en manos con los personajes en plena carrera trasmiten inseguridad e incomodidad. Del mismo modo, los ángulos determinados por el cineasta/actor se acoplan con el significado de la escena, las imágenes adquieren poder narrativo, necesario debido a la ausencia de diálogos constantes. La cinematografía de Charlotte Bruus Christensen, quien previamente había trabajado en obras del calibre de “Molly's Game”, “Fences” y “The Girl On The Train”, consigue una imaginería inigualable, amenazadora y alarmante todo el tiempo, nunca permite que el espectador se sienta confiado, menos sosegado, entre la frondosidad del bosque o los tupidos cultivos de maíz. Apoyándose en un grupo de arte y diseño de producción numeroso, el filme muta en una especie de prueba en la cual el mas mínimo error (crujido) conlleva al peor destino, hay marcas que indican donde pisar y donde no, se eliminan los elementos ruidosos, no se usa calzado y todos los caminos están delimitados por arena blanca que luce más siniestra de lo que debería, siquiera los lloriqueos de un bebe son permitidos en un mundo que debe permanecer para siempre en mute.
Christopher Tellefsen merece reconocimiento personalizado gracias a su decisión de reducir lo más posible la duración, sintetizando lo que se debe y desechando lo que no aportaba, enfocando la esencia de un filme de género entretenido. El tiempo pasa volando ya que las situaciones se ubican en el lugar correcto, elecciones cuidadosamente beneficiosas. Terminada la visualización, encontré cuatro escenas para el recuerdo, las cuales se nutren del conjunto de componentes artísticos y creativos para alcanzar tales niveles de efectividad y prolijidad inmejorable: la primera toma lugar tan solo en el comienzo, justo antes de que los títulos principales hagan su aparición en forma de polvo desvaneciéndose; la segunda es el incidente de los pequeños dentro de un silo; la tercera es un sacrificio que le exigirá a la mayoría unos cuantos pañitos y la cuarta, que se exhibe en el último acto, es protagonizada por Emily Blunt en una bañera y el peligro al acecho, sin duda brutal y personalmente la mejor.
Sonoramente cumple, pero no maravilla. Aunque las imágenes debían cumplir la función narrativa que los diálogos no podían, el acompañamiento sonoro debía ser excepcional, igual de original a las ideas su guion y terriblemente inquietante como debe serlo en una película de terror. La banda sonora del dos veces nominado al Oscar, Marco Beltrami, no tiene mucho que resaltar debido a que se conforma con simples composiciones ambientales y los sonidos atronadores a máximo volumen en donde las creaturas hacen su entrada, es bastante corriente por decirlo de alguna manera. Una amplia insatisfacción teniendo referencias tan potentes, sin embargo, la más grande decepción fue el trabajo de edición de sonido, el cual ejecuta su función a medias, no utiliza una característica tan importante de la manera que debería, un error perjudicial. Si bien en varias ocasiones se consigue un buen impacto rompiendo el silencio con algún accidente sonoro, no se exploran ni explotan todas las alternativas que la historia posee.
Con su tercer trabajo como cineasta, John Krasinski irrumpe como una voz inventiva y atrevida para el género del suspense. Su filme es una clase de construcción de tensión, así como un deleite visual posible gracias a una perspectiva emocional y emocionante sobre una historia que no se derrocha. Es increíble ver cómo entiende la función de cada movimiento de cámara, sabe mantener un timing exquisito entre los personajes y construir viciosas secuencias que dejan blanco al espectador. Se valora la priorización de la coherencia e inteligencia narrativa, poniendo en primero plano a los personajes, no relegando eficientes jump-scares con atmosferas irrespirables que conllevan a un clímax que te roba el aliento. Pan caliente sobre las mesas de los grandes estudios, se anuncia como uno de los más innovadores cineastas y escritores de Hollywood a costa de este espectacular debut que cogió a todos por sorpresa— solamente miremos los resultados en la taquilla global, ganando con el tercer mejor estreno para una cinta de “horror”, — no por su faceta como actor, sino por sus inesperados dotes de entendimiento en cuanto a construcciones cinematográficas se refiere.
“A Quiet Place” de John Krasinski es una pesadilla distópica descrestante que lleva al límite la sensibilidad del reticente espectador que terminara por rendirse ante el suspenso y el horror que desprende la complicada vida de esta preparada familia. En ocasiones intensa, emocional e irrespirablemente tensa; la humanidad en sus mecanismos narrativos, el poderío de las imágenes y la incombustible chispa entre los protagonistas garantizan una de las mejores incursiones en el género para este año; al igual que “Get Out” de Jordan Peele, nos agarra de improvisto que tantos artistas cómicos guarden tremendas mentes creativas para géneros distintos, quien lo diría, encontrar horror en el humor. Grandes logros y promesas rotas, el filme deja un sabor inexplicablemente agridulce, tal vez más agrio que dulce, pues desilusiona comprender que la mayoría de las veces que el buzz catapulta un filme termina siendo un disonante chillido promocional.