El buen maestro
por Paula Arantzazu RuizDesde que Jean Vigo hiciera de las dinámicas de un internado una declaración de intenciones (anárquicas) en Cero en conducta (1933), el cine francés ha regresado en diversas ocasiones a la cuestión de la educación, sobre todo con el arranque del nuevo siglo. Eso sí, las diferencias entre el sistema educativo que aparecía en la iconoclasta cinta de Vigo y el que vemos en las películas actuales son más que notables: el mundo ha cambiado y los objetivos en la formación de las nuevas generaciones, también; porque los largometrajes actuales que se adentran en las aulas ya no representan la educación como una institución opresiva de muros infranqueables, sino como el lugar desde el que trabajar la igualdad de oportunidades, ideal de las democracias contemporáneas. De La clase (2008), de Laurent Cantet, a La profesora de historia (2015), de Marie-Castille Mention-Schaar, sin olvidar la reciente Un razón brillante (2017), de Yvan Attal, o la que es objeto de esta crítica, El buen maestro, de Olivier Ayache-Vidal, hay algo en los relatos sobre profesores y profesoras, y sus alumnos y alumnas, que nos cautiva, tal vez porque en esas historias vemos reflejado un esfuerzo y una recompensa a ese trabajo que cuestan encontrar en el mundo real.
Sea como fuere, las fricciones en el interior del liceo que propone Ayache-Vidal se precipitan cuando el protagonista, un entrañable Denis Podalydès en la piel de un exigente profesor de un instituto pijo, propone al mismísimo Ministerio de educación que los maestros más experimentados sean los que enseñen en los centros más conflictivos, y a la inversa. Una premisa que no sólo funciona en términos dramáticos, sino que le sirve al cineasta para examinar un sistema educativo que, a pesar de estar considerado como uno de los mejores del mundo, no está exento de carencias. Su relato, sin embargo, no consigue esquivar los numerosos lugares comunes propios del género, como tampoco algunas decisiones de dirección y montaje algo manidas. Pese a ello, la manera en que el cineasta se acerca a los jóvenes estudiantes de ese centro del extrarradio es especialmente conmovedora, sobre todo por la empatía que desprende su mirada, extensión de la mirada del profesor protagonista, y por la singular relación entre el maestro y uno de sus alumnos (el recién llegado Abdoulaye Diallo), en una de esas extrañas ocasiones en que la estupenda química atraviesa la pantalla.
A favor: La potente relación entre Denis Podalydès y Abdoulaye Diallo.
En contra: No es la película que va a marcar un antes y un después en el género de cine sobre la educación.