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    Sombra
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Sombra

    Paraguas como espadas

    por Quim Casas

    Menos esteticista que las por otro lado muy hipnóticas Hero y La casa de las dagas voladoras, y mucho más sombría que estas películas de artes marciales de Zhang Yimou, Sombra recurre a una épica trágica cercana a la de los filmes de samuráis de Akira Kurosawa pero sin por ello perder el sello distintivo del director de La linterna roja cuando acude al relato popular. Sombra es una película muy bella, pero lo es más por sus composiciones de cámara que por su tratamiento del color; por su relación imagen/sonido que por las coreografías de acción; por su uso de los escenarios antes que la configuración más o menos ortodoxa de sus personajes principales: el héroe anónimo, la princesa valiente, el rey megalómano, el villano ambicioso…

    La sombra que da título a la película es el individuo que se hace pasar por el comandante de las fuerzas del condado de Pei. Es su doble, pero el concepto de sombra –alargada, omnipresente, que roba la personalidad sobre la que se proyecta– resulta muchísimo más gráfico a la vez que misterioso. El verdadero comandante vive escondido en una suerte de celda gris, sucia y húmeda, desde donde urde sus planes para engañar a su rey y enfrentarlo con Yang, el señor del condado rival, por la disputa de la ciudad de Jing. Dicha ciudad, aunque es el escenario de la parte final del filme, resulta antes un Macguffin que un elemento esencial del argumento. Desde un agujero en la enmohecida pared, el verdadero comandante espía a su esposa y la relación que mantiene con su doble, con su otro yo, algo que forma también parte de sus planes. Fotografiada con un estilo de color que se asemeja al blanco y negro, desde la configuración de los decorados a la de las vestimentas, Sombra acontece siempre en interiores poco vistosos y en exteriores lluviosos. Si la primera parte, una vez trazado el complejo mapa de los personajes y las relaciones/engaños que mantienen entre ellos, es una especie de drama cortesano de cámara, la segunda, la que atañe a la batalla por la ciudad de Jing bajo una lluvia omnipresente, es un prodigio de ingenio tanto en la manera de filmar como en los actos y estrategias que son filmados.

    Mientras la sombra y Yang luchan entre ellos sobre un suelo adoquinado con los símbolos del ying y el yang –el doble va armado de un curioso paraguas con cuchillas dispuestas geométricamente en lugar de la tela, y Yang lucha con su enorme y legendaria lanza–, los soldados de Pei bucean por las profundidades hasta penetrar a través de las cloacas en la ciudad y después, en una de las escenas más cinéticas que recuerdo en un film de samuráis, artes marciales o acción asiática, rodar calle abajo tumbados sobre uno de los paraguas de cuchillas y con otro protegiéndoles la cabeza –como si se tratara de moluscos, de un erizo de mar–, lanzados a gran velocidad gracias a la flexibilidad de los juncos que les han servido de catapultas y disparando contra sus adversarios con pequeña ballestas atadas en la mano. Yimou regresa al drama de acción feudal haciéndole un guiño a Kurosawa y a Shakespeare, del mismo modo que el cineasta japonés ya le había hecho más de un guiño al ilustre bardo. Su filme atañe a las sombras y por eso se mueve lejos de la certeza de los personajes y cerca de la abstracción y dualidad de la conducta humana.

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