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    El pastor
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El pastor

    Soledades

    por Carlos Losilla

    Deberíamos ya dejar de hablar de la realidad y la ficción, y también de esa fina línea que las separa y que se ha convertido en un tópico a la hora de delimitar el cine de nuestro tiempo. Parece que todo pase por ahí y no es así. Y no es así porque, simplemente, todo es ficción, por lo menos desde el momento en que una cámara encuadra un espacio determinado. A partir de ahí, eso que llamamos “lo real” puede resurgir con mayor o menor fuerza, pero nunca quedará restituido en su integridad. Por eso hay que andarse con cuidado a la hora de enfrentarse a la “no ficción”, ese espejismo que en el cine español reciente ha hecho estragos. En El pastor, tercer largometraje de Jonathan Cenzual, todo queda claro al respecto. Cuando la película se dedica a observa al pastor del título, parece que estamos en el terreno del “documental” y todo fluye con la naturalidad de la vida cotidiana. En cambio, cuando se introduce en el laberinto de una cierta narración convencional, el pacto con el espectador estalla y el conjunto se revela más bien falto de recursos para abordar esa complejidad.

    En cualquier caso, el pastor se mueve en su casa solitaria y eso resulta creíble. Se va a dormir y lo vemos en la cama, presto para despertarse y hacerse café al día siguiente, y esa estampa queda en la retina como una hermosa imagen invernal, en la soledad de una inmensa llanura. Acude al bar donde toma asiduamente un pequeño refrigerio y su relación con el dueño, en medio de un local vacío dominado por un televisor, resulta cercana y calladamente cómplice. En cuanto aparecen más personajes, sin embargo, todo empieza a renquear. Se trata de sicarios, gente de ciudad que quiere quitarle al pastor sus propiedades, con la intención de dedicar esos terrenos a la especulación inmobiliaria, y se comportan como tales, como villanos de película, lo cual no tiene nada que ver con la vena naturalista que antes ha desplegado el film. Igualmente, cuando esos “malos” de manual provocan situaciones igualmente trilladas, las imágenes que vemos en pantalla resultan falsas e inverosímiles, carecen de la belleza sobria que poseen aquellas otras que muestran al pastor en su intimidad, sirviéndose café o mirando al infinito en la soledad de su morada. El pastor debería ser una película sobre alguien que está solo y quiere seguir estándolo, acerca de un ser humano que sobrevive en los márgenes, en el límite de la convivencia con los demás. Finalmente, no obstante, termina siendo una historia sobre la voracidad del capitalismo, y eso ya no lo sabe explicar tan bien.

    Yo veo en este film las dos caras del cine español de ahora mismo. Por un lado, un cine que lucha por acercarse a la realidad, a esa realidad tan maltratada siempre por las cámaras en este país, y que en El pastor adquiere un estatus respetable, se deja mirar por encuadres filmados a la distancia justa. Por otro, un cine que intenta disfrazar esa realidad mediante un costumbrismo formulario, mediante personajes secundarios que parecen extraídos de una mala serie de televisión (española), a través de peripecias previsibles que provocan un suspense absurdo, innecesario. En ese equilibrio se mueve fatigosamente la película de Cenzual. Y, milagrosamente, en esa suspensión casi inverosímil, entre el respeto por la realidad y las imposiciones de un discurso postizo, El pastor encuentra una dignidad que la convierte en la promesa de algo que está por venir. Por ahora, Cenzual es un director con maneras de cineasta, lo cual no es poco.

    A favor: el dibujo de una figura investida de la dignidad que le otorga la cámara al contemplarla.

    En contra: los adornos innecesarios con los que se quiere complementar ese retrato.

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