La soledad del superviviente de fondo
por Marcos GandíaUna mancha roja, minúscula, se detiene en la inmensidad de un blanco sin límites. La cámara, tan o más implacable que la misma Naturaleza, se para con ella. Sabe que abandonarla (un movimiento de grúa o de de dron) sería condenar todavía más a esa mota encarnada, anónima. Así, mantiene fijo el plano aguardando algo, aguardando lo que haga ese punto perdido en un deslumbrante albor terrible.
Ártico, y Joe Penna, su estilizado pero implacable director (de origen brasileño, lo más alejado de este lugar yermo y helado), se niegan no sólo a juzgar a esa mota de color sangre que es ese náufrago en la nieve protagonista de su película, sino a decidir por él. Mientras les dejo a ustedes, queridos lectores con la duda de lo que sucederá en esa secuencia que le saca los colores a supuestos popes del estatismo y de la exasperación como Béla Tarr (Penna logra emocionarnos sin buscar o pulsar emociones; consigue activar el suspense sin buscarlo), vayamos a hablar de este minimalista y espectacular survival que es Ártico. Aunque, a tenor de cómo se estructura el film igual definirlo como una película de supervivencia, una gesta individual e individualista, como survival, es algo equívoco. Lo es porque ese personaje del piloto accidentado y abandonado a su suerte en los gélidos parajes que encierran este largometraje (y que nos encierran a nosotros, los espectadores) se debate precisamente entre la aceptación de la muerte, la comodidad de la muerte, y el desafío a un destino cruel. Una decisión, que no es la de la Sophie de Meryl Streep pero casi, se alza como la clave misma de la cinta de Penna: quedarse quieto (la mancha roja quieta en la nieve) a la espera de una ayuda, de un rescate, o moverse de una zona de supuesto confort a la búsqueda de una salvación por sus propios medios. Morir como un cobarde o morir como un héroe, se pregunta el personaje al que Mads Mikkelsen dota de una contradictoria calidez, de un frío temor y cabezonería, tan antipática como acreedora de la empatía del público.
Ártico cede ocasionalmente a abrir el plano, al dron y a magnificencia estéril del paisaje. Supongo que porque teme que el espectador no pueda con la mirada de Mikkelsen como un paraje infernal. Y cede asimismo con la aparición de un segundo personaje que aunque abre un punto de interés (tanto dramático como ético) a la hora del conflicto, termina por ser más una rémora, un ancla que ni necesitaba ese hombre devorado por sus miedos y por el frío, la soledad, ni necesitaba la misma película. Pecata minuta: si ustedes odiaron el meapilismo esteta y engolado de Iñárritu y su El Renacido, definitivamente esta es su película.