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    Ártico
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Ártico

    La soledad del superviviente de fondo

    por Marcos Gandía

    Una mancha roja, minúscula, se detiene en la inmensidad de un blanco sin límites. La cámara, tan o más implacable que la misma Naturaleza, se para con ella. Sabe que abandonarla (un movimiento de grúa o de de dron) sería condenar todavía más a esa mota encarnada, anónima. Así, mantiene fijo el plano aguardando algo, aguardando lo que haga ese punto perdido en un deslumbrante albor terrible.

    Ártico, y Joe Penna, su estilizado pero implacable director (de origen brasileño, lo más alejado de este lugar yermo y helado), se niegan no sólo a juzgar a esa mota de color sangre que es ese náufrago en la nieve protagonista de su película, sino a decidir por él. Mientras les dejo a ustedes, queridos lectores con la duda de lo que sucederá en esa secuencia que le saca los colores a supuestos popes del estatismo y de la exasperación como Béla Tarr (Penna logra emocionarnos sin buscar o pulsar emociones; consigue activar el suspense sin buscarlo), vayamos a hablar de este minimalista y espectacular survival que es Ártico. Aunque, a tenor de cómo se estructura el film igual definirlo como una película de supervivencia, una gesta individual e individualista, como survival, es algo equívoco. Lo es porque ese personaje del piloto accidentado y abandonado a su suerte en los gélidos parajes que encierran este largometraje (y que nos encierran a nosotros, los espectadores) se debate precisamente entre la aceptación de la muerte, la comodidad de la muerte, y el desafío a un destino cruel. Una decisión, que no es la de la Sophie de Meryl Streep pero casi, se alza como la clave misma de la cinta de Penna: quedarse quieto (la mancha roja quieta en la nieve) a la espera de una ayuda, de un rescate, o moverse de una zona de supuesto confort a la búsqueda de una salvación por sus propios medios. Morir como un cobarde o morir como un héroe, se pregunta el personaje al que Mads Mikkelsen dota de una contradictoria calidez, de un frío temor y cabezonería, tan antipática como acreedora de la empatía del público.

    Ártico cede ocasionalmente a abrir el plano, al dron y a magnificencia estéril del paisaje. Supongo que porque teme que el espectador no pueda con la mirada de Mikkelsen como un paraje infernal. Y cede asimismo con la aparición de un segundo personaje que aunque abre un punto de interés (tanto dramático como ético) a la hora del conflicto, termina por ser más una rémora, un ancla que ni necesitaba ese hombre devorado por sus miedos y por el frío, la soledad, ni necesitaba la misma película. Pecata minuta: si ustedes odiaron el meapilismo esteta y engolado de Iñárritu y su El Renacido, definitivamente esta es su película.

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