La familia, probablemente
por Carlos LosillaEsta película, como tantas otras, está basada en un hecho real. Al parecer, en Estados Unidos, abundan los internados como el que aparece en ella, instituciones destinadas, entre otras cosas, a la “reforma” de homosexuales, a su “cura” mediante métodos basados en una visión estricta y represiva de la religión. Por lo tanto, en este sentido, Identidad borrada sería un film-denuncia destinado a llamar la atención sobre esos establecimientos, a mostrar sus métodos salvajes. Por otro lado, sin embargo, esta es una película dirigida por el actor Joel Edgerton, que en El regalo (2015) demostró una cierta tendencia hacia las historias angustiosas y sombrías, que se repite corregida y aumentada en esta nueva entrega de su filmografía. ¿Qué es Identidad borrada, pues? ¿Estamos ante una película que se quiere de qualité y prestigio, destinada a filmar su tema con elegante corrección y poco más? ¿O nos encontramos frente a otra cosa, un relato sórdido y cruel, casi una película de terror a partir de unos cuantos elementos realistas que poco a poco van adquiriendo tintes siniestros?
La trama tiene que ver sobre todo con cuatro personajes: el padre, la madre, el hijo, el instructor. El padre y la madre quieren lo mejor para su hijo adolescente, pero son cristianos ultraortodoxos y creen que el hecho de que le gusten los hombres es una enfermedad que debe ser corregida, para lo cual lo envían a la institución que regentea el instructor, un fanático que utiliza la tortura psicológica y el castigo corporal para poner en vereda a cualquier gay que se cruce por su camino. Pero, misteriosamente, el hogar tiene algo que ver con el internado, en él se respira el mismo ambiente claustrofóbico, aparece pintado con las mismas texturas apagadas y monocromas, como si se tratara de su versión más o menos amable. El hijo, entonces, está destinado a esa existencia callada, a esa muerte en vida. Y ahí es donde Identidad borrada empieza a dejar de ser solo una película sobre la homosexualidad para empezar a mostrarse al espectador como un film acerca del lado oscuro, de la amenaza que supone el Otro entendido como reencarnación macabra de nuestros propios miedos y obsesiones: el instructor, por mucho que luego la madre lo intente negar con su intervención, es la versión violenta y cruel de la institución familiar, de la misma manera en que el amigo misterioso de El regalo reencarnaba los terrores y las taras de la pareja a la que asediaba.
Es curioso que tanto el amigo de El regalo como el instructor de Identidad borrada estén interpretados por el mismo actor, el propio Edgerton. De alguna manera, el cineasta es el villano que pone en cuestión la trama, pero también la figura amenazadora que pone en solfa el mundo en el que irrumpe. El regalo era una película sobre los miedos de la pareja, mientras que Identidad borrada ilustra las tramas malsanas que se ocultan tras la superficie de la dinámica familiar. En esta última, el personaje que interpreta Edgerton lleva al límite los métodos del padre y la madre, los interrogatorios, la invasión de la intimidad, el deseo de ingresar en el ámbito de otras vidas, las vidas de los hijos, para corregirlas, para cambiarles el rumbo. Por eso, cuando ya no quede más remedio, la madre deberá intervenir e interrumpir esa puesta en escena, reencauzar la dirección que estaban tomando las cosas, devolverlo todo a su origen. De nuevo como en El regalo, todo depende de una red de interpretaciones psicoanalíticas: hay que acabar con el subconsciente perverso si se quiere seguir adelante, si lo que se desea es vivir, por mucho que se trate ya de una vida herida, mutilada. Con estas dos películas, Joel Edgerton emerge como un cineasta sobrio e inquietante. Y con Identidad borrada, demuestra que puede adaptarse a códigos más o menos ajenos, más o menos rígidos, y acercárselos a su terreno. Esperemos que también sea constante y no se deje llevar demasiado por la corriente de las modas y los caprichos de la industria.