El secreto de Puente Viejo
por Philipp EngelEn un celebrado episodio de Paquita Salas, Lidia San José torcía un poco el gesto durante su participación en El secreto de Puente Viejo, como si su bloqueo tuviera que ver con las acartonadas formas del culebrón, materializadas en la alambicada frase que le había caído en suerte. Pero se equivocaba. Todos lo saben, el film que Asghar Farhadi rodó en Torrelaguna, a 4,6 kilómetros de Torremocha de Jarama, una de las localizaciones de la telenovela de Antena 3, demuestra que es posible sublimar en la gran pantalla los tópicos del culebrón, elevándolos a un melodrama de lujo, presentado como caviar iraní y relleno de estrellas como Penélope Cruz, Javier Bardem, Bárbara Lennie, Ricardo Darín e Inma Cuesta, entre otros, con mención especial para José Ángel Egido, un antológico Señor Lobo.
Todos lo saben contiene todo lo que se le pide a una ficción de sobremesa: una comunidad con secretos conocidos por todos, fortunas que cambian de manos, viñedos, hijos que en realidad son de otros, antiguas promesas de amor eterno, y hasta alguna crisis de fe. Y también un crimen, por supuesto. El más terrible y deleznable de todos: el secuestro de una niña. Todo esto Farhadi lo ha rodado con la mirada pintoresca, casi publicitaria, de un turista, como hizo con Barcelona Woody Allen en otra película con Pe y Ja. Aunque Todos lo saben es, sobre todo, una explícita carta de amor a Volver, otra película protagonizada por Penélope Cruz y fotografiada, como aquí, por el maestro José Luis Alcaine. La Torrelaguna de Todos lo saben, con esa boda en la que se ponen como las Grecas, es quintaesencia castellana de la misma manera que Penélope Cruz es española como ninguna. No se puede ser más idealmente español que ella. Y esto, dicho sin ápice de ironía, se sabe aquí, en Hollywood, y en el resto del mundo. Quién no ha querido ser la anchoa embutida en la aceituna que sus blancos dientes parten en dos.
Pero Penélope Cruz no es sólo la belleza españolísima de Volver, también ha ido puliendo el personaje de mater dolorosa, entre sus trabajos italianos para Castellito y la luminosa ma ma, de Medem, para culminarlo aquí, con un despliegue de distintas gamas de dolor desgarrador que no pueden dejar indiferente al espectador, sobre todo si son padres. Todos lo saben se levanta como un homenaje al aura de la pareja que se conoció hace 26 años con Jamón, jamón (Bigas Luna, 1992). En una bastante cautivadora escena de apertura, vemos una mano inequívocamente femenina que sostiene el móvil rosa de la hija del personaje de Penélope Cruz, y la cámara se clava en la poderosa nuca, inmediatamente reconocible, de un Javier Bardem, subido a un tractor a través de unos viñedos donde trabajan adustos jornaleros de mirada aviesa, como si supieran… Pero el coche de Penélope no se detiene, y pasa de largo, como si fueran dos seres míticos, separados por un océano de vida, pero condenados a encontrarse. No lo harán hasta un poco más tarde, en el mismo corazón del pueblo. Quizás en el epicentro mismo de nuestra piel de toro.
Se apaga la luz en plena boda, desaparece la niña, y todo se tiñe de noir. Cualquiera podría ser el culpable. Entraría entonces en juego el talento para el thriller doméstico del que puso al mundo en vilo con la separación de Nader y Simín. Aunque los derroteros no escapan esta vez de lo previsible, y el espectador siempre tiene la impresión que sabe más que los personajes. No es la mejor película del iraní, aunque sí resulta mucho más disfrutable que su incursión francesa (El pasado, 2013). A medio camino entre el glamouroso guilty pleasure y el crocanti cinéfilo de altura, Todos lo saben es la película-acontecimiento que inauguró el pasado Festival de Cannes, y la que bien podría también habernos representado en los Oscar, no sólo porque Farhadi tiene asiento reservado en la Academia, sino porque la película sintetiza a la perfección cómo se nos debe ver desde Hollywood, con esa alegría de vivir, que esconde un fondo siniestro.