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    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Niñato

    La familia antes que el rap

    por Quim Casas

    Niñato ha desfilado en los últimos meses por certámenes de muy distinto signo: Visions du Réel, el festival de cine español de Nantes, Bafici –donde se alzó con el galardón a la mejor película–, Sevilla –aquí conquistó el premio de la sección Nuevas Olas–, Sarajevo, L’Alternativa o Márgenes. Su andadura en este sentido es firme y ve recompensada una postura ante el documental y la ficción que no es nueva pero si sigue siendo relevante.

    Los personajes retratados por el debutante Adrian Orr son reales, y lo que muestran las imágenes es su día a día. ¿Cine documental? Por supuesto. Pero hay una posición frente a la puesta en escena de estas situaciones y un sentido del relato que pertenece a los dominios de la ficción. Hay gestos de verdad y otros estudiados, estilizados si se quiere. El debate sigue abierto, pero de esa línea fronteriza cada vez más quebradiza, en el sentido positivo de la palabra, se están beneficiando desde hace años un buen número de cineastas españoles que han encontrado un hueco, amplio y preciso, para postularse por un nuevo cine, sea documental, de ficción o una mezcla de todo ello y aún más cosas.

    Niñato es el nombre artístico de David Ransanz, un rapero de Madrid. Pero lo que muestra el filme no es su vida musical, sus actuaciones, improvisaciones y grabaciones domésticas. La película recoge algunos de estos momentos, pero el centro de atención es el tipo de vida que lleva Ransanz, separado de su esposa y a cargo de su hija y de los dos hijos de su hermana, también separada. Lo que mejor captura Orr es el regreso a casa del personaje, la relación con los pequeños (la secuencia de apertura, por ejemplo, y la dificultad que entraña poner en marcha a tres niños a las ocho de la mañana para que se vistan, desayunen y vayan a la escuela, o la escena de los deberes escolares) o con la madre que vive en el piso contiguo al suyo. Es un microcosmos familiar tan caótico como ordenado. Y la cámara observa tanto el caos (Orr no tiene ningún problema en que no sepamos a ciencia cierta quien es hijo y quienes son sobrinos del protagonista) como el orden que, con su forma resolutiva de ver la vida, intenta imponer Ransanz en su existencia y en la de los que tiene a su cargo.

    El filme, cuya historia ya fue esbozada en un corto precedente de Orr con los mismos personajes, Buenos días resistencia (2013), filma precisamente un ejercicio de resistencia cotidiana. Habla de muchas otras cosas (la conversación sobre lo económicamente prohibitivo que es para él dejar que los niños se queden a comer en el comedor del colegio), pero sobre todo de esta peculiaridad que no debería serlo: Ransanz no deja de hacer lo que llevan haciendo desde hace siglos tantas madres, solteras o casadas, que no es otra cosa que gestionar una casa, preparar la comida y cuidar de los hijos cuando aún deben de ser cuidados.

    A favor: La relación de Ransanz con los tres niños, especialmente con Oro.

    En contra: Algunos momentos resultan demasiado estudiados.

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