La oficina de los terrores
por Marcos GandíaMientras que en la reciente La tribu (que, por cierto, comparte con Jefe la presencia de la siempre estupenda actriz Bárbara Santa-Cruz) el deus ex machina del libreto de Colomo y Joaquín Oristrell (entre otros) castigaba al fiero y despiadado ejecutivo agresivo encarnado por Paco León, con una amnesia Frank Capra (o A propósito de Henry) que le sometía a una terapia de humildad, solidaridad y buen rollito, en Jefe, vitriólica puesta de largo de Sergio Barrejón en el ruedo del largometraje peleón, las humillaciones a las que el destino, vengativo, somete al presuntuoso, energúmeno y cafre capitoste encarnado (todo un recital) por Luis Callejo, se convierten en una desarmante e irónica celebración del capitalismo como germen revolucionario del anarquismo.
Claramente inspirada en productos televisivos de eficaz solvencia cómica y combativa como las dos versiones (británica y estadounidense) de la sitcom The Office, Jefe arrincona en los restos de ese naufragio del pelotazo y la voracidad promiscua empresarial a un cenutrio que se creía el rey del mambo y que, desde la trinchera casi de uno de los topos de la guerra civil (¿no será Jefe el Mambrú se fue a la guerra de los años de bonanza de los métodos Gronhölm?), se resiste a dejar de ser el ogro que fue. En esa peripatética composición casi de fantasma (fantasmón) que se resiste a abandonar el plano mortal, el castillo donde se creía monarca, Callejo se luce de una manera azconiana, de comedia negra, de comedia mala leche de oficina (la oficina siniestra de la revista La Codorniz), convertido en un reflejo post capitalista del Fernando Fernán-Gómez de El anacoreta.
Y si en esa solidaridad extraña que se produce con la chica de la limpieza (Juana Acosta), su Pequeño Tim en una lectura Scrooge del film, la película de Sergio Barrejón se pone muy Billy Wilder, muy El apartamento, En bandeja de plata e incluso (¿por qué no?) El gran carnaval, con algunos personajes tan entrañables y wilderianos como el de Adam Jezierski, en sus ideas negras ácratas y maravillosamente destroyer, Jefe gruñe con libertario sentido del humor y de la crítica social en la misma onda de voz-gruñido que aquella joya (hoy ignorada y, peor todavía, olvidada) que es la francesa Themroc. El cavernícola urbano.