México misterioso
por Xavi Sánchez PonsTres subgéneros de terror han marcado las primeras dos décadas del siglo XXI: los zombis e infectados, el torture porn y el found footage. Y los tres siguen siendo exprimidos por diversos motivos; una cuota de fans generosa, beneficios económicos y acuerdos de distribución internacional rápidos, la posibilidad de hacer películas con poco dinero –a veces casi de guerrilla-, o directores noveles que quieren utilizar el cine de horror como trampolín. Eso sí, a pesar del abuso, sigue habiendo propuestas relacionadas con esos subgéneros que tienen valores cinematográficos sólidos, lejos del timo de la estampita presente en un buen número de este tipo producciones. Léase: pelis de zombis sin apenas muertos vivientes, found footages sin nervio y sin sorpresa final reveladora, o torture porns con torturas en off. Ahora bien, los que suelen acertar cuando se acercan a estas etiquetas lo consiguen cuando adaptan historias clásicas de miedo a esos formatos -un ejemplo: la fantástica Hell House LLC, una de casas encantadas con metraje encontrado-, o cuando proponen ligeras variaciones autóctonas que dan encanto y personalidad a trenes de la bruja que hemos visto una y mil veces en la pantalla. 1974: La Posesión de Altair pertenece a esta última categoría, y es que detrás de su condición de exploit mexicano de El proyecto de la bruja de Blair, se esconde una pequeña e intensa película de terror manufacturada casi de forma artesanal.
El primer largometraje de Victor Dryere, estrenado mundialmente en el Festival de Sitges de 2016, está rodado de forma íntegra en Super-8, y ya solo eso, el grano grueso y la estética tosca comunes a ese formato, le aporta una textura y atmosfera especiales. La película, ambientada en el México de los años setenta (otro acierto es la recreación modesta pero a la vez detallada que realiza de esa década), documenta la pesadilla que vive una pareja de recién casados que establece su residencia en una casa aislada en el bosque y que, como no, decidirá grabar con su cámara casera, generando un metraje que luego es encontrado y mostrado al público (el punto de partida habitual de los found footage de ley). A partir de ahí, poco más se puede explicar para no dar pistas sobre una trama que si bien no innova, sí que se hibrida con otros géneros de manera sorprendente y satisfactoria.
Dryere dosifica bien la información en 1974: La Posesión de Altair para mantener a la audiencia en vilo, logra un crescendo de suspense y de terror notable, fabrica un memorable trasunto mexicano de nuestro Jiménez del Oso en el personaje del Dr. Canseco, y hasta se anima con algunas imágenes shock, aterradoras y poderosas, que recuerdan a la estupenda The Black Door de Kit Wong (un found footage de culto a recuperar con urgencia) y que le confirman como un futuro valor del género en Centroamérica.
A favor: Su giro final y ese look inquietante de filmación casera real.
En contra: Los prejuicios previos que generará por su condición de found footage.