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    Pájaros de Verano
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    3,5
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    Pipe C.
    Pipe C.

    9.175 usuarios 160 críticas Sigue sus publicaciones

    4,0
    Publicada el 2 de noviembre de 2018
    Pájaros de alto vuelo.
    “We’re already dead,” proclama confiado, frente al enemigo, el personaje protagonista de la cuarta película del cineasta colombiano Ciro Guerra y la primera como realizadora de Cristina Gallego, un hombre guajireño que se dejó seducir por las tentaciones del narcotráfico, una adicción que devastará su vida con la misma velocidad en que se compraba y vendía un kilo de marihuana en los años 70.
    “Birds of Passage” lanza una mirada propiamente arriesgada sobre el brutal narcotráfico colombiano desentendiéndose de cualquier referencia preestablecida por proyectos de renombre como “Narcos” de Netflix o “Loving Pablo” de Fernando León de Aranoa; en su lugar, construye sobre este escenario un relato de jerarquías, venganza, obsesión y justicia, a través de personajes indígenas magnéticos que se dejan manejar por la historia bajo la condición de la coherencia narrativa. Además, se nutre de las tradiciones de la cultura Wayuu para desplegar acontecimientos con la misma magnificencia visual y narrativa, lo que permite que presenciemos un rustico estudio de personajes en vez de una historia más de violencia y traición con los carteles de droga como telones de fondo, ingredientes presentes, pero supeditados por los sorprendentes movimientos argumentales que surgen con cado nuevo canto.
    En un contexto más específico, el filme exhibe consecutivamente el “ascenso” del habitual mortal de cine gánster, de la difícil pobreza a la deshonrosa riqueza ilegal por medio de mecanismos extranjeros readaptados deliciosamente bajo un prisma colombiano. Con el motivo aun caliente de su descarrilada gloria (ganarse la mano de su esposa), resulta incluso más interesante vivenciar al lado del protagonista su correspondiente caída, una perdida que nunca podrá igualar ni siquiera el más grueso fajo de billetes.
    El karma, en cualquiera de sus formas, acecha desde el inicio, y no se despide hasta que la justicia emerge. La primera víctima: Moisés (Jhon Navaez), un folclórico hedonista que, como es usual, pierde la cabeza y la humildad frente a una pila de dinero fácil; con este, orquesta grandes celebraciones, impone creencias, malgasta en ociosidades y pasa por encima de todos sin vergüenza alguna. El segundo es el hijo primogénito del protagonista, Leonidas (Gredier Meza), quien, conforme el veneno entra por sus venas, crece en superficialidades. Desestimando una familia rica en valores y tradición, se transforma en un sociópata engreído; ofuscado por la ausencia del amor, se resarce humillando a quien está a su alrededor, con acciones perturbadoras que toman prestadas de “Pink Flamingos” y “Scarface.” El tercero, sin necesidad de subrayarlo, es Raphayet, principal vehículo narrativo, un héroe caído, un perverso inocente, otro más en la lista. Noble y leal, sincero y honesto, silente e inteligente, consigue que el espectador se identifique con su personaje, incluso si su desenlace es el más mísero. Cada uno comparte la imperfección humana, los primeros en función de antagonistas, en cambio, cuando se trata del protagonista, un hombre con anhelos y pecados, es sencillamente doloroso ver como el trágico destino se lo devora.
    Las mujeres son una historia diferente. Únicamente hay dos en la función, y mientras una recibe un tratamiento injustificadamente recio, otra se roba por completo la película con una alucinante actuación. La primera es Zaida, interpreta por Natalia Reyes, un personaje que, en primer lugar, es representada como un trofeo para nuestro héroe, para luego esconderla en el rol de mujer hogareña, se entiende que sean sus raíces y tradiciones Wayuu, en donde la mujer cumple un rol mucho más místico y espiritual, pero en tiempos de igualdad de género, una propuesta así resulta muy debatible. Con normas culturales tan severas y diseños obligadamente fieles, el personaje de Reyes es una sombra más de Raphayet, manteniéndose al margen de sus posibilidades, y eso, en una época en donde limitar a una buena actriz, aun con una base justificable, es un crimen, no inaceptable. Nada parecido sucede con la matriarcal Carmiña Martínez, quien debutando como actriz, es un presagio poderoso de próximas producciones que nutran la diversidad actoral en un país como Colombia; incluso resulta más estimulante imaginarla en papeles de igual esencia, pero de apariencia radicalmente diferente, un vehículo que le permita continuar fuerte después de esta tremenda interpretación. Lógicamente, ser tan cercana al papel allana el proceso de preparación, aun así, es fascinante como una recién llegada produzca tanta fuerza, voluntad y robustez en pantalla, como logre apoderarse de un filme políticamente delicado desde el primer momento.
    El dúo de guionistas de esta fabula de la vida real, Jacques Toulemonde Vidal y Maria Camila Arias, parece entender bien como construir el relato mediante la personalizada división en cantos o secuencias espirituales que afianzan el filme en momentos críticos. El guion tiene una coraza sencilla que galvaniza el público por lapsos determinados con escenas abiertamente perturbadoras, sin embargo, si estás dispuesto a ir más allá, Guerra podría dejarte aún más sorprendido. La emulsión entre cine gánster de mediados de los 80 y el tradicional estilo del director es la que la hace resistirse de definirse como cine arte, no únicamente por los efectivos giros de tuerca, sino por la pericia dando tiempo a ambas partes. Ahora bien, la imprevisibilidad del guion proporciona a la historia un plus irresistible, un paseo en montaña rusa con los ojos vendados; sin espacio para la duda, un hibrido indie sencillamente complejo.
    Ciertamente, la incorporación de la violencia era insoslayable jugando con tres componentes inflamables: narcotráfico, dinero y traición. Afortunadamente, el guion la sabe utilizar con fundamentos, no como simple incentivo de entretención para el público. Una muerte es significativa en cuanto represente un puente para que la historia continúe avanzando, cada disparo, cada bala, cada golpe cumple una función y hoy, violencia justificada en el cine, es un regalo. Como un filme seriamente violento, tales escenas se sustentan con coherencia y funcionalidad, dos características inexistentes en contables proyectos independientes.
    La cultura latinoamericana es un terreno frívolamente explorado por el cine, por esto, es aplaudible el recorrido que el filme hace a través de esta, concertando el panorama indígena colombiano con el más agresivo frenesí narrativo con el fin de motivar a la audiencia. Amén de los inflexibles modelos jerárquicos por los que la mayoría de culturas indígenas de américa del sur se rigen, el filme consigue lanzar un comentario de plena humanidad por medio de las tradiciones de los Wayuu, humanizando a los indígenas que son marginalizados por un sistema social que se resiste al avance.
    En su historial como cinematógrafo, David Gallego tiene un trabajo excepcional y otro asombrosamente bien hecho hasta la fecha: “Embrace of the Serpent” y “Siete Cabezas.” Esta vez vuelve a reunirse con el cineasta que le regaló a Colombia su primera nominación en los prestigiosos Premios Oscar, en esta ocasión en una locación completamente diferente. La cinematografía de Gallego para sus dos anteriores proyectos, especialmente el primero, debe ser valorada pues lograr escenas visualmente significativas con pizcas de magnificencia no es trabajo sencillo. Con “Birds of Passage” el reto era mayor al tener que, primeramente, mantenerse al nivel del fastuoso blanco y negro de “Serpent;” y segundamente, hacer honor a una compleja cultura con proposiciones tan sugestivas tanto para el ojo como para la mente del espectador. La cinta, sin lugar a dudas, saca provecho de bailes, ceremonias, himeneos, funerales y tradiciones para explotar la más creativa autenticidad, discretamente dominado por una decencia agradecible, nada es rimbombante o altisonante, todo lo contrario, cada elemento, prominentemente el juego de colores, concuerda de manera destellante. Gallego propone algunos cuadros de ensueño en este filme, hermosamente hirientes que se apoderan de la pantalla, purificados por la gloriosa naturalidad.
    El score de Leonardo Heiblum es increíble. Potentes tamboras y folclóricas flautas indígenas por delante, el compositor capta los sonidos de una cultura y el leitmotiv de la historia para hacerlos uno solo, fundiendo sonidos primitivos con mezclas fascinantes que empoderan cada momento y provocan un efecto más profundo en el espectador; un compositor al que seguirle los pasos.
    “Birds of Passage” de Ciro Guerra y Cristina Gallego no es una más anexándose al repertorio audiovisual sobre narcotráfico colombiano, es una violenta y ocasionalmente abrumadora fabula que lidia con temas tan ancestrales como la justicia, la avaricia y las causticas consecuencias de los excesos; un retrato vivido y atrevido del pasado de un pueblo que aun ensombrece su presente. He aquí otro robusto largometraje de la dupla Guerra-Gallego que los cimenta como dotados cineastas y los reconoce como una de las caras de su país. Un filme que impacta fuerte en la filmografía colombiana, tratando temas delicados y dejando en alto el nombre de una cultura indígena que merece ser conocida y respetada.
    cine
    Un visitante
    5,0
    Publicada el 3 de octubre de 2018
    Putain.. La tragédie grecque pour scenariser la guerre de clan, tout au réalisme magique, tout tout, désert des Landes, compromis au risque des interfaces commerciales. Et 'archeo des narco, un film Guajira, Wayuu, voilà la beu avt pbm legalizacion y cocaïne de cartel de loco voliencia y otro producto, destruccion de cultura .. Se Lee tambien claro solucion agricole de campo producto de cultura y legal y El mercado globak, ahora al campo pa esperanza pouh
    fazco
    fazco

    31 usuarios 28 críticas Sigue sus publicaciones

    4,0
    Publicada el 16 de septiembre de 2018
    La fotografía y banda sonora es muy buena, dejando ver de una manera cruda pero real como el narcotráfico llego a permear hasta las zonas más lejanas de Colombia.
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