Noah Baumbach ha conseguido capturar un sentimiento muy único en "Historia de un Matrimonio", que es a su vez una obra tremendamente personal sobre el fin de una relación. Suena contradictorio porque efectivamente estamos ante una historia que habla más de un divorcio que de un matrimonio. Y más aún cuando resulta tan cercana, divertida y absolutamente deleitante de principio a fin. Baumbach no había ofrecido una mirada tan humana y empática hacia sus personajes como hace en esta ocasión. Aquí vemos un desamor alejado de la mayoría de tópicos, retratado con un tacto admirable. Era fácil caer en la exageración o el sentimentalismo barato, pero la ruta que ha seguido el director permite que todo espectador se pueda sentir identificado con estos personajes.
La película inicia de una manera especial, una pareja enumera las virtudes y motivos por los que se enamoró del otro, el director y también guionista provee así al espectador de la información que necesita saber para conocerlos y compenetrarse con ambos, pero a la siguiente secuencia lo desarma por completo. Charlie un talentoso director de teatro, y Nicole una actriz que, tras debutar con cierto éxito en el cine, decide solo protagonizar las obras de su marido en Nueva York. Estando en terapia a punto de separarse, ella decide viajar junto a su pequeño hijo a su ciudad, Los Angeles, para protagonizar una serie de televisión, donde tras las desavenencias existentes con su ex decide que todo se resuelva por medio de abogados. El director plantea así una historia de quiebre en donde la importancia de narrar cada detalle cobra otra dimensión conforme presenciamos el derrumbe de una relación que ve como el amor y sus buenas intenciones entran en conflicto ante sus respectivos intereses, dinamitada por la irrupción de sus abogados, dando paso a una guerra sin cuartel que abre nuevas subtramas y significados.
Charlie y Nicole tienen sus manías y peculiaridades, pero ante todo son personas normales, padre y madre en una situación tan compleja como mundana. Han cometido errores y sueñan con ser mejores, pero para ello necesitan ir por caminos distintos. Por ello no podemos odiarlos, sino ponernos en su piel y compartir su proceso de separación que inevitablemente sacará lo peor de ambos. En un film que a ratos duele y a ratos cura. Guarda momentos para la carcajada más pura, gracias a un guión repleto de emociones y lleno de situaciones idóneas para que se luzcan al máximo sus dos magníficos intérpretes principales.
Las actuaciones son soberbias, Scarlett Johansson como Nicole (Nunca habíamos visto a una Scarlett tan alejada de los estereotipos, la actriz se entrega al máximo en cada uno de sus planos y espero que continúe sacando partido a todas las facetas de su talento en sus próximos proyectos) y de Adam Driver en el papel de Charly, su marido, demuestran una vez más que estamos ante la presencia de dos actores colosales y que, como consecuencia, elevan la cinta a niveles de auténtica excelencia, sin olvidar la excéntrica genialidad de Laura Dern que como Nora Fanshaw, brillante, dura e inflexible abogada de Nicole, pone una buena dosis de sal y pimienta a este monumental y despiadado drama. Es esencial la labor de secundarios como Merrit Weaver y Alan Alda para quitarle hierro al asunto con un humor muy agradecido.
En definitiva, trata y desarrolla a fuego explosivo la decadencia de un acuerdo entre dos artistas, cuyos egos, ambiciones y sueños, destruyen poco a poco la comunidad que en algún momento se llamó amor. El complejo, abstracto y duro entramado legal del divorcio también es apreciado y detallado firmemente, sin desperdicio con brutal honestidad y sinceridad, realidad y pragmatismo, abogados, dinero, hipotecas y desaciertos, error tras error y un poderoso baile de sincronía perfecta entre Driver y Scarlett en este increíble drama familiar. Obran maravillas a partir de un guión ya sobresaliente. Lo que podría haber sido una dramedia sin nada especial se convierte en un relato conmovedor e impregnado de realidad, con un corazón latente en cada precioso encuadre y la emotividad en los acordes de Randy Newman.