"Extraños en un tren" narra la historia de dos completos desconocidos que coinciden durante un viaje en tren. El extraño sujeto le propone a un joven jugador de tenis, la comisión de un doble asesinato cruzado, que les permita a ambos deshacerse de dos personas que se interponen en sus intereses. El film se convertiría en una obsesión para Hitchcock, ya que incluso en la etapa de reelaboración del guión, el director ya había configurado en su cabeza los aspectos más emblemáticos de la cinta. Comenzando con la idea de fotografía que quería, sumando al fotógrafo Robert Burks, uno de los más grandes fotógrafos de la historia del cine estadounidense. Burks desempañaría un rol clave en el film, no sólo con su elegante concepción visual del blanco y negro clásico del noir de los 50s, sino también por saber plasmar exactamente lo que Hitchcock desea que el espectador observe de cada secuencia, sea ésta la caminata de dos extraños que coinciden en una mera y casual conversación en un vagón de tren, un estrangulamiento en un sitio eriazo, o un enfrentamiento brutal en un carrusel descarrilado a una velocidad destornillante.
En términos narrativos, el director trabaja las posibilidades del doble y falso culpable en la figura de Guy Haines y Bruno Antony. En la novela de Highsmith, se puede observar cierta atracción homoerótica entre ambos personajes, que Hitchcock diluye en el guión que finalmente aprobó, entiendo por una cuestión de gusto personal o de censura, pero lo cierto es que el principal aliciente de la relación entre ambos es la obsesión que Bruno Antony desarrolla no sólo con el acuerdo de asesinato que sólo se concreta en su mente, sino también en la persecución que hará a Guy Haines durante todo el metraje. Así, estos personajes se pasean tanto por el concepto de “doble culpable”, uno el asesino obsesivo y el otro el ingenuo que comparte sentimientos criminales que no se atreve a cumplir y, por otra parte, el del “falso culpable” que supone que el psicópata que concreta sus planes criminales y se obsesiona es el verdadero y único asesino. De la misma forma, este punto nos lleva a las víctimas de asesinato, que el director presenta en contraposición, que son la despreciable ex esposa de Guy, que inicialmente pide el divorcio al tenista para luego arrepentirse al ver el éxito económico de éste y ser abandonada por su amante, de quien espera un hijo que pretende presentar socialmente como su hijo.
En tiempos en que el morbo por el asesinato femenino no tiene las implicancias ideológicas y mediáticas que tiene hoy, se filma el asesinato de Miriam desde la perspectiva de los cristales de los anteojos de la mujer, no sin antes dar una última muestra de que ésta buscaba su propia muerte al creer que Antony la seguía por mero interés sexual. Es también uno de los mejores ejemplos de construcción de suspenso que el obeso director creó y con el cual dio cátedra. El film está lleno de escenas notables que pasarían a la posteridad, como el mismísimo asesinato de Miriam reflejado en sus anteojos. La omnipresente presión de Bruno a Guy durante prácticamente todo el metraje, donde gusta de enfocarlo lejanamente, casi con un barrido y desenfoco de la cámara, pero siempre acosando. El plan de Bruno de ir a dejar el encendedor a la escena del crimen para incriminar a Guy, así como la constante amenaza de que el plan de Guy de evitarlo se venga abajo y termine finalmente involucrándose. Y, por supuesto, el enfrentamiento final de ambos en el carrusel con niños en él que se sale de control y obliga a un empleado del parque de entretenciones a meterse por debajo del mecanismo para intentar detenerlo.
Las actuaciones son inmejorables, el filme contó con competentes interpretaciones, sin embargo, el trabajo interpretativo de Robert Walker fue sencillamente magistral. No sólo interpreta a un sujeto pueril con espíritu psicópata, sino que se come literalmente a Farley Granger, al punto que de verdad logra incomodarlo. No es exagerado decir que su ausencia en algunas escenas, por una cuestión natural del desarrollo de la trama, hace que el espectador sienta que el ritmo y la intensidad disminuyen, pero no al punto de hacerle daño. En cierta medida, representa a aquel sujeto hedonista y vividor que sólo está dispuesto a actuar cuando ve amenazada su particular forma de vida, y no precisamente para servir de ayuda a los demás. Laura Elliott está britllante, interpretando a la insoportable Miriam Joyce Haines, ex esposa de Guy que amenaza con desistir del divorcio y amargarle sus planes con Anne Morton, a cargo de una digna Ruth Roman, su nueva pareja, hija del senador Morton. Patricia Hitchcock hija del realizador, personificó a Barbara Morton, la otra hija del senador que sirve de anzuelo para cazar a Anthony. También encontramos a Leo G. Carroll como el senador Morton, Marion Lorne y Jonathan Hale como los padres de Bruno Anthony. Y a Howard St. John como el capitán de policía Turley.
En definitiva, esta película lleva al límite lo que Hitchcock conocía como suspense. El espectador siempre sabe más que los personajes, la dilatación del tiempo es tan asombrosa que no nos damos cuenta del truco. Con un espíritu de maquinación diabólica, contó con una construcción que deparó unos resultados tan rigurosos como inquietantes. Muestra de forma muy clara como otros elementos más formales ajenos a la historia pueden enriquecer de forma indirecta a esta. A pesar de no ser uno de sus títulos más conocidos y celebrados, constituye una de las más competentes y destacables cintas de suspenso de su época, dando cátedra de lo que es construir un ambiente enrarezido y, ciertamente obsesivo.