¡Salve, Ari Aster!
Todo es verdad. El psicológicamente brutal e inquietante debut como director de Ari Aster es una proeza de cine sobrenatural conjurada a partir de una óptica convincente que recoge del espiritismo, la demonología y la nigromancia una mitología lo suficientemente perturbadora como para incomodarnos profundamente con uno de los filmes de horror independientes mejor elaborados a nivel visual y de escritura del nuevo siglo. Es poco decir que se te queda bajo la piel tan pronto como los créditos ruedan, dejándote un mal agüero y una inseguridad inusual hoy en día en el cine que desaparecerá con un siniestro cloqueo. La más oscura perversidad se esconde tras caras familiares.
Poco conocido en el mundo audiovisual mainstream, Aster— Nueva York, 1987 —empezó a labrarse un nombre dentro del medio con sus valerosos y bizarros cortometrajes (“The Strange Thing About the Johnsons”), aquellos que fueron suficiente aliciente para que la productora A24 le concediera su apoyo para dar su tenebroso gran salto al mundo del celuloide. Acreditándose como único director y guionista— una garantía extrañamente infrecuente teniendo en cuenta los increíbles frutos,— este cineasta americano, absoluto nuevo punto de mira para los grandes estudios, consolida su idea y carrera con solvencia apabullante, seguridad exquisita y tranquilidad necesaria para dejar a todos sin cabeza; es magistral el manejo que tiene de las herramientas cinematográficas que posee, perceptible con cada controlada y llena de significado escena en la que el dominio de cámara, guion y actores se convierten en asideros cardinales para conferir tremendo impacto a una tragedia familiar oscuramente penetrante vista desde afuera, pero inquisitivamente traumatizante con una revisión mucho más aguda en la que yace una historia de perdida, perdón, cordura, familia, unión y, lo mejor de todo, demonios humanos e inhumanos.
El Festival de Cine de Sundance fue el primero que le construyó las alas a este filme de terror psicológico para volar por lo más alto, cosechando un buzz anormal para el género desde que “The Babadook” de Jennifer Kent se estrenara en la edición de 2014 a la media noche. Aclamación universal que se dispersaba en forma de un efervescente boca a boca, reseñas de la prensa o comentarios de los asistentes que atiborraban las redes sociales; honores que se dirigían directamente al trabajo de dos personas en específico: Toni Collette y Ari Aster; pero eso sería una declaración claramente apocada e incorrecta minimizando el conjunto de viscerales fortalezas que constituyen a un todo increíble.
A grandes rasgos, el primer gran paso corresponde a la excelente escritura de la historia. Como buena cinta de horror de los últimos años, la savia argumental es hallada en el instante en que se explore bajo la superficie, el tesoro del que se habla está en el contenido metafórico de la obra, envuelto por la tenebrosidad e inquietud que hilvana el filme. Este encierra un fuerte e intrínseco enfoque nigromántico entorno al mundo espiritual, pues, de hecho, este es el principal propulsor de la trama; asimismo, amén de ese delicioso y siempre atrayente tema de base, tiene lugar un drama familiar pesimista y poderoso, por el que cruza concienzudamente la sanidad mental, el dolor de la pérdida, las cadenas familiares, el peso de ser parte de un grupo y la responsabilidad que conlleva estar dentro de este. Pero también como buen filme de horror de los últimos años, el filme debe funcionar igual de bien si se le evalúa desde el exterior, y aquí todos los elementos están en el orden preciso para quebrantar los nervios hasta del más reticente espectador, por supuesto, la paciencia surge como principal requisito. En esa área es donde mejor trabaja. Ya desde el inicio se instaura qué clase de atmosfera manejará el cineasta a lo largo del filme, como por ejemplo lo hizo con maestría David Robert Mitchell en “It Follows.” La escena de apertura con un paneo a través de la habitación de trabajo de Annie, la protagonista, insta a sumergirnos en su pequeña casa embrujada, un lugar en donde la muerte sí significa muerte. Ese es un recurso que la película respeta, demostrándolo con la importancia que el espectador requiere, pues a diferencia de “It Comes At Night” de Trey Edward Shults y de la misma casa productora, las escenas más crudas no caen tarde o temprano en una especie de visión o pesadilla, el relato las trata como una significante e irreversible realidad, es el destino del juego, un futuro marcado por el rey Paymon; una vez seas elegido, nada podrás hacer.
El filme, como un todo, es una experiencia espeluznante y constantemente impactante, sin embargo, siendo objetivos y selectivos, hay cerca de cinco secuencias sencillamente premiables, cuadros con un ritmo y un factor sorpresa tan patéticamente horroroso que te deja con la boca abierta de par en par por más de un minuto entero, ciertamente no comprendes con claridad por qué acaba de suceder eso, pero unas vez estés lo suficientemente ligado a los personajes y a la mitología, ese estado de shock adquiere sentido. En tales secuencias, se aprecia el gran cariño y respeto a los grandes y raramente recordados clásicos del horror a través de venias narrativas, sin embargo, “Annabelle: Creation” vino a mi mente en el momento en el que todos, literalmente, perdemos la cabeza; obviamente el filme de Edward Shults también gana reminiscencias; “The Killing of a Sacred Deer” en su natural capacidad de perturbar en un dos por tres o el increíble debut de época de Robert Eggers con “The VVitch: A New-England Folktale”, con la cual mantiene semejanzas muy cercanas.
Ese final, ese final es tan alucinante e irracionalmente poderoso como el de Eggers en su ópera prima. Un loco y esquizofrénico tercer acto prepara el terreno para una monumental conclusión, uno prolijamente escrito, asombroso y turboso que salpica de horror una situación tras otra. La tensión es cuidada y bien construida, te incomoda hasta cuando aparentemente no sucede nada en pantalla; ese final es, sinceramente, uno de los mejores en una cinta de verdadero horror desde 2016.
Usar el contenido de grimorios es una tarea peliaguda y quien desee posar su filme sobre este debe estar lo suficientemente preparado y consciente de que debe entregar una historia coherente, cohesiva y jugosa, fiel al difícil material de apoyo pero también a las esperanzas de los más fieles admiradores cinéfilos. Se apuesta por la ira y la búsqueda de uno de los demonios de la Orden de los Dominios: Paimon, quién con doscientas legiones de demonios bajo su mando, una ostentosa corona, un dromedario y un rostro afeminado, es considerado uno de los mal leales a Lucifer. Sí se investiga a fondo quién es y cuál es su propósito, la mayoría del complejo relato adquirirá sentido, bueno, la mayoría, eso es seguro; y aunque parezca que hasta ahí llega la magia del filme, aún queda cierto material de estudio metafórico para desglosar, en el que se debe detectar qué es verdad y qué no. ¿Es todo esto en realidad una herencia de trastorno mental? , ¿Problemas familiares?, ¿demonios acechantes?
Esto debe ser aclarado: “Hereditary” no es para toda clase de audiencias, en realidad, se limita a algunos pocos, muestra de eso su clasificación en CinemaScore®. No estaría mintiendo si digo que más de la mitad del teatro en que vi dos veces seguidas el filme salió, además de terriblemente confundidos y consternados, abiertamente ofuscados. Inexplicables carcajadas en los momentos más dramáticos y perturbadores: ¿la razón? no es la obra vainilla de terror que surgen como arroz semanalmente en los cines. A24 está dejando una imborrable y reconocible marca con las cintas que estrena, especialmente con las de terror. Siempre singularizadas por un tono muy indie a través de historias con miles de bordes y caras en las que ahondar, ricas en personajes misteriosos y puestas al mando de artistas con el suficiente potencial para perpetuar el gran nombre de la casa. La compañía fundada por Daniel Katz, David Fenkel, y John Hodges se encuentra en el punto medio de la balanza entre éxito comercial y recepción crítica del género con respecto a las tres secciones establecidas en un sentido amplio; este prometedor estudio está justo en medio de la uno y la dos. En la primera se hallan los filmes de explícitamente bajos presupuestos pero inmejorables resultados, representados por IFC Films con por ejemplo la fantástica “A Dark Song.” En la segunda unidad se encuentra indiscutiblemente la sorprendentemente redituable Blumhouse Productions, quien con filmes con vistas sociales tan agresivas como aterradoras como “Get Out,” “The Purge” o “Unfriended” se establecen como los líderes absolutos en cuestiones de ingresos y egresos. Por último, los estudios mayores, liderados por una gama más bien variada de mega y medianas producciones que arriesgan y sorprenden de vez en cuando dentro del género con por ejemplo “10 Cloverfield Lane,” “A Quiet Place,” “Don't Breathe”, y por supuesto “The Conjuring” y todos sus derivados— salvo “Annabelle” de John R. Leonetti en contados aspectos. — Como justificación de la “decepción” de la mayoría de espectadores se culpa a sus peculiares gustos con el género, los cuales están terriblemente ligados a los sobresaltos baratos, atenuaciones de sonido, filmes genéricos que únicamente te aterrorizan por lo descarado de sus emulaciones y giros de tuerca inenarrablemente ridículos. El filme de Aster exige paciencia, concentración hasta con el más mínimo detalle pero, ante todo, disposición a enfrentarse a una de los filmes más aterradores de los últimos años. Habrán muchos que aseguren que este no es terror en lo absoluto, pero de hecho, es esta clase de terror psicológico o drama paranormal aquel que más debe asustar al ser humano, porque está ambientado en nuestro contexto, es una herencia que posiblemente este a tus espaldas o ¿acaso conoces quienes y como fueron tus antepasados con certeza?
No es una opinión hiperbolizada: Toni Collette sí merece un Oscar; el que necesite pruebas tan solo que compre un boleto de cine, el que necesite pruebas ponga especial atención a ese magnánimo monologo en el grupo de apoyo o a esa “habitual” discusión familiar en la mesa. Coronándose en el rol más arriesgado y tenebroso de su carrera, la actriz de “Krampus” entrega una de las mejores interpretaciones maternas de la historia del cine terror, así como una actuación integra en relación a los matices y exigencias del rol, hay picos dramáticos que la actriz alcanza con increíble facilidad, escenas fuera de control racional en que esta talentosa actriz desborda talento puro. No es una estereotipada madre lloricona, es una madre con una ambigüedad moral posible únicamente gracias a la personalidad traumatizada y hechizada de esta mujer; Annie dirige innegablemente casi todo el relato para dejarlo en manos de un, finalmente, nuevo y magnifico actor-revelación. Collette debe seguir siendo la cara de este filme ya que este es su filme con todo derecho, su tour-de-force ha llegado.
Luego de verlo pasar por el hit taquillero de Sony Pictures, “Jumanji: Welcome to the Jungle,” y otros pequeños papeles en “Patriots Day” de Peter Berg o “My Friend Dahmer” de Marc Meyers, el joven actor Alex Wolff acude como salvavidas al género del terror para salir con la más destacable interpretación de su carrera hasta la fecha. Wolff esta fantástico como Peter, siendo la presa inocente del diabólico legado que tiene sobre sus hombros. Aunque en varias ocasiones se abuse del llanto exagerado que roza la sobreactuación, la mayoría de las escenas que lidera lo logra con credibilidad, instinto e indefensión; trasmite de verdad ingenuidad y temor; hay pena, aflicción y profundo horror por lo que puede llegar a ocurrirle, él, al igual que cada uno de los personajes, son peones en un trágico tablero.
Milly Shapiro hace su debut actoral de la mejor manera posible, entregando sus más poderosas herramientas a una misántropa e inherentemente misteriosa Charlie. El filme juega perspicazmente con la identidad de género de su personaje que a nivel argumental y visual concuerda con el cometido del guion, así como le brinda todos y cada uno de los momentos para que esta pequeña de Florida sobresalga a través de las posibilidades del horror; ella es perfecta para este papel y es una pena que no la tengamos mucho, mucho más tiempo en pantalla, es una auténtica joya actoral que, al igual que Millicent Simmonds de “A Quiet Place,” son talentos que únicamente este género puede proveer. El circulo lo cierra el conocido actor irlandés Gabriel Byrne, quien como un padre desesperado y encelado sirve como gran puente para la historia, a través de ese candente y tranquilo talento que lo ha caracterizado toda su carrera. Al igual que los demás personajes, le creemos su quebrantado estado de ánimo y sentimos la arraigada desesperación por su decadente familia. Tal como como el Steven Murphy de Yorgos Lanthimos, es un hombre impotente que hará lo que pueda para salvar a su familia de las garras de lo desconocido, por supuesto, dentro de un enfoque más real. Como un todo, esta terrorífica familia de actores componen uno de los puntos fuertes del filme, pues gracias a ellos las cualidades técnicas y narrativas adquieren sentido y propósito, incluso Ann Dowd hace un gran trabajo como la líder de (¡sorpresa!), ya lo averiguaras.
El mismo nivel de prolijidad y complejidad puesta en la narrativa, está en las tenebrosas imágenes. Uno de los mejores aspectos dentro de este bestial relato familiar es la fuerza e incomodidad creativa que baña cada uno de los cuadros. Sin hesitación, afirmó que cada mínimo elemento tiene un propósito narrativo que más adelante significara un asidero para el próximo movimiento, y mientras mucho de ese afianzamiento viene empacado dentro del guion, a nivel visual también hay varias jugadas. Finalizando el metraje, ya estamos completamente familiarizados con esa enorme casa de madera, sabes la posición de cada una las habitaciones, en donde esta el ático, el área de trabajo de Annie, la cocina, el comedor y, por supuesto, esa tenebrosa casa del árbol, un logro posible por el excelente trabajo de cámara. En “Don’t Breathe” de Fede Alvarez se presentaban elementos que serán piezas claves más adelante en la historia, aquí se insinúan selectos utensilios o herramientas visuales que más adelante cobraran sentido. Se debe poner enfática atención para hallar las proezas y excelsitudes del campo artístico a nivel narrativo. La cinematografía de Pawel Pogorzelski no acepta mejoramientos; la manera en que intercala colores, tonalidades, cambios radicales de atmosfera influenciados siempre por una adyacente oscuridad, escenas como el coche a toda velocidad perdiéndose en el remoto nada, cada momento del tercer acto y en realidad toda la fabulosa película muestra un cuidado muy específico en la puesta en escena que va totalmente acorde al tono del filme. La cámara jamás se queda estática, siempre está realizando paneos, sigue a los personajes todo el tiempo cuando se lo propone, persecuciones que no son arruinadas por la excelente labor de edición de Lucian Johnston y Jennifer Lame, pues los enfoques seleccionados son inteligentes y cada decisión que ejecuta la cámara esta cohesionada con la idea general de la escena; esa expresividad de las imágenes y concordancia con el tono global del filme embellecen una obra de petrificante contenido. Defendiendo una de mis ideologías para el género, un sublime score no podía faltar. Colin Stetson crea composiciones de ensueño pero también de pesadilla, teniendo la oportunidad de empoderar las escenas más bizarras en las que sus significativas melodías se convierten en el foco de atención; es una advertencia de tranquilidad y tribulación, un score fiel a su fuente que paraliza tus sentidos.
No hay duda de que “Hereditary” de Ari Aster es uno de los filmes del año debido a interpretaciones de otro planeta — hablando incluso de una posible nominación en los Premios de la Academia o los Globos de Oro, — una dirección inmejorable para un filme de horror y una historia de demonios, secretos y herencias que se coce a fuego lento, pero con una candencia esquizofrénica y psicológicamente efectiva que avanza a toda velocidad bajo la superficie como un ser reptante, anheloso de perjudicar nuestros sueños, y lo ha logrado. Visceralmente impredecible, visual y argumentalmente aterradora y narrativamente bien desarrollada, Ari Aster es el Robert Eggers del 2018 gracias a uno de los filmes más terroríficos del año y de la década.