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    El lago del ganso salvaje
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    El lago del ganso salvaje

    Fatalidad muy noir

    por Quim Casas

    El lago del ganso salvaje tiene algunos de esos momentos únicos que te reconcilian con la tradición del cine negro aunque sea filtrado a través de otra identidad y estilemas culturales. Por ejemplo, la casi tourneriana secuencia del tiroteo en el zoo, en la que el director del film, Diao Yinan, parece tener muy en cuenta las enseñanzas vertidas por Jacques Tourneur en su forma de filmar a los animales en el zoológico de La mujer pantera. O el acto reflejo (de un reflejo en todo caso pálido) con el noir occidental de Hollywood: la escena en la sala de espejos de la feria que nos hace rememorar, aunque su significado dramático sea bien distinto, la de La dama de Shanghái de Orson Welles y Rita Hayworth. O esa combinación irresistible, pero no perpetrada desde una vana noción esteticista, de noche, lluvia, flash backs y neones, quizá cuatro de los signos más representativos del cine negro en cualquier época, en cualquier país, en blanco y negro o en color. O el motorista cuya cabeza es cercenada por un fino y tenso alambre colocado en plena carretera… ¿Habrá visto Yinan la memorable Toby Dammit de Federico Fellini?

    Pero es también una película que reivindica la identidad de un film noir o neo-noir personal, tan reverberante como autóctono, y más teniendo en cuenta que Yinan dirigió previamente Black Coal, otro notable ejercicio de drama policíaco recompensado, además, con el Oso de Oro en la Berlinale de 2014. Ese plano del cuchillo escondido entre un fajo de billetes, un inserto descomunal en una película en la que los primeros planos de detalle tienen casi tanto valor como los primeros planos de personajes y los planos combinados: la recompensa (el dinero) que esconde la muerte que está al llegar (el filo rugoso del cuchillo). Y las escenas en los almacenes donde se instruye a los jovenzuelos ladrones de motos en cómo deben realizar sus robos, con una seca exposición de la violencia que surge de forma natural. Y, sobre todo, esa imagen imborrable del paraguas blanco cuya punta se ensarta en un enemigo, atravesándole el cuerpo mientras este expulsa sangre a borbotones en el interior de la tela blanca. La lluvia y la sangre: es una película rodada casi por entero bajo una incesante lluvia y salpicada constantemente por la sangre de sus personajes. El lago del ganso salvaje es a la vez más atmosférica y quebradiza que Black Coal. La historia se dispara entre diversos personajes con entidad: el criminal que necesita el dinero que ofrecen por su propia captura, la mujer de este, la chica que gestiona la entrega a la policía, el agente que persigue obsesivamente al delincuente, los gánsteres manipuladores… Los escenarios son de suma importancia: el zoológico, el parque con el lago al que alude el título y, sobre todo, las estrechas callejuelas entre las que los protagonistas, siempre en huida hacia delante, parecen perderse tanto como nos perdemos nosotros, huérfanos de una localización concreta, de un referente geográfico y urbano. No nos sorprende que los agentes de policía lleven zapatos con luces en el borde de las suelas durante una redada, o que todos se observen sin temor a ser vistos o se engañen permanentemente. Al final hay un atisbo de comprensión y honestidad, lo que no redime a nadie de nada en este ejercicio de fatalidad indeleble.

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