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    Leto
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Leto

    Back in the USSR

    por Quim Casas

    En el Leningrado de los primeros ochenta se hacía rock. En aquella última década de la Unión Soviética, una nación y un concepto político, había músicos que en su casa escuchaban clandestinamente discos de The Velvet Underground, T. Rex, David Bowie, Iggy Pop, Led Zeppelin, Blondie, Talking Headsy Richard Hell. Escuchaban, y luego casi mimetizaban en sus canciones, 'hard rock', 'glam rock' y 'new wave' neoyorquina. Eran los estilos anglosajones más pujantes, más sinceros, y jóvenes soviéticos como Viktor Tsoi asumieron aquella música como una liberación.

    La película realizada por el controvertido director teatral ruso Kiril Serébrennikov toma su nombre, Leto (verano en ruso), de una de las canciones de Tsoi. Lo que cuenta el filme es tanto la ebullición de aquel 'rock’n’roll' de resistencia, de un 'soviet roll' olvidado o silenciado por las historiografías rockeras que el propio sistema estalinista intentó reprimir, como la vida, entre la invención y la realidad, de Tsoi y su relación con otro músico y la esposa de este.

    Serébrennikov sabe pasar muy bien de lo íntimo de esa relación a lo colectivo de las grabaciones, las actuaciones y, sobre todo, el descubrimiento de las músicas ajenas e inspiradoras. Rompiendo el naturalismo escénico que otorga la recreación de la época en una sobresaliente fotografía en blanco y negro, el director inserta una serie de fugas muy curiosas y reveladoras, todas filmadas en color y distinto formato.

    En una, los protagonistas se fotografían a sí mismos reproduciendo las poses y movimientos de las portadas de los discos que aman. El aprecio por el objeto musical –entonces un vinilo, hoy no sé si tiene la misma carga emocional un compacto– estaba muy presente en Control y Después de mayo: comprar un disco, sacarlo de su funda, ponerlo en el giradiscos y sentarse para escucharlo, en el caso del filme de Anton Corbijn sobre Ian Curtis, o las portadas que se ven en la habitación del protagonista de la película de Olivier Assayas. En Leto tiene el mismo efecto.

    En otras secuencias, Serébrennikov fabula y desconecta de la realidad. Son escenas, casi videoclips, en blanco y negro “manchado” de notas de color, destellos luminosos y onomatopeyas, en las que la gente de la ciudad canta 'Psycho Killer' en el metro y 'The Passenger' en un tranvía. Es esencialmente cine musical, superior al efecto de choque logrado por Baz Lurhmann. Y cuando los personajes prefieren cantar en vez de hablar en el cine musical, sabemos que están expresando algo íntimo o se están liberando. El mismo sentido tienen estas secuencias que reivindican, además, el sustrato fantástico del cine musical. Lo mejor es que se insertan plenamente en el devenir sentimental de los protagonistas y en su creación artística.

    Tsoi, de origen soviético-coreano, falleció en 1990 a causa de un accidente de tráfico. Tenía 28 años. Algunas de sus canciones tuvieron un enorme éxito. No vio como, un año después, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la USSR a la que volvían los Beatles en su canción del álbum blanco, dejaba de existir como tal.

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