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    El reflejo de Sibyl
    Críticas
    3,5
    Buena
    El reflejo de Sibyl

    Matar el fantasma

    por Philipp Engel

    Justine Triet no pudo empezar mejor su carrera como directora: La batalla de Solferino (2013), que mezclaba con nervio la ficción de una crisis post pareja con las (vanas) esperanzas de la elección de François Hollande, ha pasado a la Historia como uno de los mejores debuts de la década. Era tan buena aquella película, que aquí sólo se estrenó en VOD. Cosas de la distribución. Los casos de Victoria (2016), su siguiente paso, supuso un giro desconcertante para los que ya éramos fans entregados, pues Triet se rendía sin complejos a la comedia romántica, con la intención de reformularla, pero sin renunciar a la vocación abiertamente comercial del género. Un loable intento de adecentar el mainstream. Ahí ya brillaba una Virginie Efira, entonces todavía poco conocida, que vuelve a irradiar, con todos los rayos de su personal talento, que no son pocos, en el centro de este tercer largometraje, un arrebatado psicodrama que, sobre el papel, podría parecer diseñado para las lectoras de Elle o Marie Claire: Efira es una psicóloga que deja aparcados a la mayor parte de sus pacientes, para volver a escribir. Concretamente una novela, para la que vampirizará, pasando del código deontológico, a la última llegada a su consulta. Esta no es otra que una exuberante Adèle Exarchopoulos, felizmente rescatada de la cuneta de la fama, que en la película no para de llorar. Ni en la película, ni en la película dentro de la película, que se rueda nada menos que en Estrómboli, como para sumar Rossellini y el Godard de El desprecio, con la estupenda Sandra Hüller (Toni Erdmann) detrás de la cámara, como contrapunto germánico a los arrebatos mediterráneos de las francesas.

    La película se quiere laberinto mental, y juego de espejos entre la psicóloga y su paciente. Al triángulo amoroso que se da en pleno rodaje, con el guapo Gaspar Ulliel en el centro, alternando con cada uno de los vértices, se suman los reflejos de un pasado en el que Virginie protagoniza sinceras escenas carnales con Niels Schneider, del que se enamoró real y recientemente durante el rodaje de la nada despreciable Un amor imposible (Catherine Corsini, 2018), otra oda a la mujer (relativamente) madura acorde con los progresistas tiempos que corren. Todo bien. El problema es que, a lo largo de los 100 minutos de placentero metraje, se da una tal cocatenación de temas, expuestos de manera tan diáfana, sin misterio, que corren el peligro de quedar reducidos a meros clichés. Y sin embargo, el conjunto, que podría pasar por un mareante catálogo de obviedades, se sostiene. Da la impresión de que Triet, superada por la acumulación de sus propias ambiciones, delega en Efira la responsabilidad de otorgar coherencia a la propuesta, y de llevarla a buen puerto. Y no se equivoca. Al final, este soleado amalgama, fotografiado con discreta elegancia por Simon Beaufils, resulta sugerente y conmovedor. La película, por fin, nos habla.

    De todas las piezas del puzzle lanzadas al aire, nos quedamos con la más importante: Matar al fantasma. Eliminar ese residuo tóxico que lo desordena todo. Y la terapia, hay que aplaudirlo, resulta exitosa. Antes de la cura, el anticlimax final, con Efira ebria, entre patética y desarmante, cantando una canción italiana, queda para el recuerdo. Esa imagen no la olvidaremos. Podríamos dejarlo aquí. Pero, reflexión hecha, me pregunto si El reflejo de Sybil no puede verse como un destilado de esa pasión que los franceses, así en general, sienten por nuestro querido Almodóvar. Ahí están la disparidad un tanto alocada de elementos, la mezcla de géneros, los homenajes obvios, la mujer como centro. Eso sí, se echa en falta su mano maestra. Tiempo al tiempo.

     

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