Un hombre en un camión
por Quim CasasEntre marzo y junio de 1999, durante la guerra de Kosovo, las fuerzas de la OTAN bombardearon Serbia. En este contexto, al que se nos remite con planos de paisajes destrozados y el sonido monocorde de los aviones amenazantes, un hombre debe conducir un camión-congelador por parte del país. Sale de un punto. Llega a otro. Regresa al punto del que salió. No sabe ni quiere saber que carga transporta, la carga abstracta que da título a un filme que no es precisamente abstracto.
Tampoco al espectador le interesa especialmente lo que lleva en el camión, aunque pueda sospechar lo que es en las últimas escenas. Sin ser una película de carretera en el estricto sentido cinematográfico del término, sin parecerse en su estructura e itinerario, y aún menos en su marco histórico, a Las uvas de la ira, Fresas salvajes, Luna de papel, Easy Rider, Carretera asfaltada en dos direcciones o Espantapájaros, La carga tiene algo de relato 'on the road' – y no solo porque se trate de un hombre cruzando carreteras y caminos al volante de un vehículo– en lo que concierne a las experiencias que el protagonista tiene durante su viaje.
Los Balcanes, finales del siglo XX. Otro mundo, otra contienda. Vlada, el callado y asutrero conductor, dice que su padre sí estuvo en una guerra de verdad, la segunda guerra mundial, no como esta, asegura, que es un videojuego. Vlada vive el presente pero pertenece de un modo u otro a ese pasado. Ognjen Glavonic lo filma meticulosamente sorteando coches quemados en la carretera, conduciendo por caminos infranqueables, mirando un mapa rudimentario, estando callado con el chico al que recoge haciendo autostop e intentando después comunicarse con él, entregando la misteriosa carga, dormitando mal a la espera de que le paguen, subiendo de nuevo al camión para conducir durante horas y horas por una Yugoslavia que no es un videojuego pero tampoco un país.
Esa austeridad revierte en un estilo minimalista, lacónico, parco en palabras, atento al gesto y al movimiento cotidiano (conducir, frenar, parar, mirar, comer, dormir, escuchar música, poner gasolina, limpiar la cabina), que recuerda a uno de los filmes de viaje citados anteriormente, Carretera asfaltada en dos direcciones de Monte Hellman. Pero el peso de la historia y de la geografía fracturada es otro, por supuesto, y La carga constituye un retrato de aquel conflicto hecho desde la aparente desnudez emocional. Porque precisamente en cada uno de esos gestos normales, ahora de superviviencia, se evidencian los desastres de toda guerra, la pérdida de lo que se tuvo y la angustia por lo que vendrá, pese a esa penúltima secuencia en la que el hombre lima asperezas con su hijo antes de que este suba con una amiga a lo alto de un edificio para ver uno de los muchos efectos de la contienda.