La casa cristiana de los horrores
por Xavi Sánchez PonsComo si se tratara del cine de terror de la Universal de los años 30 y 40, la saga Expediente Warren ha sabido crear estos últimos seis años, bajo el amparo de un gran estudio (Warner) y con el oficio artesanal e industrial del viejo Hollywood, un universo propio -y muy lucrativo- lleno de monstruos (La monja, La Llorona, The Crooked Man) que en algunos casos forman parte ya de la cultura popular. De todas las criaturas sobrenaturales imaginadas por el tándem formado por James Wan y Gary Dauberman (los principales arquitectos de la franquicia), hay uno que se ha convertido en un verdadero fenómeno social de masas: la muñeca Annabelle. El macabro juguete que aterroriza solo con su inquietante presencia debido a sus ojos muertos de porcelana y a sus rasgos grotescos (el gimmick de que no necesite moverse para asustar, solo aparecer deus ex machina en cualquier parte de una casa, es una genialidad) debutó en Expediente Warren: The Conjuring (2013). Y lo que vino después fue una primera película resultona que recuperaba el terror televisivo de Dan Curtis titulada Annabelle, la estupenda Annabelle: Creation de David F. Sandberg (una de las mejores películas de horror con niños de la década que anticipó la forma y el contenido del It de Andy Muschietti) y esta Annabelle vuelve a casa que nos ocupa ahora, la primera ensalada de monstruos de la saga Expediente Warren y un guiño a los monster mash que la Universal puso en marcha en los años cuarenta para finalizar su inolvidable ciclo de películas de miedo.
Annabelle vuelve a casa marca el debut en la dirección de Gary Dauberman, el guionista y pope de la concepción actual de los 'jumps scares' –los sustos de sonido-. Ahora bien, de forma sorprendente, el filme apuesta más por la atmosfera y las 'set pieces' bien planificadas, que por subir el volumen de manera tosca y tramposa. En ese sentido el prólogo –una de las mejores secuencias de terror del año- que abre la película es prodigioso, con el zumbido ideado por Joseph Bishara (compositor oficial de la música del universo Warren y pieza clave en el mismo), que materializa el mal que contiene la muñeca y la escena en el cementerio de carretera, que homenajea con acierto y clase a La niebla de John Carpenter.
La tercera parte de Annabelle es como un episodio de lujo, y en clave de terror cristiano, de aquella maravillosa serie –aún por reivindicar como dios manda- sobre objetos malditos con cualidades sobrenaturales que en España se tituló Misterio para tres. El lugar donde están los objetos aquí es el sótano de la casa de Ed y Lorraine Warren y la culpable de liberarlos es una adolescente torturada por la muerte de su padre, que tiene la esperanza de comunicarse con él gracias a alguno de esos ítems malditos. Ese punto de partida es utilizado por Dauberman y Wan (co-autor del guion) para crear uno de los trenes de la bruja más disfrutables y sonados de la temporada y para introducir una nueva y alucinante galería de monstruos (el ferryman, un vestido de novia asesino, un hombre lobo inglés). Annabelle vuelve a casa es, literalmente, como una de esas casas del terror que en los ochenta había en los parques de atracciones de nuestras ciudades.
Con homenajes leídos a Mario Bava (la conseguida set piece del caleidoscopio de colores) y al terror televisivo yanqui de los setenta (en la tele de casa de los Warren aparecen imágenes de un capítulo de Circle Of Fear, serie creada por Richard Matheson), Annabelle vuelve a casa es un divertimento bien armado que, si bien no supera los hallazgos y la solidez Annabelle: Creation y los dos The Conjuring, sí que se posiciona como una las mejores entregas del universo Warren.