Matar al padre
por Philipp EngelSedientos de sangre, los jóvenes turcos de la crítica patria cargaron sin piedad contra la comedia zombi de Jim Jarmusch cuando esta inauguró el sacrosanto Festival de Cannes. La calificaron de compendio de “chistes de padre”, que además tampoco les funcionaban, cosa que puede leerse como un claro intento de matar al padre. Ya se sabe, arrancarse los ojos y echar a volar. Pero la descalificación, que en realidad fue mucho más generalizada (focalizo por capricho), resulta completamente injusta. No vamos a decir, sólo para llevar la contraria, que Los muertos no mueren (menuda ocurrencia cambiarle el título) es una de las mejores películas del director de Extraños en el paraíso, Down by Law o Dead Man, porque evidentemente no lo es, ni lo pretende. Pero no desentona en absoluto en su fascinante filmografía, y esconde, bajo su trasparente capa de deliciosa ridiculez, un amargo desencanto, que incluso puede llegar a doler, porque tiene que ver, sí, con la edad, y con esa sensación de que la muerte se te va acercando con paso traqueteante. Cada día un poquito más.
Aceptamos, si se quiere, divertimento. Pero divertimento de lujo, y no sólo por su muy extenso y rutilante reparto de Jarmusch All Stars, sino por esa personalísima elegancia de hombre de negro eternamente cool, como los vampiros de Sólo los amantes sobreviven, que únicamente puede desenvolverse torpemente, como un zombi, entre los códigos de un género fundamentalmente bruto. Así, por su ligereza voluntaria, su inevitable adscripción al género, su no menos interminable lista de homenajes –empezando, claro, por Romero, y acabando, después de otros mil, con él mismo–, era la fruslería soñada para abrir Cannes, y cumplió su cometido a la perfección. No como otros años. Llegados al punto de refugiarnos en la oscuridad de las salas climatizadas para huir de la zombificación turística veraniega, también vale sobradamente el elevado precio de la entrada. Al fin y al cabo el director de Coffee and Cigarettes ha sido siempre el rey de los divertimentos. Y este intermezzo tiene, vuelve a tener, algo especial. Quizás algo no especialmente útil para un top de cine zombi, o para los fans de Walking Dead. Pero sí para los que fueron a ver Noche en la Tierra, y salieron encantados. Vale que los dardos anti Trump y el rollo ecológico pueden resultar un tanto inanes a estas alturas, que el cacareado chiste de Adam Driver y Star Wars es obviamente demasiado obvio, y que la película puede parecer dirigida con el hastío de quien está cansado de rodar por la vida. Es cierto también que, con un poco más de empuje, le hubiera salido una película más redonda. Pero la carga política, inherente tópico del cine zombi, no deja de ser pertinente, y la película es divertida. La clásica morosidad jarmushiana se mezcla con el tono desenfadado y desacomplejado de reunión de amiguetes, en un coctel que, a la postre, resulta entrañable. Y contiene chistes que, quizás porque soy padre, me siguen volviendo a la mente, como Driver llegando en aquel cochecito tan pequeñito, la pareja de zombis adictos al café, o la lacónica frase, que es uno de los estribillos del filme, Esto sólo puede acabar mal.
Jarmusch, en efecto, podría haber sucumbido bajo el peso de lo inevitable, como si todo en la vida le hubiera conducido a homenajear al maestro Romero, y dar un volantazo resultara imposible. El estado semi catatónico en el que siempre han evolucionado sus personajes se nos antoja ahora más zombi que Ozu. Era el destino. Algo que hacer cuando ya estás muerto, o a punto de morir, o simplemente empiezas a tener miedo, un miedo más palpable, de perecer en el infierno. Al final lo que prevalece de Los muertos no mueren es el poso melancólico, su genuina desolación ante el estado del mundo, y la amargura de ese último viaje a la infancia en el que descubres que tus maravilloso juguetes de entonces, por mucho que los ames, ya nunca volverán a ser tan plenamente satisfactorios. Toda esa cultura pop de la que nos llenamos las casas, para vivir exultantes de irrisorios bienes materiales con los que intentábamos definirnos. Jarmusch, es verdad, se nos ha hecho mayor, y no es el único. ¡La crisis de los 65! Pero su actitud no ha cambiado. Tampoco su pelo blanco, ni su cine. Ni siquiera a peor. Más que matar al padre, yo optaría por dejarme devorar por mi propia abuela, muerta. Esto sólo puede acabar mal.