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    Familia sumergida
    Críticas
    3,5
    Buena
    Familia sumergida

    Ausencias y presencias

    por Quim Casas

    El debut en formato largo de María Alché no sigue los mismos patrones de buena parte de la producción argentina de los últimos años. Cierto que cuenta con Mercedes Morán al frente del reparto, y esta actriz, junto a Dolores Fonsi y Ricardo Darín, capitaliza buena parte del star 'system' argentino actual. Es un nombre conocido y reconocido, sobre todo en los festivales, pero no impone un estilo concreto de drama o de comedia. Eso lo hace la directora con un registro singular que va de lo individual a lo colectivo incluso por acumulación: abundan los planos en los que varios personajes parecen apretarse en el encuadre, como si nadie en este filme sobre pérdidas y recuperaciones emocionales pudiera estar nunca verdaderamente solo.

    Casi toda la acción, además, acontece en el espacio inalterable de la casa de la protagonista, y a la opción claustrofóbica del decorado se suman toques y situaciones que parecen remitir, o al menos evocar, al Polanski y al Lynch de La semilla del diablo y Mulholland Drive. Pero Familia sumergida no bordea en ningún momento el relato fantástico, sobrenatural o de horror. Tampoco es exactamente un drama naturalista. Se sitúa en un terreno privado, personal y particular para elaborar a conciencia el retrato de una mujer y su mundo cuando ese mundo parece abocado a la ruina.

    Tras la muerte de su hermana, la protagonista, Marcela, debe recomponerse a partir del azar: un amigo de su hija aparece inesperadamente en la casa después de que le cancelen un viaje de trabajo. La presencia de ese “extraño” acabo siendo una suerte de bálsamo, ya que lo extraño es todo lo demás mientras que con el joven puede hablar de lo que nunca habla, tomarse su tiempo, sonreír antes que deprimirse y reencontrarse consigo misma en una casa que posiblemente antes fue acogedora y ahora sigue siendo una casa, pero no un hogar.

    Para transmitir todo esto, Alché fragmenta la historia en dos partes no simétricas en las que incluye momentos tan sorprendentes como anómalos, más extraños aún que esa propia extrañeza que lo invade todo. La hermana fallecida ejerce también su influencia, como una presencia –no aterradora ni fantástica– que sigue invadiendo los espacios que un día compartió con la protagonista. Quizá por todo ello, y a pesar de algunas descompensaciones fruto de la acumulación de personajes insólitos o desconcertantes, Familia sumergida es más una película de ausencias que de presencias, de intuiciones que de certezas.

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