El agua y la nieve
por Quim CasasEn las primeras secuencias del filme de Hong Sang-so, el agua del río que pasa cerca del hotel donde ocurre toda la acción se convierte en nieve. Filmada en un luminoso blanco y negro, la película pasa de un elemento a otro del mismo modo sencillo en que los personajes entran y salen de escena. Algunos de ellos se duermen momentáneamente, abrazados en la cama o tomando un café en el bar del hotel, y cuando despiertan y contemplan el exterior, la nieve ha caído y se ha extendido como un manto hasta diluir la visión del río. Los hechos ocurren así, de repente, y Sang-so filma el cambio del paisaje como acostumbra a filmar las reacciones de sus personajes, con total naturalidad.
Un viejo poeta pasa unos días en el hotel porque el propietario de establecimiento, admirador de sus versos, le ha invitado. Una joven arrastra una ruptura sentimental reciente y conversa en su habitación del mismo hotel con una amiga. Los tres se conocen en el exterior, contemplando la nevada que ha invadido repentinamente sus vidas. Entran, salen, hablan, vuelven a encontrarse. Los dos hijos del poeta han venido a visitarle. Uno es cineasta, por supuesto: es inimaginable un filme del realizador surcoreano sin que aparezca un director, un guionista, un crítico de cine o un agente de ventas cinematográfico. Los recuerdos familiares del pasado brotan con la misma naturalidad. No son evocaciones felices, pues atañen a la virulenta ruptura con la esposa y la ausencia del padre, pero son recuerdos al fin y la cabo. Algo a lo que agarrarse cuando otras cosas se desmoronan.
A diferencia de los anteriores títulos de Sang-so, en El hotel a orillas del río apenas hay un momento de distensión. Sin ser su película más severa, sí es una de las más contundentes en su renuncia a digresiones cómicas o situaciones divertidas producto, como casi siempre, de la ingesta de soju durante una cena. Los cinco personajes, que solo aparecen juntos en una misma secuencia y un mismo espacio pero sin interrelacionarse entre ellos (los tres hombres en una mesa de un pequeño restaurante, las dos mujeres en otra mesa detrás de ellos), hablan del amor y de la muerte (hay algo bergmaniano en algunas fases de esas conversaciones y en la figura del viejo y cansado poeta), del desamor y la convivencia, de la pérdida y la culpa.
También aparecen algunas disquisiciones sobre el propio cine, en torno a la personalidad de un director y sus problemas para llegar a un público más amplio, en las que quizá puedan reconocerse las dudas y dilemas de un Sang-so que, desde los créditos iniciales, mira hacia atrás con ninguna ira: los créditos están narrados por la voz en off del propio director, como hizo Orson Welles con los créditos finales de Ciudadano Kane. A su manera, poco a poco, filme a filme, costumbrismo a costumbrismo, zoom a zoom, el director de Mujer en la playa y En la playa sola de noche se está convirtiendo en una referencia clásica del cine asiático contemporáneo.