Wes Anderson al cubo y a punto de morir de sobredosis autoral
por Alejandro G.CalvoLos fans de Wes Anderson pueden estar tranquilos porque La crónica francesa repite todos los parámetros de sus películas habituales. Y no puede faltar ese tono de comedia melancólica en la que hay sonrisas presentes, pero son un poco tristes.
Cineasta fiel a su autoría hasta las últimas consecuencias, ha hecho algo bastante extremo en esta última cinta: ceder todo a la forma, que sea Wes Anderson al cubo, con todos sus signos estéticos bien presentes -a saber: simetrías por doquier, planos repletos de objetos y personajes, travellings laterales delineando los espacios, colores pastel (mezclados esta vez con el blanco y negro), reparto multiestelar de actores fetiche (aunque algunos aparezcan solo unos minutos), voz en off multipresente, etcétera-, en lo que podría ser una versión extrema de sí mismo.
Planos calculados y 100% forma
De hecho, ya no existe diferencia entre el Wes Anderson director de cintas animadas y el director de acción real; es exactamente lo mismo. Los planos son tan ricos en el detalle más nimio como obsesivos en su composición escénica, hasta el punto de que la película más que una narración cinematográfica es un seguido de viñetas -muy a lo Chris Ware, igual que el póster de la película- o tableaux vivant, que juegan con el congelado dinámico, buscando epatar por la vía plástica y sacar una sonrisa por la vía empática.
La crónica francesa se abre con un plano mimético al de Mí tío (1958) de Jacques Tati (en el que Tati subía en plano fijo a lo más alto de un edificio y le íbamos viendo a través de las ventanas), dejando claro de entrada que ésta también es su particular película homenaje al cine francés. En ella se cuenta la última edición de The French Dispatch, un periódico a la vieja usanza, cuyos artículos por secciones irán acompañados de los consecuentes relatos mostrados en la película.
Esta es una película cuenta-cuentos, de historias independientes que arrancan y acaban desde la redacción del periódico que dirige un hombre cándido con el rostro de Bill Murray; y, para ser justos, creo que lo que se cuenta en ella a Wes Anderson le interesa bastante menos que el cómo se cuenta.
Relatos sin emoción
Es una lástima que los relatos en sí, carecen de la emoción y la profundidad de otras obras del cineasta como Los Tenenbaums (2001), Life Aquatic (2004) o la ya citada Moonrise Kingdom; y por el contrario, la forma de la película es, al mismo tiempo, la más extrema y depurada que haya tenido nunca. Como si fuera un cómic de imágenes preciosas, divertidas, sensuales y formales. Se trata de una especie de viaje todopoderoso a la autoría del propio Wes Anderson con guiños a casi todas sus películas, un abrazo de Wes Anderson a la gente que le gusta su cine, e incluso un abrazo a sí mismo.
En algún momento parece incluso un filme godardiano: todo imagen y voz en off, llevando al límite los rasgos de su obra por la vía de la multiplicación de los mismos. Todo ello hace de La crónica francesa una película inabarcable -no es una metáfora: es que es imposible seguir el ritmo de las imágenes-, excesiva, a punto de morir por momentos por sobredosis autoral.
Más cómic que nunca, Anderson busca deslumbrar desde la imagen, lográndolo sin problemas desde el primer al último plano. Es mucho más de lo mismo, es cierto, pero si estás en el equipo de Wes, lo vas a disfrutar como un menú degustación de ochenta platos.