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5,0
Publicada el 2 de mayo de 2024
Viendo esta película me acordé de “la hija de Ryan” de David Lean, seguramente por el impulso narrativo de largo aliento que anima también a esta historia. Dos horas con cuarenta minutos que no se hacen pesados ni un segundo. También ha pasado por mi mente la figura de Dostoyevski, Tolstoi, Hugo o hasta Stendhal. Tal es el poder de este film en el que se muestran un buen montón de temas fundamentales en la vida del ser humano y capitales del siglo XX. El que cruza y sustenta toda la trama de la proyección: Cómo una idea puede llegar a obsesionar a una persona por encima de convenciones, amores e incluso capacidad de sobrevivir. Sociedad, amor y familia pasan a un segundo término. El tema eterno del amor paternal mal entendido que puede hacer que uno padres amantísimos suman a sus hijos en un infierno para el resto de sus vidas. Culpabilidades que pesan como losas. Vidas constreñidas, limitadas, mutiladas. La ascensión social que como un virus sirve de acicate a una sociedad que siempre es un campo de batalla, de apariencias y sumisiones. Nunca serena, siempre hay quien baja y quien sube. El antisemitismo flagrante que como una corriente subterránea siempre ruge y de vez en cuando sale a la superficie con consecuencias terribles. La idea de que el planeta tiene que ser sostenible y la búsqueda de nuevas fuentes de energía. La caridad un tanto acomodaticia de las que siempre ha hecho gala la clase alta en un mundo de miseria que de alguna manera causa esa clase. Un amplio, en fin, muestrario por el que transita el protagonista en una narración espléndidamente guionizada e interpretada. Con un final inequívoco. No podía ser de otra forma. Al director no se le escapa nada. Bille August da una soberana lección de como en el cine se puede plasmar un universo tan complejo y lleno de inquietudes y emociones sin dejar de entretener. Intensidad, lucidez y aprendizaje para un espectador que en esta proyección sí tiene la idea de que el cine es una ventana a otros mundos. Soberbio ejercicio cinematográfico. Lo dicho, a la altura de la también magnífica obra de David Lean.