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    Tommaso
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    Tommaso

    Vida interior de un cineasta

    por Paula Arantzazu Ruiz

    Los cuidados, la violencia, los miedos y los afectos se imbrican como una telaraña pasional en Tommaso, la nueva película de Abel Ferrara, director de obras cumbres del cine de autor estadounidense como Teniente corruptoEl funeral o Pasolini. Interpretada por Willem Dafoe (El faro) en el papel del Tommaso del título, en la que ya es su sexta colaboración con Ferrara a la espera de disfrutar de Siberia, su séptima cinta como tándem creativo, en Tommaso somos testigos de la vida interior de un cineasta. Articulada en clave de autoficción, la película es la historia de un hombre en plena deriva creativa, mientras prepara su siguiente película, y al borde de una ruptura sentimental cuando siente que su pareja va alejándose cada día más de él, separándole, asimismo, de su hija de tres años, con quien convive en Roma.

    “Todo lo que existe en este mundo tiene la capacidad de provocar placer a tu mente, pero el ser humano es corto de miras. La mente posee obsesiones neuróticas. […] Y esta manera poco realista de pensar conlleva problemas. Pero lo hacemos todo el rato, ¿no?”, medita en un momento de la película nuestro protagonista, mientras viaja por el suburbano de la capital italiana. La cámara se pega a su cara y en off escuchamos la voz de Tommaso/Dafoe, cada vez más ensimismado en ese proceso interior que le está llevando a revelar y descubrirnos sus zonas oscuras, como si circuláramos por los túneles de su mente. Ese abrirse en canal de Tommaso/Ferrara, enésimo ejercicio de un cineasta que se ha encontrado en el momento de revelarnos sus tormentos y sus alegrías, toma en la película la forma de varias luchas polarizadas, nubarrones oníricos y vía crucis pasionales, de las que puede salir victorioso solo mediante el amor sin reservas y el salir del solipsismo neurótico, ideas sobre las que se sostiene el pensamiento budista. “Si construyes zonas de interés y empatía por la gente que está contigo, la energía fluye y hay menos energía para la ira”, le dice un amigo a Tommaso, cuando la rabia parece estar carcomiéndole.

    Antes, somos asimismo testigos de cómo el camino del exceso ha conducido a nuestro protagonista al palacio de la sabiduría, parafraseando a William Blake, aunque ese recorrido se haya logrado a golpe de política de tierra quemada. Las charlas del protagonista en las reuniones de Alcohólicos Anónimos, en primeros planos de Tommaso/Dafoe confesando sus más terribles colocones, hielan la sangre del espectador. Son secuencias en las que Ferrara sostiene la cámara en el rostro de su alter ego, pero también se detiene en los testimonios de los compañeros y compañeras que acuden a esos encuentros. Ferrara los filma con respeto, en busca de lo que rodea al personaje para mostrar qué significa ser drogodependiente.

    Así las cosas, entre la ternura y la honestidad extrema, la autoficción de Ferrara logra evitar, y de manera muy sincera, el terreno de la autocomplacencia. Por supuesto, mucho de ello hay en la gran interpretación de Dafoe, cuya cadencia hablando en italiano te atrapa desde el minuto uno, y de Cristina Chiriac, compañera de Ferrara, y de su hija pequeña Anna (hay una escena de pelea conyugal que puede que le haya provocado pesadillas), pero también en la manera en que el cineasta plantea este psicodrama sobre su ego. La resolución del relato, en dos tiempos, nos ofrece la respuesta a las tribulaciones morales que acongojan al protagonista. A las cruces públicas solo se le puede responder mirando hacia las encarnaciones del futuro y tomando lo mejor del pasado: un baile de Sofía Loren desde los movimientos y gestos inocentes de una niña pequeña. De la niña de tus ojos, claro.

     

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