Película danesa del 2020, de una duración de 116 minutos, con una valoración de 4/10, bajo dirección de Tomás Vinterberg y guión de Tobías Lindholm, con un presupuesto de 2,2 millones. Drama.
La trama está estructurada como las fases de una borrachera. Los primeros sorbos chispeantes, la embriaguez que desinhibe, la torpeza psicomotriz, la catarsis eufórica y la inevitable ‘bajona’. Thomas Vinterberg va introduciéndonos en la narración a través de cada uno de esos niveles, y lo hace como si fuera un juego con la excusa de poner en práctica un experimento sociológico: el de compensar el déficit etílico en la sangre a través de cantidades que llevan del consumo responsable a la adicción. La aventura en principio parece divertida, sobre todo gracias a la ligereza y el ritmo que imprime el director, aunque, como en un cuento moral, el espectador sabe que esa ilusión de falsa felicidad terminará por desmoronarse, porque el camino que han iniciado los protagonistas no lleva a nada bueno.
Uno de los aspectos más interesantes del metraje es la perspectiva en la que el director se acerca al vacío de sus cuatro personajes, varones de una cuadrilla que llevan a cuestas la crisis de su masculinidad ante su edad. Su retrato, en apariencia amable, esconde terribles demonios animicos que se resumen en el fracaso vital, el hastío profesional y el vacío existencial. Todo un cúmulo de miserias, generadas por ellos mismos a golpe de victimismo, que ahora saldrán a la luz por culpa de una resaca alcohólica.
Quizás por eso, Otra ronda también tiene algo de terapia. En el fondo, la película de Vinterberg trata sobre sentirse 1, y de las distintas maneras que uno elige para alcanzarlo. De manera artificial, a través de la bebida, o de forma auténtica, asumiendo el dolor y la derrota.
El director compone con habilidad las piezas que conforman el guión que resulta difícil no rendirse a su perfecto mecanismo de estaciones. Por el camino va introduciendo reflexiones sobre la problemática social de la bebida. Pero su verdadero hallazgo es su capacidad de encontrar un punto medio entre la luz y la oscuridad de los personajes sin resultar aleccionador, demagogo ni cínico, sino apelando a la humanidad y la empatía, algo que consigue gracias a un espléndido trabajo coral de su cuarteto protagonista en el que destaca un Mads Mikkelsen (Martin) que pasa por todas las fases para explotar en un baile final para el recuerdo.
La película destaca, como ya hemos dicho, en cuanto a interpretaciones, guion o dirección, pero también es interesante en otros aspectos como la fotografía, que juega con los desenfoques y los planos en movimiento y que consigue recrear a la perfección cómo es ir borracho.
La cinta está dedicada a la hija de Vinterberg, que murió desgraciadamente pocos días después de comenzar al rodaje. Ella iba a participar en la película e incluso fue quien le habló a su padre de una tradición de los jóvenes daneses de beber en torno a un lago realizando diferentes juegos y que se ve al inicio de la película.