Testimonios. Hoooooooooooooy: ¡La familia Gucci!
por Alejandro G.CalvoEl 27 de marzo de 1995 Maurizio Gucci, heredero principal del multimillonario negocio familiar de moda de lujo, fue tiroteado por la espalda en las puertas de su casa de Milán por un sicario siciliano (dos años después moriría de forma similar el diseñador Gianni Versace). Si el asesinato ya fue una conmoción en sí mismo, aún lo fue más cuando se descubrió que la instigadora del crimen fue su ex mujer Patrizia Reggiani (apodada “la viuda negra” desde entonces). Condenada a 26 años de prisión de los que cumplió 16, los dos últimos de forma voluntaria ya que podía salir antes de a cárcel si como muestra de reinserción empezaba a trabajar. Pero alegó que no había trabajado en su vida y que no iba a empezar a hacerlo en ese momento.
Dicho brutal suceso, junto a todo un detallado retrato del auge y caída de la familia Gucci, fue recogido por la escritora Sara Gay Forden en su libro de 2001 La Casa Gucci: Una sensacional historia de asesinatos, locura, glamur y codicia. Y ese fue el punto de partida para la nueva película de Ridley Scott (a punto de cumpir 84 años): La casa Gucci (la segunda que nos entrega este año tras El último duelo). La historia se construyó a partir de un guión firmado por Becky Johnston y Roberto Bentivegna.
A lo largo de 160 minutos, Scott reconstruye en un biopic de formas clásicas la disparatada vida de los Gucci: de cómo pasaron de ser los dueños de la firma de italiana de productos de lujo más importante del mundo, a perderlo todo en enfrentamientos cainitas, traicioneros y rocambolescos, haciendo bueno aquello de que la sangre acaba por envenenarse a sí misma.
Un reparto multi-estelar -Jeremy Irons, Al Pacino, Lady GaGa, Adam Driver, Jared Leto- fuertemente caracterizado, incluso, voluntariamente moviéndose hacia el exceso, otorga a la película la doble condición de retrato y sátira al mismo tiempo. Es tan exagerada la hipertrofia modelada por director e intérpretes, incluyendo unos loquísimos acentos italianos, que es imposible no aceptar que hay algo de puesta en escena del ridículo inherente en el ADN de la propia película.
Que los hechos contados sean brutalmente trágicos -el material base da para ópera de Verdi con libreto de Shakespeare- no le impide a Scott acercarse a los Gucci desde su lado más grotesco: no hay ni un sólo personaje en la película que merezca la empatía del espectador.
Ya sea por avaricia desmedida (GaGa), por estupidez supina (Leto), por chulería oscura (Driver), por engreimiento de clase (Irons) o por excentricidad egoísta (Pacino), todos los Gucci parecen merecer -o eso es lo que nos muestra la película- todas las desgracias que se les vienen encima.
Ver caer a los Gucci es como ver caer a una familia real: la antigua nobleza, tan desligada de los pesares de la gente común, son aquí arrasados por su propia codicia. Hienas que devoran a hienas sin darse cuenta que hay aún más hienas rodeándoles esperando pacientemente a hacerse con sus huesos.
En La casa Gucci la opulencia de la riqueza desmedida va ligada a un sentimiento infantil de envidia y avaricia con tendencia a pisar el cuello del familiar más cercano, de la misma forma que en Yo, Tonya (2017) la condición natural de los desheredados rednecks del medio oeste americano era sumirse en la violencia doméstica y en conseguir por la malas (aún más violencia) lo que era imposible conseguir por las buenas.
El resultado es tan ambiguo como inesperado. ¿Es voluntaria esta caricatura hipertrofiada de acciones y personajes? ¿O es un accidente que nadie supo medir y que, pese a todo, es lo que hace que la película sea realmente disfrutable?
Viendo la película no dejaba de pensar en las obras maestras del humor moderno televisivo de nuestro país que nos brindaron Joaquín Reyes y compañía: La hora chanante, Muchachada Nui, Retorno a Lílifor. Sólo que aquí los personajes reales retratados en vez de tener acento de Cuenca lo tienen toscano. Y, repito, ya no “pese a eso”, sino “precisamente por eso”, La casa de Gucci se erige como un ácido retrato del fin de una dinastía la mar de disfrutable.