Tal como fuimos
por Paula Arantzazu RuizEn términos de cinematografías nacionales, pocos cines han conseguido elaborar grandes frescos históricos como el cine italiano. Sea porque culturalmente está en su ADN, porque se trata de uno de los mayores desafíos como creador o porque resulta difícil resistirse a este tipo de relatos que atraviesan décadas y estados de ánimo (a la vez que económicos y políticos), lo cierto es que Italia nos ha ofrecido estupendos largometrajes de este tipo: Érase una vez en América, de Sergio Leone, La mejor juventud, serial de Marco Tullio Giordana, la más reciente (y magnífica) Felices sueños, de Marco Bellocchio, o la que nos ocupa a continuación Nuestros mejores años, de Gabriele Muccino.
Sin duda, al director de Siete almas, El último beso y En busca de la felicidad le ha sentado bien no solo regresar a Italia sino también volver la mirada a la historia más reciente de su país gracias a Nuestros mejores años. Su acercamiento, sin embargo, es una liviana panorámica que narra 40 años de vidas cruzadas, alegrías y decepciones en un verdadero suspiro. Y eso que el largometraje dura algo más de dos horas. Pero la manera en que está trenzada esta película río y la relación de los cuatro amigos protagonistas –Giulio (Pierfrancesco Favino), Paolo (Kim Rossi Stuart), Ricardo (Claudio Santamaría) y Gemma (Micaela Ramazzotti)–, fragmentada en los momentos más destacados de los encuentros y desencuentros de esta perdurable, a pesar de todo, amistad a cuatro bandas, posee el carácter de la ligereza y una capacidad de síntesis justa.
Esa idea de movimiento ágil por la historia que va a vehicular el ritmo de Nuestros mejores años ya aparece plasmado en la secuencia de arranque del trabajo. Tras un ligero prólogo que se retomará hacia el final de la cinta, el comienzo sigue a Giulio, voz narradora de esta larga remembranza, para situarnos en la Roma de los 80, cuando durante los denominados años de plomo marcaban el día a día de la sociedad italiana. Con un un hábil plano secuencia que ejerce de travelling entre espacios y emociones, Muccino expone el contraste de esos días, en los que el tránsito del hedonismo discotequero al drama político era pan cotidiano.
Quienes esperen, no obstante, de Nuestros mejores años un concienzudo repaso a la historia más reciente de Italia se sentirán algo frustrados, ya que el marco temporal de la película solo funciona como escenario para contarnos los diferentes destinos de estos cuatro amigos. A pesar de ello, hay que celebrar lo bien que maneja el cine italiano las tramas de ascenso social y cómo un capital (social, erótico o intelectual) te conduce a un lugar determinado o a otro. En este caso, Giulio, quien gracias a su buen hacer como abogado y a su carisma individual, logrará medrar hasta convertirse en parte de la élite económica y social del país, y es a través de su figura por la cual Muccino, sin pretensiones ni reflexiones de carácter académico, expone estas tensiones y dinámicas.
Se agradece, por ello, la honestidad del cineasta en relación con el modelo de relato y las precedentes de la tradición. Divertida, aunque no exenta de tópicos y lugares comunes, Nuestros mejores años trata con cariño a sus protagonistas, incluso cuando nos los muestra traicionando o traicionándose. A esa sensación de respeto contribuyen, además, las notables interpretaciones de su plantel protagonista, muy especialmente Pierfrancesco Favino, a quien vimos y disfrutamos el año pasado en El traidor, de Bellochio.
Nuestros mejores años, de hecho, no quiere ajustar cuentas con el pasado, sino proponer un reencuentro a partir del denominador común de los personajes. Es, por tanto, una película de iniciación absoluta, tal y como remarcan los protagonistas en su cena de conciliación cuando debaten la personalidad infantil que ha definido a su generación. Así las cosas, es obvio que cuando Muccino concluyó la producción del filme la pandemia aún quedaba muy lejos, pero vista hoy, con esa camaradería tan afectuosa que transmite, da la sensación de que es una película sobre el fin de unos tiempos. Una oda a la nostalgia.