Esta cinta está inspirada en el libro homónimo de la escritora austriaca Elfriede Jelinek, que fue premio Nobel en 2004. Como se irá viendo en la película, el estilo de esta autora es bastante radical, siempre tendente hacia un feminismo extremista, desarrollándose en pequeñas comunidades cerradas a sí mismas, con atmósferas opresivas, aíres viciados, y en general, mostrando imágenes cargadas de miseria moral. Este leit-motiv también es aplicable en cierta manera a la obra del propio Haneke. Realmente solo he leído dos libros de esta autora, y aunque uno, La muerte y la doncella, era más un ensayo deconstructivista sobre algunos personajes de cuentos infantiles; el otro, El Deseo, si que se ajusta a esta visión oscura del ser humano.
Por alguna extraña razón esta película tiene algo hipnótico en su ritmo (¿será la música de Schumann?) que hace que se te pasen bastante rápido sus más de dos horas de metraje.
El lado oscuro es la parte nuestra que no está visible al resto, es nuestro comportamiento a solas o en la intimidad con los más allegados. ¿Sabemos si nuestro compañero de trabajo es un maltratador o, si por el contrario, recoge gatitos abandonados?
Esta reflexión es extrapolable a cualquier persona y representa el eje central de la película.
Si ya has visto alguna película de Haneke reconocerás fácilmente su estilo de dirección, deja respirar a los personajes y que las escenas se desarrollen con el menor montaje posible.
Aquí, la protagonista, Erika, es una recta profesora de piano de unos cuarenta años consumidora de pornografía, con aficiones masoquistas y que, desde la muerte de su padre enfermo, vive recluida en su casa bajo la tutela de su madre, que la tiene sometida a un férreo control, hasta el punto de ser la propia madre quien le compra la ropa o no la deja llegar más de quince minutos tarde a casa, pues piensa que podría estar con algún hombre. Este acoso de la madre viene por el hecho del miedo a quedarse sola, por lo que la hija representa una especie de mascota sobre la que tienes pleno control. Erika es pianista porque su madre así lo quiso, y es profesora porque no era lo suficientemente buena para ser solista. La falta de carácter va haciendo que Erika vaya muriendo poco a poco, asfixiándose, encontrando la libertad en los peepshows, en el vouyerismo, en la pornografía, en el masoquismo, en la autoagresión. Pero su confortable y opresivo mundo comienza a tambalearse cuando un joven alumno decide seducirla, comenzando un peligroso juego sexual de celos y posesiones (y algún coitus interruptus, pero ya entramos en spoilers), en el que la profesora terminará mostrando su lado más sórdido cuando obliga a su joven amante a que lea la carta que ella misma le ha dado confesándole sus pervesiones sexuales más profundas, lo que más la excita, siendo cada cual más sórdida.
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