Aunque uno reconozca que le ha de haber quedado un pequeño vacío ante la inexistente obra que James Cameron no pudo llevar a cabo, es cierto que, cuando una puerta se cierra, una ventana se abre, y así como así, unos años más adelante, el ambicioso director, Sam Raimi, se puso su traje de araña y salió a combatir el mal a como de lugar. Es difícil hablar de filmes que tuvieron su auge de gloria allá por los tiempos pasados (al margen de que ésta, en cuestión, no es una película tan antigua) porque el cine no tiene un punto final en el que de por acabado un trayecto en constante recorrido y desarrollo. Spider-man, sin embargo, renace de un fuego siempre ardiente y vívido gracias al entrañable recuerdo de ser la primera adaptación de las tantas que luego surgirían acerca de este superhéroe. Es verdad que no resulta tan grandiosa y excitante como hace quince años en el pasado, pero debemos admitir que Sam Raimi adjudicó condimentos especiales y jugosos lo suficientemente como para resguardarse tras las espaldas de su imprescindible secuela.
Spider-man no tiene la firmeza que en su entonces preponderaba, no sorprende en lo absoluto en un guión bastante sencillito en cuestiones generales aunque de vez en cuando se animaba a soltar algunas memorables frases que hoy en día son todo un clásico cinematográfico (el discurso de responsabilidad del tío Ben o la nula compatibilidad de Norman Osborn para con el contexto social neoyorquino) ni tampoco se hace vistosa en una actualidad en la que el cine superheróico ha crecido -y sigue creciendo- en cantidades exponenciales; pero a pesar de todo el barro que la tapa, Spider-man es un tradicional film de esos a los que le vale con la suficiencia de abrir paso al origen más oscuro, representativo y, por ende, más digno de Peter Parker, alabando a un joven Tobey Maguire dispuesto a extraer lo mejor y mayormente significativo del Hombre Araña favorito de Stan Lee, un catálogo visual que en su tiempo fue una exquisitez a la que le sobraba una nominación al Óscar (compitiendo, ni más ni menos, con el Señor de los Anillos y Harry Potter) con un buen repertorio de secuencias de acción en las que se destaca una violenta y épica batalla final comandada por uno de los mejores villanos que pisaron la alfombra roja del género, el Duende Verde interpretado por un sádico y maniático Willem Dafoe. Una película a la que enriqueciéndola de la calidad de nuestro presente, pasaría desapercibida y volvería a ser un nuevo éxito como lo fue hace años atrás.