Película inglesa del 2021, de una duración de 98 minutos, con una valoración de 7/10, bajo dirección y guión de kenneth Branagh, con presupuesto de 25 millones.
Impregnada con muchos tintes autobiográficos, Branagh trata con moderación y esperanza el conflicto norirlandés en un Belfast de 1969, llenando la pantalla de emoción y universalidad.
A la que no le falta una interpretación perfecta, lo que no sorprende dada la carrera interpretativa del director.
Un guión que nos cuenta el inicio del
«the troubles norirlandes» a finales de los años sesenta bajo la mirada de Buddy (Judíos Hill), un niño de nueve años, no perdiendo esa cierta perspectiva infantil, lo que la envuelve manteniendo la ecuanimidad, y evitando hacer política o elegir ideología, a pesar de que la familia es del área 15 protestante.
No es una lección de historia, sino un relato subjetivo, que desarma con su sinceridad y cariño. Es imposible no empatizar con el niño: ingenuo, cariñoso, preocupado por su familia de sus abuelos; con sus padres, con graves problemas económicos; y en su colegio, está enamorado de la chica más lista y guapa de la clase; con su amor por el cine, que le ayuda a huir de la realidad; y la necesidad de su padre en emigrar, el poder salir de Belfast ante su insoportable radicalización de bandos, y la oportunidad de poder mejorar economicamente.
La película tan solo necesita transcurrir en un par de calles, en una casa de ese callejón, con algunos saltos a una sala de cine y a un aula del colegio. Rodada casi en un único escenario, que es un microcosmos exportable a toda la ciudad.
La produccion de Branagh consigue llenar la pantalla de emoción y universalidad hubicando el conflicto norirlandes en un trozo de calle, ya que toca los temas que importan al ser humano en su esencia, la familia, la amistad, la fe, el deseo, el deseo… que llegan muy adentro al ver los esfuerzos de Buddy por comprender lo que está sucediendo.
Su apartado técnico es sublime. El diseño de producción hará que no podamos apartar la vista ni un segundo de la pantalla. Además, no alcanza las dos horas de duración, y su historia se desarrolla con mucho ritmo.
Hace gala de una excelente puesta en escena en la que Branagh utiliza todos los artificios y virtuosismo de cámara que le permite su guión: el dinamismo con el que plasma los disturbios, carreras y otros episodios del relato es entusiasta, digno de una película de acción estilizada (ver el travelling circular en el que Buddy "descubre" los disturbios, o la pompa con la que Branagh filma la explosión de un vehículo). Un entusiasmo que es extensivo al uso de la música de Van Morrison, que potencia la alegría del relato pero no busca el cansino contraste irónico en las dramáticas luchas entre católicos y protestantes… o entre protestantes y protestantes.
Branagh se sirve de ella y otros recursos (ojo a los momentos "a color" del filme, en teatros y cines, y en cómo lo contrapone a las homilías de la iglesia, un contraste donde habita el sentir de Branagh, y por tanto, media película) para imprimir a Belfast una alegría por la vida, por el amor, que no excluye el drama y que jamás parece impostada, impuesta por las necesidades de una "feel good movie". A ello ayuda un ritmo rápido que usa a su favor la limitada duración, que no llega a cien minutos, y una dramaturgia elíptica pero clara pese a, muy a menudo, estar organizada en anécdotas infantiles. En este sentido, Belfast resulta doblemente refrescante en tiempos de hinchadas series de televisión en streaming por su economía narrativa, por su afán fabulador.
No onstante algo falla en este filmel nostálgic pues tiene secuencias reiterativas y redundantes.
No obstante, por cámara el trabajo es muy académico y, pese a que está bien realizado, no encuentro ningún motivo para destacarlo.
El ByN es una correcta y estética ambiental vintage, pero no representa un mayor peso visual en la trama, simplemente retrata de una forma adecuada a los actores, para dejarlos a ellos ser quienes brillen; y lo mismo con la Puesta en Escena por cámara, sin muchos matices: correcta y estética, mostrando y reforzando todo lo que vendría en guion por momentos muy bien, normalmente bien, y en algunos casos, resultando muy forzada.
La fotografía es una auténtica gozada aportándole una candidez al metraje que es de agradecer. Como decíamos, hay momentos en los que irrumpe el color: fundamentalmente aquellos en los que se despliega la imaginación frente al joven protagonista, Buddy, que queda encandilado por el cine y el teatro, las dos pasiones de Branagh.
El chipriota Haris Zambarloukos, habitual colaborador de Brannagh, no se ha conformado con crear una fotografía preciosa para la película sino que también sabe jugar con los dobles planos y con los reflejos para aportar información a la historia. Hay más de dos virguerías en el rodaje que no consigue cualquiera.
Belfast es un filme que utiliza la música firmada por Van Morrison normalmente para reforzar el sentimiento del que hablan las imágenes, pero dotándola de esa carga nostálgica que la acompaña con su soundtrack.