Me interesa su reflexión, me intriga su protagonista, pero me distancia su narración.
Mi criterio personal no juzga a través de la dualidad buena o mala película, sino que trato de comprender las intenciones y valorar la capacidad de la obra para transmitirlas. En este caso, entiendo que la película trata de constituirse como un ejercicio reflexivo que, sin embargo, no termina de integrarse completamente con la historia que se cuenta. Tár es, ante todo, una tesis introspectiva con forma de película. Esta descripción resulta ilustrativa de lo que son sus mayores logros y, al mismo tiempo, sus mayores debilidades. Me es imposible comprenderla como obra cinematográfica de pleno derecho, ya que, aunque presenta bondades técnicas e interpretativas evidentes, estas no consiguen elevar el relato a un plano de fascinación artística Considero que la construcción narrativa, haciendo uso de la parábola musical, es ciertamente disonante e impide que la atrevida tesis central trascienda el plano de lo analítico y se consagre como obra narrativa.
Para comprender esta disonancia es necesario comenzar por el posicionamiento reflexivo, la tesis sobre la que se erige la trama. Esta contiene una decisión valiente y, posiblemente, controversial, la de materializar el abuso de poder como una cuestión autónoma y transversal al género. En este sentido, el poder se plantea desde abajo, en términos de Foucault, como una fuerza estratégica que parte desde las desigualdades en las condiciones internas de los sujetos y que existe en tanto que se acciona en las constantes micro-relaciones. A través de este planteamiento emerge el personaje de Lydia Tár, supurando poder y oponiéndose a la sujeción normativa. Desde la primera secuencia, una entrevista en la que se presenta la carrera del personaje, la protagonista, entre otras cosas, queda definida en su supremacía cínica al negar como mujer la naturaleza patriarcal de las instituciones. A continuación, su posición de poder queda nuevamente reafirmada en otra dimensión por contraproposición a la vulgaridad de otro director con el que conversa en un restaurante. Lydia Tár desborda narcisismo y se mira a sí misma como una agente de sentido legítima, con capacidad para interpretar las obras y trascenderlas de forma creativa. Esta premisa es fundamental, ya que es esta comprensión del poder como condición propia lo que confiere al personaje tanto su mayor virtud, el ímpetu artístico, como su mayor defecto, la inmunidad para ejercer el abuso y la tiranía sobre todas sus relaciones.
Tár es una película concebida con inteligencia y construida con precisión para evocar un clima de extrañeza y conflicto con nosotros mismos. El constante paralelismo con la realidad funciona como referencia necesaria para posicionarnos como espectadores. Así pues, del mismo modo que hemos sido testigos de las acusaciones hacia algunos de nuestros ídolos y nos resistimos a admitir la decepción que suponen sus presuntos actos, en la película nos vemos vinculados emocionalmente con una protagonista que admiramos al tiempo que detestamos. Lydia Tár encierra una mirada fascinante, con una capacidad crítica envidiable y una fuerza creativa desbordante. Incluso, en escenas como la llegada al apartamento, en la que calma a su compañera con una delicadeza admirable, podemos detectar, bajo la capa de frialdad que luce con orgullo, un interior profundamente sensible del que emana todo su vigor artístico. No obstante, cómo ya había planteado, desde el primer momento, advertimos una egolatría palpitante, nos sumimos en su nube de superioridad inalcanzable. Desde luego, es un personaje que desprende cierto halo de falsedad e incomodidad, pero del que Cate Blachett se adueña a la perfección, encarnando toda su complejidad y ambivalencia con una empatía sin la que el relato se desmoronaría.
Asimismo, el director, Todd Field, es diestro manejando esa intriga sobre el concepto de verdad y la presunción de inocencia. Nunca conocemos los hechos concretos, tal y como sucede en la experiencia de la vida, todo está encuadrado por los límites de nuestra subjetividad. Al contrario del mecanismo del suspense Hitchcockiano, en esta historia al espectador le faltan piezas del rompecabezas, tan sólo tenemos voces de acusación y la sugerencia de algunas pruebas sujetas a la interpretación. La cámara se sitúa en el presente y, por lo tanto, el pasado queda adscrito a todas los posibilidades que brinda su desconocimiento. Esto, cómo señalaba anteriormente, traslada a la pantalla toda la incomodidad y ambigüedad que surge ante la necesidad de emitir un juicio hacia una personalidad artística admirable como, en este caso, la maestro Lydia Tár. De este modo, la película nos posiciona como espectadores en un limbo sin respuesta moral acertada. La propia cinta, en un ejercicio autorreferencial, nos advierte en un diálogo acerca de la composición de Bach que lo interesante reside en la capacidad para proponer una pregunta, no tanto su resolución, al fin y al cabo, resolver una melodía es siempre un ejercicio de consonancia, dependiente siempre del acorde anterior. A través de esta premisa narrativa, la película nos enfrenta a nuestros propios enjuiciamientos más allá de la ficción cinematográfica. La condena nos pertenece a nosotros, somos los espectadores los que debemos posicionarnos a favor o en contra del destino de nuestra protagonista, del mismo modo que lo hacemos ante casos reales de semejante naturaleza. Esto, cómo detallaré más adelante, es un ejercicio interesante pero cuyo resultado final, genera cierta incomodidad, a mi entendimiento, no pretendida, durante el epílogo.
Así pues, a pesar del audaz subtexto y el complejo planteamiento reflexivo, la película permanece lejos de la perfección. Personalmente, la frialdad que sentí al alcanzar el final del relato me produjo cierta frustración al abandonar la sala de cine. Intuía que las imágenes que había presenciado contenían algo poderoso, pero me encontraba tan distante y desapegado de la historia que no podía decir con rotundidad que me hubiera gustado. Lo cierto es que, a pesar de las interesantes ideas que ligan y cimientan la historia, la experiencia cinematográfica no me resultó demasiado atractiva. De este modo, al igual que identifico y valoro sus intenciones, me veo obligado a clarificar las razones por las que, finalmente, la película carece de impronta y se diluye en la insustancialidad.
En primer lugar, cabe señalar que la película se conduce a través de un desarrollo lineal en el que se agolpan todas las subtramas alrededor de la representación la Quinta Sinfonía de Mahler para plantear los eventos a través de los cuales avanza la trama. No obstante, los mayores hallazgos emocionales se componen a través de un juego de sugerentes metáforas y dobles sentidos que moldean la forma de la narración. Es mediante estos últimos con los que su director trata de provocar reacciones, ataduras emocionales y, en general, corromper la atmósfera. Sin embargo, considero que los recursos narrativos que utiliza Field, en gran parte, son superfluos. Aunque hay algunas ideas en las que se intuye brillantez y se logran secuencias sugestivas de gran valor, el director abusa de insinuaciones falsas que no llevan a ningún lugar más que a la propia provocación emocional. Esto es especialmente apreciable en las numerosas escenas en la que los sucesos oníricos obtienen una plasmación física. Entiendo que estos recursos tienen como objeto adentrarnos en los remordimientos interiores de nuestra protagonista, pero la falta de continuidad en su tonalidad y en el valor narrativo, producen un resultado, de hastío, artificialidad y reiteración. Un ejemplo representativo de este argumento es el contraste entre la reacción genuina y profunda que me produce el abrazo a su compañera, anteriormente comentado, y esos gritos lejanos en un parque, los cuales se pierden en el vacío de su irrelevancia narrativa.
Por otro lado, distingo cierta ruptura con el tempo en su apresurada última media hora, pero para explicar esto me veo obligado a advertir de la presencia de spoilers. Creo que el último golpe maestro de la película sucede en esa doble metáfora que sucede en la caída y en la desfiguración del rostro de Lydia Tár. Esta funciona, primero, como representación física de su villanía, aludiendo a todos los personajes clásicos cuyos rasgos deformes acentúan su carácter antagónico, y, segundo, como castigo divino ante su sumisión al pecado. A partir de ese momento, la narración se acelera abruptamente y los acontecimientos se acumulan transmitiendo al espectador una incredulidad distante. De pronto, toda la minuciosidad con la que se había tejido el relato da paso a un goteo de escenas en las que Lydia Tár se derrumba hasta su total desesperación en un clímax extraño en lo alto del escenario. Si, como decía la protagonista, el control del tempo es el mayor poder de un director de orquesta, también lo es en el caso de la cinematografía y Field lo descuida en su parte final. Llegamos, entonces, a ese epílogo en el exilio y, de nuevo, se retoma el tono reflexivo para que el espectador pueda posicionarse y juzgar: compasión o punición, empatía u odio. No obstante, tengo la sensación de que la deriva inmediatamente anterior es tan confusa que el paralelismo entre la realidad y la ficción se quiebra y el ejercicio reflexivo que se propone pierde gran parte de su sentido.
La película cuenta con argumentos de gran valor para ofrecer un ejercicio reflexivo atrevido, incómodo y, en definitiva, sustancial: ideas sugestivas de puesta en escena, un personaje de gran complejidad perfectamente interpretado y matizado por Cate Blanchett, un acompañamiento de música clásica perfectamente integrado, etc. La película, por la tanto, es incuestionablemente interesante en su interior, pero su inconsistencia narrativa, produce una distancia insalvable. El camino propuesto por Field conduce a un precipicio de una altura que varía según el espectador; si se salva la caída es probable que se pueda disfrutar de una rica experiencia cinematográfica. En mi caso particular, la caída no es mortal, pero alguna fractura es inevitable, por lo que me quedo con el mérito de una propuesta reflexiva interesante en una película distante.