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    Drive My Car
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Drive My Car

    Paseando a Mr. Chejov

    por Alejandro G.Calvo
    The Match Factory

    No me pilla este texto en buena forma: dos puntos en la ceja derecha y un hematoma en forma de línea negra (4-5 cm) que se va acercando peligrosamente al ojo gobiernan mi cara. Pero qué se le va a hacer, uno no elige las cosas malas que le ocurren la vida. Puestos a ser honestos, hay cosas mucho peores que parecer que has salido tocado de la última pelea con Dwayne Johnson. Digo esto porque para acercarse a una película como Drive My Car, mi Top 1 del 2021, me hubiera gustado tener la cara lo más simétrica posible y haberle hecho un vídeo en condiciones, por más que estos títulos parecen destinados a estrellarse en cartelera una y otra vez. Y no debería pasar esto con la última película de Hamaguchi. No solo porque estamos ante una de las obras más delicadas y bellas de nuestro tiempo, sino porque es la consagración de un director que lleva años trabajando un cine armónico de alta sensibilidad que nos ha dejado películas tan magníficas como Happy Hour (2015), Asako I y II (2018) y, también el año pasado (a lo John Ford) La ruleta de la fortuna y la fantasía (2021).

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    Cito a Ford como boutade pero lo cierto es que en el cine de Hamaguchi encuentro rastros tanto de la poética fordiana como de su homólogo japonés: Yasujiro Ozu. Un cine destinado a adentrarse sin ruido ni aspavientos en la complejidad de las relaciones humanas -con atención especial a la familia-, donde las heridas y cicatrices resultantes de la pérdida de un ser amado, si bien no renuncia a la tristeza y al desaliento, son tratadas con sutileza e inteligencia, adentrándose en lo emocional sin pecar de intelectual y luchando por encontrar siempre la mejor imagen posible para retratarlo.

    Adaptación de un relato de Murakami

    En Drive My Car, Hamaguchi, adapta un relato corto de Haruki Murakami de su libro Hombres sin mujeres -la comparación con la magistral Burning (2018) del cineasta coreano Lee Chang-dong, es poco menos que inevitable- donde se nos cuenta la historia de amistad/amor entre un autor teatral Yûsuke (Hidetoshi Nishijima) y su joven chófer Misaki (Tôko Miura), ambos desterrados de la felicidad vital tras perder a un ser querido: la mujer (infiel) de Yûske, la madre de Misaki.

    A lo largo de tres horas de duración -si no asustan las tres horas de The Batman (2022), no deberían hacerlo las de Drive My Car, sin entrar en los atracones de series que nos pegamos mientras la vida nos pasa de largo- Hamaguchi trenza, hebra a hebra, la relación in crescendo de confianza y confidencialidad de sus protagonistas.

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    Al igual que hiciera Chang-dong, Hamaguchi coge lo mejor del texto base -la historia de amor y redención principal, así como sus abundantes rimas internas marca de la casa Murakami- liberándose de la estructura formal del relato, haciéndoselo plenamente suyo en la traslación a las imágenes. En Drive My Car las secuencias son largas y el silencio suele trabarse con diálogos invisibles -como las cintas que pone el protagonista en su coche donde su mujer fallecida recita los texto de Antón Chejov que el autor está ensayando-. Además Hamaguchi da máxima impresión a los detalles, a los gestos, como ese maravilloso momento en que los protagonistas fuman dentro del coche y sacan las manos con los cigarros por la pequeña capota del mismo (uno de los mejores planos del año pasado).

    Drama de superación vital, tanto por la vía artística -los ensayos de la obra al aire libre- como por la romántica -dos personajes perdidos se encuentran a sí mismos gracias a su conjunción-, Drive My Car plasma la complejidad de la existencia humana de la forma más sencilla posible: de nuevo, una armonía de sensibilidades cuajando a través de la aventura íntima.

    El dolor, nos dice, es inevitable en esta vida, pero también en ella uno puede encontrar esperanza y alegría incluso sometiéndose dulcemente a las leyes del azar. Película asombrosa, mágica y de una consistencia cinematográfica apabullante, sin duda, estamos ante una gran obra de un cineasta que, si se le deja, tiene un futuro de lo más esperanzador.

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