Una película de ficción, peligrosamente cercana a la realidad, filmada con respeto y cuidado, que evita los golpes bajos y la ideologización. Interesante para los jóvenes que no han vivido la época. Muy liviana para los que siguieron de cerca las instancias del juicio real.
Una breve, pero necesaria, línea temporal
El 9 de diciembre de 1985 sucedía en Argentina un hecho inédito en la historia mundial: cinco jueces civiles enjuiciaban, por orden del recién electo presidente democrático, a los nueve jefes de las casas militares que habían gobernado durante la dictadura que, hasta hacía apenas dos años, regía el destino de la Nación. En la primera semana de su presidencia, el radical Raúl Ricardo Alfonsín tuvo un gesto tan audaz como necesario: dictó tres decretos. En el primero llamó a crear la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP), en el siguiente ordenaba enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones guerrilleras (ERP y Montoneros) y en el último ordenaba iniciar juicio sumario a los integrantes de las tres juntas militares.
Los 3 senderos trazados en los albores de la incipiente democracia se desarrollaron en forma muy dispar. La película de Mitre se centra en sólo uno de ellos.
El juicio a los jefes de los movimientos guerrilleros de izquierda, que buscaba condenar a Mario Eduardo Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Ricardo Armando Obregón Cano, Rodolfo Gabriel Galimberti, Roberto Cirilo Perdía, Héctor Pedro Pardo y Enrique Gorriarán Merlo, por los delitos de homicidio, asociación ilícita, apología del delito y otros atentados contra el orden público, inició con el arresto de Firmenich y su posterior extradición en febrero de 1984. Tanto él como Vaca Narvaja y Perdía fueron condenados a 30 años de prisión por homicidio y secuestro. Otros líderes del Ejército Revolucionario del Pueblo y Montoneros permanecieron prófugos en el exilio. El peronismo, que los había proscripto durante el gobierno peronista de María Estela Martinez de Perón, permitió que todos los imputados y condenados regresaran a sus filas, al reconocer a la agrupación “Peronismo Revolucionario”, creada por los condenados, que reivindicaba el accionar de la izquierda peronista de los años 70, como parte del movimiento. Finalmente el presidente Carlos Menem, peronista también, indultó en diciembre de 1990, tanto a guerrilleros como a militares, clausurando este camino.
El trabajo de la CONADEP, encabezada por el escritor Ernesto Sábato e integrada por 15 figuras de distintos ámbitos, que contaban con el respeto de la sociedad por sus reconocidas trayectorias, fue impecable. Investigaron a fondo, recopilaron toda la información que pudieron, registraron y reconstruyeron 8961 casos, identificando 365 centros clandestinos de detención y tortura repartidos en todo el territorio nacional. El 20 de diciembre de 1984 el presidente Alfonsín recibió el célebre e indiscutido informe “Nunca Más”, que da cuenta de las violaciones a los derechos humanos ocurridas en los 7 años de dictadura. Este ancho camino de consenso es el que permite desbloquear el errático sendero que había transitado la tercera orden impartida por Alfonsín.
A principios de 1984 se reformó el Código de Justicia Militar, para permitir al fuero castrense juzgar los delitos cometidos durante 1976 y 1983. Lamentablemente los militares no estuvieron a la altura de las circunstancias y no supieron sumarse al proceso de democratización impulsado por Alfonsín. Apostaron a la auto-amnistía una vez más, como ya lo había hecho con la Ley de Pacificación Nacional. El 25 de septiembre de ese mismo año redactaron un documento en el que avalaban todas las órdenes impartidas por las Juntas Militares y absolvían a sus miembros de los delitos que se les imputaban.
La recientemente reformada Ley de Justicia Militar permitía, sin embargo, la apelación del fallo castrense ante el fuero civil, específicamente ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal, lo que habilitó a sus integrantes: Torlasco, Gil Lavedra, Arslanián, Valenga Aráoz, Ledesma y D’Alessio, a instruir al fiscal Julio Strassera a sentar a los 9 comandantes en jefe de las distintas fuerzas en el banquillo de los acusados. Este procesamiento histórico, conocido mundialmente como el “Juico a las Juntas Militares” es el tema central de la película que nos ocupa.
Una película singular
Nunca sabremos cómo ni por qué se eligió el título “Argentina, 1985”, lo que sí podemos afirmar es que le queda muy grande a la producción de Santiago Mitre y Mariano Llinás. Quizás hayan apelado al interés actual por las dictaduras, en especial las de los países en desarrollo. Tal vez hayan buscado emular éxitos pasados, etiquetándola con los rasgos de drama-histórico que llevaron a la Historia Oficial de Puenzo al premio Oscar a la Mejor Película Extranjera. Sin embargo las condiciones de producción de aquel film fueron muy distintas. Rodada entre 1983 y 1984 y estrenada poco antes de la condena a los miembros de las Juntas Militares, la película no aborda un hecho histórico puntual, pero sí dos de los temas más sensibles de la dictadura: la desaparición forzada y la apropiación de menores. Si bien fue presentada en distintos festivales y ganó algunos premios cuando se estrenó por primera vez, obtuvo su reconocimiento recién 10 años después. La figura de Norma Aleandro fue la que cosechó la mayor cantidad de elogios por parte de la crítica. Se llevó la Palma a la mejor actriz en Cannes, el Cóndor de Plata, el David di Donatello y el premio del Círculo de Críticos de Nueva York por la misma categoría. Es posible que Darín corra la misma suerte por su excelente caracterización del fiscal.
Desde entonces se han filmado incontables películas sobre ese período oscuro de nuestra historia. Cada una destaca algún aspecto en particular de la dictadura: sus inicios, sus secuelas, sus rasgos particulares y sus consecuencias sobre la población en general o algún sector en particular. Algunas son equilibradas e interesantes, otras están burdamente ideologizadas, muchas son francamente lamentables. Destaco entre esos títulos, no con el ánimo de juzgar las producciones por su mérito, sino más a modo de muestra de las variadas formas de abordar el tema, los siguientes: “Tiempo de revancha” de Aristarain, filmada en plena dictadura, “La República perdida”, el documental de Miguel Pérez, “No habrá más penas ni olvido”, el film de Héctor Olivera sobre la novela de Osvaldo Soriano y “Cuarteles de invierno” de Murúa.
“Argentina, 1985” no encaja en ninguna de las categorías listadas. La película está basada en hechos reales, nadie lo duda, y bien conocidos, el juicio existió y sus principales escenas pueden verse en el film. Sin embargo su director ha declarado desde el primer momento que se trata de una ficción. Avala esta declaración la total ausencia de imágenes documentales (salvo sobre los créditos). A pesar de que están frescas aún en la retina de los espectadores de 60 y más, no se utilizaron registros de los programas televisivos de la época que se mencionan, ni de los militares juzgados, ni de los diarios de aquellos años. Todo ha sido cuidadosamente recreado y vuelto a filmar. Se trata pues de una película clásica de ficción, al mejor estilo hollywoodense, que se ajusta sin embargo a las distintas etapas de un juicio real, memorable y que todos recordamos.
Strassera, el fiscal
En estos tiempos en los que abundan las películas biográficas (reales y ficcionales), y que son además tan exitosas, un título como “Strassera, el loco” o “El fiscal” hubiesen hecho mayor justicia al film. Ya desde sus primeras imágenes queda en evidencia que el centro de la película no es el proceso judicial, sino la vida del fiscal Julio Strassera: su familia, su peculiar sentido del humor, sus miedos, sus relaciones con la familia judicial y su coraje. Se trata de la muy conocida trama en la que un lobo solitario enfrenta, con gran desventaja, al grupo de poderosos. Un buen ejemplo es “Legítima defensa” (The Rainmaker - 1997), en la que un joven Matt Damon encarna a un abogado que enfrenta a una gran compañía de seguros. “Philadelphia” (1993), “Acción civil” (A civil action – 1998) y Erin Brockovich (2000), con Julia Roberts como heroína, y se inscriben en la misma línea
Julio César Strassera tenía 50 años cuando actuó como fiscal acusador. Su carrera judicial no había tenido hasta ese momento ningún aspecto destacable. Nacido en el sur, en Comodoro Rivadavia, comenzó a estudiar derecho recién a los 25 años. Luego de ejercer como abogado durante unos 15 años, fue nombrado Secretario de Juzgado en 1976 y más tarde promovido al cargo de fiscal general por las Juntas. Durante los primeros años en el cargo rechazó varios pedidos de Hábeas Corpus solicitados por presos políticos y se negó a incluir detalles de torturas u operativos, en algunos de los procesos en los que actuó. Este hecho se da a entender en dos momentos de la película. Primero es mencionado por la Presidente de Madres de Plaza de Mayo, cuando dice que espera que el fiscal haga finalmente algo, porque hasta ese momento no ha hecho nada y más tarde surge en un confuso intercambio de palabras entre Strassera y su fiscal adjunto en el baño de tribunales. El conflicto interno, que el verdadero Strassera debe haber padecido, no se ve netamente reflejado en la película, a pesar de que tiñe varias de sus escenas.
La película nos presenta un personaje hermético, consciente de que la tarea que le han encomendado es peligrosa y ciclópea, pero determinado a cumplirla. Un fiscal atrapado en las tensiones políticas del momento, blanco de todo tipo de críticas, que sufre amenazas y presiones. Un hombre de ley que busca apoyos, pero al mismo tiempo los rehúye, para conservar su independencia, y al que apodan “el loco”, aunque nunca sepamos el cómo ni el por qué llegó a ganarse ese mote. Profundamente receloso y no sin razón, Strassera no sólo desconfía de los servicios sino también de su propia hija.
El film nos regala algunos gestos infantiles y las réplicas ingeniosas que lo caracterizaban, lo que permite distender el clima de tensión, propio de la situación que se describe. Pero sobre todo conserva inalteradas sus mejores piezas de oratoria, como el inicio de su alegato final: “Señores jueces: la comunidad argentina en particular, pero también la conciencia jurídica universal me han encomendado la augusta misión de presentarme ante ustedes para reclamar justicia. No estoy solo en esta empresa. Me acompañan el reclamo de más de nueve mil desaparecidos que han dejado, a través de las voces de aquellos que tuvieron la suerte de volver de las sombras, su mudo, pero no por ello menos elocuente testimonio.”
Ricardo Darin no se parece en nada a Strassera: es más alto, tiene ojos claros, es mucho más musculoso, sin embargo su caracterización es magnífica. Sus gestos, su andar, sus ocurrencias nos permiten reconocer en la pantalla a ese hombre que, luego del juicio, se volvió un símbolo de la lucha por los derechos humanos. Su alegato condenatorio, donde rinde tributo a la CONADEP al pronunciar como sentencia final el famoso “Nunca más”, título del informe de la comisión, revive la emoción de ese momento bisagra de la historia argentina. Los ecos de los aplausos que resonaron en la Sala de Audiencias aquel día, se multiplican hoy en todas las salas en las que la película se proyecta.
El 27 de febrero de 2015, en pleno verano porteño, Strassera muere a los 81 años. Se decretan dos días de duelo nacional y los dirigentes de todos los partidos reivindican su coraje y entrega. Quién mejor supo describir entonces su rol en el afianzamiento de la democracia y la democratización de la justicia fue su gran apoyo en aquel momento, el muy joven fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo. “Julio Strassera es un prócer argentino pero su estatua no va a tener caballo ni sable. El escultor tendrá que representar sus armas: la verdad y la ley.”
Una crítica posible
La película tiene su mérito. La recreación de los 80 es minuciosa y está muy lograda. No sólo vemos el vestuario, los escenarios y transportes de aquellos años, sino que logra capturar el espíritu de época. Se respira un cierto optimismo, un renacer esperanzado, que trata de desembarazarse de las sombras de un pasado intimidante, que sigue presente en varios estratos de la sociedad.
La trama pivotea entre la figura del fiscal experimentado y curtido, de familia proletaria y el joven idealista, que sin experiencia, pero con mucha convicción, se suma a la causa. El mentor, que tiene la capacidad de moverse en la red judicial y trazar una estrategia y el discípulo, que aporta su gran capacidad de trabajo y empeño. La fuerza de la juventud, que logra vencer los años de miedos y apatía, está muy bien representada en el grupo de jóvenes que conforman el “equipo” de la fiscalía. Es esa juventud la que más dispuesta está a escuchar la verdad, busca testigos y se ve atravesada por la crudeza de los testimonios.
Peter Lanzani encarna a un Moreno Ocampo que ingresa al juicio por la ventana, a falta de alguien mejor. Un joven carente de toda experiencia pero con mucho empuje y coraje, que se convierte en paria, dentro de su círculo más intimo, por cuestionar la autoridad militar. El apoyo de Strassera, le permite crecer y tener cada vez más ingerencia y peso en las decisiones de la causa. Su carácter extrovertido, que lo lleva a recorrer los principales programas políticos de la época, para informar así a la sociedad y generar un debate más amplio, es lo opuesto a la introspección de Strassera, que rara vez hace declaraciones y evita hablar de las amenazas que sufre.
De familia patricia y vinculada con los militares, la figura de la madre de Moreno Ocampo es la personificación de esa clase media, que se debate entre la versión oficial de los hechos y las evidencias que se desnudan en el juicio. La película insiste en su fuerte catolicismo y cercanía con los valores encarnados por el dictador Rafael Videla, que lee “Imitación de Cristo” impasible durante todo el juicio. El momento en el que la Sra. Ocampo duda, luego de un crudo y extenso testimonio, marca el cambio en la opinión pública.
La figura de la CONADEP se ve reducida a una estantería repleta de expedientes y la frase “Nunca Más”. Muchos espectadores creen que esta es la omisión más grave. Sin ese informe la tarea del fiscal hubiese sido imposible. Había que investigar miles de casos en muy poco tiempo y no se podía recurrir a la policía o los servicios de inteligencia, que aún seguían apoyando el accionar de las Juntas. La documentación de la CONADEP fue la piedra angular sobre la que se construyó la acusación y que permitió probar que no se había tratado de casos aislados de abuso por parte de unos pocos subordinados, sino de un plan claramente diseñado a nivel nacional, en el que las 3 fuerzas participaban coordinadamente. Claramente merecían más que los escasos segundos que se le asignan.
La misma suerte corre el Dr. Raúl Alfonsín, una voz en off. Su presencia se elude durante todo el transcurso de la película, sin embargo, esa única escena en la que aparece, impacta fuertemente sobre la trama. María Tobar, la esposa de Strassera, sobriamente encarnada por Alejandra Flechner, destaca su respeto por la independencia del Poder Judicial, mientras que el mismo Strassera vive su interés por el alegato final como un verdadero mandato categórico. A partir de ese momento, cada escena va cimentando la construcción colectiva de ese texto, que sellará la suerte de los acusados.
Una película de ficción, peligrosamente cercana a la realidad, filmada con respeto y cuidado, que evita los golpes bajos y la ideologización. Interesante para los jóvenes que no han vivido la época. Muy liviana para los que siguieron de cerca las instancias del juicio real.
En resumen, una película clásica, atractiva, con buen ritmo, que no decae y a pesar de su temática, con muchos y variados rasgos de humor que la hacen más llevadera. Muy recomendable.